• Imagen 1 Nuestro Carisma
    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Ya está Brotando

Hoy nos ha nacido el Salvador

Carta de Navidad del Ministro General de los Capuchinos


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Erección de la Custodia del Norte de México


En una emotiva celebración, nuestro Ministro General Fray Mauro Jöhri, decretó la presencia como Custodia de los Franciscanos Capuchinos del Norte de México, bajo el patrocinio de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

El ser constituidos como Custodia significa que estamos dando un paso más adelante en nuestro crecimiento, estabilidad y madurez como presencia de Franciscanos Capuchinos en el Norte de México. Esta identidad jurídica nos exige una responsabilidad de organización interna, así como el compromiso de dar un testimonio fraterno y apostólico en la Iglesia.

Durante el rezo de la Liturgia de las Horas, Fray Mauro Jöhri publicó este decreto. Acompañado de Fray Carlos Novoa –definidor general para la presencia de los hermanos capuchinos de habla hispana- y de Fray Mark Schenk –definidor general para los hermanos capuchinos de Norte América-.

Acto seguido, fue designado el consejo de gobierno de nuestra Custodia. Fray David Beaumont fue nombrado como Custodio; como primer consejero Fray Maximino González; y como segundo consejero Fray Guillermo Trauba.

Feliz Navidad

Hermano Universal!

IV DOMINGO DE ADVIENTO

IV DOMINGO DE ADVIENTO

2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16, Rom 16,25-27, Lc 1,26-38



Dios establece su morada en la casa de David. La referencia del oráculo profético de Natán así lo explicita. Dios quiere habitar en medio de su pueblo. Los hombres construimos casas materiales, pero Dios sustituye nuestras construcciones humanasen templos vivos donde Él habita. El templo de Dios es el mundo en que vivimos. Dios se hace presente en nuestra propia historia. Así la verdadera comunidad será aquella donde los hombres busquen con afán al Dios vivo.
El rey no puede vivir en un palacio de cedro mientras el Señor habita en una tienda. El hombre no puede fundarse en dios de su propio destino. El Señor de Israel ha jugado un papel importante en la historia del pueblo elegido. Dios ha estado permanentemente con los suyos, los que hizo salir de Egipto, camina con ellos, los nombra jueces y reyes y sobre todo, no los abandona. Él es el Dios de Israel, el que libera, salva y protege. El que cuida de su pueblo y lo hace grande y numeroso. El que está en medio de ellos. Estar en medio revela la historia de su ser. La gloria de Dios se manifiesta en la casa donde Dios quiere habitar (2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16).

La Buena Noticia es la revelación manifestada por Dios a los hombres, cuyo contenido nadie pudo imaginar jamás. Jesús es esa Buena Nueva que ha venido a habitar en la humanidad, desde la pequeñez, para mostrar la grandeza y el rostro de Dios, en medio de su pueblo (Rom 16,25-27).

El relato de anuncio-vocación, compuesto por el evangelista san Lucas, llega a ser para María imagen perfecta de la Nueva Sión. La Madre de Dios no es la casa de Dios hecha piedra o de cedro del Líbano, como lo era el templo salomónico de la ciudad de Jerusalén. María es la armonía de Dios, cantada por mil generaciones. María, la Madre el Mesías, es el templo perfecto de la carne de Cristo. Dios se ha hecho carne en María. Y Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros. Él tiene los rasgos de la humanidad, indicados a través del nombre. Jesús significa Salvador, como ya indicará el evangelista Mateo: “Porque él salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1,21). Es la morada de Dios entre los hombres a través de María. Ella es la imagen de la nueva Jerusalén donde se encuentra Sión, como dice el Apocalipsis: “Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos será su pueblo y Él, Dios con ellos, será su Dios” (Ap 21,3). María es el templo de Dios. Así como la nube cubría el Arca de la Alianza ahora protege la personalidad de María y la envuelve con la sombra del Espíritu (Lc 1,26-38).

En clave franciscana: El Salvador es el que se encarna para entregarse de una forma absoluta a los demás (2CtaF 11-13).
Jesús no hizo actos de culto para complacer a Dios, sino que convirtió su vida, en cuerpo y alma, en un don total para la humanidad (CtaO 46).
No cabe duda que, para Francisco, María colabora en nuestra salvación al permitir que el Salvador tomara de ella “la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad” (2CtaF 4; OfP 15,3). Por eso, en toda persona, pero sobre todo en los sacerdotes - por hacer presente al Salvador (CtaO 21; Test 9) - y en los pobres, veía “al Hijo de la señora pobre” (2 Cel 83); pues todo pobre le hacía presente al Cristo desnudo ( 2Cel 84).
La Salvación arranca de la Encarnación (1R 23, 3); por eso solamente seremos salvados si permitimos que Cristo viva en nosotros, para realizar los objetivos de su encarnación redentora (2CtaF 48-53): es decir, que los hombres seamos plenamente hombres, con la profundidad y la anchura que produce el sentirse hijos de Dios y hermanos de los demás hombres (CtaO 11; 2CtaF 52-56;
Dios hecho hombre es el modelo a seguir en nuestra vida como cristianos (2CtaF 13; 1R 9,1). Cristo es para nosotros camino, verdad y vida (Adm 1, 1), luz verdadera que alumbra nuestro caminar (2CtaF 66); de ahí que debamos seguir “la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo” (1R 1,1; 1R 22,2; 2CtaF 13; UltVol 1).

Cuix Amo Nican Nica Nimonatzin?

¡Ven, Señor Jesús!

INMACULADA CONCEPCIÓN

INMACULADA CONCEPCIÓN

Gn 3,9-15.20, Ef 1,3-6.11, Lc 1,26-38

La fiesta de María invita a saciar la sed de la vida en la fuente escondida donde Dios sella la Nueva Alianza con los hombres. Dios viene a través de María. La fiesta de la Inmaculada Concepción sitúa a la Virgen desde el primer hasta el último instante bajo el signo de Dios.
La página del libro del Génesis se completa con la fuente de bendición del himno cristológico de Efesios. El proto-evangelio del Génesis se convierte en un anuncio de esperanza.
La historia del bien y el mal se sucede en el tiempo. La maldición inunda la historia de oscuridad y tensión. La bendición recae en la descendencia de Abrahán. El mal acecha, pero el bien es más fuerte y lo aplasta. La acción de Dios penetra en el silencio de la Nueva Eva y Ella se siente predilecta de Dios. La estética de Dios ha cristalizado en María y la Madre representa a una humanidad regenerada del mal en el mundo, porque es la criatura de Dios (Gen 3,9-15).

María es la primera creyente, elegida por el Padre para ser la fuente inagotable de la gracia que trae Cristo. La Virgen Madre es el templo santo e inmaculado del Verbo. La gracia es el don de Dios plenificado en la Virgen, para ser admirada de generación en generación. Todas las generaciones llamarán a la Señora, Bienaventurada. Nuestra vida adquiere sentido cuando la contemplamos bajo auspicios de maternidad.
Dios eligió a una joven galilea para ser modelo de amor, de ilusión, de fe según el beneplácito de su voluntad (Ef 1,3-6).

Dios ha actuado en María y ha sido trasformada por la gracia de Dios (Lc1, 26). Los cristianos también hemos sido trasformados por la gracia divina (Ef 1,6). El efecto se produce en las personas por el don de la gracia, pero María es el arquetipo de todos los cristianos, la primera de todos los creyentes. La trasformación acontece en María en virtud de la misión que va a cumplir: ser la Madre del Hijo de Dios.
María está llena de gracia porque así se proyecta la dignidad mesiánica de ser Madre de Jesús. Este don de la gracia es un patrón literario en algunos pasajes del AT (Gen 6,8; 18,3). El evangelista posiblemente se inspira en este molde literario que conlleva también la elección divina, para otorgar a la Madre del futuro Mesías este don. La gracia concedida a María por Dios va más allá de la simple elección.
Por eso afirma el Señor está contigo, está en conexión con el saludo a la doncella de Nazaret y al mismo tiempo con la teología veterotestamentaria de la Alianza. María es la Madre del Mesías y está revestida del Espíritu del Señor (Lc 1,26-38).

En clave franciscana: Al aceptar María la propuesta del ángel, se convierte en el “puente” que hace posible que llegue la Salvación hasta nosotros. Como nos dice Pablo, el Señor, antes de crear el mundo, ya nos eligió para que fuéramos “santos e irreprochables ante él; la pretensión de la humanidad de traspasar los límites que le confieren su condición de criaturas, para ser igual a Dios y poder decidir qué es el bien y qué es el mal, rompió esta alianza armoniosa entre Dios y los hombres ((1R 23, 1.2).
La decisión, por parte de Dios, de ofrecernos una nueva oportunidad de Salvación coloca a María, como símbolo de la humanidad, en la disyuntiva de aceptar o no el proyecto inicial de Dios para que seamos “santos e inmaculados” (2CtaF 4); por eso:
En el Saludo a la bienaventurada Virgen María se explicita lo que supuso la elección de María para ser Madre de Dios y poder colaborar en la construcción del Reino (SalVM 1-6).
En la festividad de la Inmaculada admiramos el proyecto inicial de Dios, que quiere una humanidad “santa e inmaculada”.
La responsabilidad de María a la hora de consentir en su maternidad divina se extiende también a todos los fieles seguidores de Jesús (2CtaF 53), puesto que todos hemos sido elegidos para darle un culto adecuado, que sea “alabanza de su gloria” (CtaO 8.9).

III DOMINGO DE ADVIENTO

III DOMINGO DE ADVIENTO


Is 61,1-2A.10-11, 1Tes 5,16-24, Jn 1,6-8.19-28


El Mesías era ante todo testigo de Dios. Él estaba ungido por el Espíritu del Señor. Dios le envía con una misión especial: proclamar su Palabra. A través de Él, Dios anuncia la Buena Noticia y viene a consolar con un programa de misericordia.
El Mesías es el siervo. La Buena Noticia consiste en curar, sanar, pregonar, proclamar. Es Dios mismo quien cura las heridas de su pueblo, a quien mima en el desierto de la vida con la certeza de la salvación. Dios sabe mitigar los dolores de los pequeños y venda los corazones rotos por el egoísmo infranqueable de la vida. Dios cura con amor a los suyos. El corazón para un hebreo es el centro de los afectos y de la personalidad. El corazón de Israel estaba roto por las calumnias de los poderosos, las amenazas de los militares, la burla de los conquistadores. Dios sana el corazón de su pueblo. Dios sigue hoy vendando los corazones de los hombres, alentando con el soplo de la libertad los corazones rotos de la humanidad, angustiada de miedos y esperanzas (Is 61,1-2.10-11).

El Apóstol san Pablo es consciente de la función de la Iglesia en la celebración y quiere alegría, oración, acción de gracias. Pero sobre todo, no apagar el Espíritu, es decir, la comunidad debe tener siempre presente el discernimiento y para ello ha de dejarse invadir por el mismo Espíritu. Así, el bien será acogido y el mal rechazado (1Tes 5,16-24).

Juan era testigo de la luz y de la vida. El último vocero del AT escribió la página de la vida al proclamar y canto de la historia. La existencia de la Palabra entre los hombres tuvo al principio un testigo y un profeta. Juan es el comienzo del evangelio y ocupa un lugar importante en el misterio de Jesús.
El Bautista es un enviado y un mensajero de Dios. El heraldo prepara el camino al Señor, tiene las mismas características que Moisés (Ex 3,10-15), los profetas (Is 6,8), y el mismo Jesús (Jn 3,17). El testigo y el testimonio van unidos en el pensamiento del evangelio de san Juan. El Bautista es un testigo excepcional para la obra y el ministerio de Jesús. Juan era testigo y profeta, que prepara los caminos del Enviado del Padre y lleva a los hombres a la luz de Jesús. Aunque, como indica el evangelista “Juan era como una lámpara que ardía y brillaba y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz” (Jn 5,35). Juan es como el puente entre la Antigua y la Nueva Alianza. El Bautista es testigo conductor de los hombres, signo de la presencia de Dios para prepararlos a aceptar al Verbo de la vida (Jn 1,6-8.19-28).

En clave franciscana: Si releemos todo a la luz de la vida de Francisco, veremos que no podemos dejar de estar alegres ya que el mismo Dios que se nos anuncia y comunica es “nuestro gozo y nuestra alegría” (AlD 4). De ahí que debamos estar alegres (1R 7, 16) no tanto por las cosas buenas que hacemos (1R 17,6), sino por lo que hace Dios en nosotros (Adm 20, 1).

Yo soy hijo de Dios!!!


LA MISA EN CLAVE CATEQUÉTICO-PEDAGOGICA


La misa es celebración, es fiesta de memorial y de acción de gracias.

¿Qué hay en una fiesta?

Una ocasión: cumpleaños, primera comunión, boda, etc. Aquí: es el misterio pascual de Cristo, que él mismo nos encomendó celebrarlo en memoria suya; que la Iglesia lo celebra con sentimientos de acción de gracias por la redención llevada a cabo a favor nuestro.

Una invitación: la persona o familia celebrante nos invita. Aquí es la Iglesia la que nos invita; la Iglesia que se hace parroquia, comunidad cristiana, familia cristiana...Ese es el sentido del mandamiento de ir a la Misa cada domingo.

Una reunión: es la forma normal de celebrar una fiesta: la gente se reúne en un lugar al que nos han convocado: restaurante, club, casa de la familia, etc. Aquí es normalmente la iglesia parroquial, santuario, capilla o salón...

Unos signos: para una fiesta el lugar se prepara adecuadamente: mesas, flores, conjunto musical, etc. y luego se sirven bebidas y alimentos, se platica, se baila, se canta y se hacen brindis.

En la Misa: se hace un canto de entrada, a veces el sacerdote, que representa a la Iglesia y a Cristo, sale a la puerta a recibir a los invitados o los saluda desde la sede o el altar; después se hacen algunas oraciones para entrar en contacto con Dios, que es el principal anfitrión; vienen luego las lecturas de la Biblia en las que Dios y la Iglesia nos explican el sentido de la celebración; se intercalan cánticos relacionados con las lecturas (Salmo, Aleluya); luego viene el discurso, que se llama homilía, en la que se explica más detalladamente el sentido de la fiesta. A través del Credo, la asamblea confirma estar de acuerdo con lo que se ha proclamado y explicado. En la segunda parte de la celebración se presentan al sacerdote y a Dios los dones del pan y del vino, con los que se celebrará el sacrificio y el banquete, se hacen varias oraciones de alabanza, de recuerdo de los misterios de Cristo, de petición y, finalmente, se invita a todos a comer y beber el cuerpo y sangre de Cristo y así asumir el misterio que se celebra de una manera que compromete: es una alianza que aceptamos en el cuerpo y sangre de Cristo para vivir como creyentes cristianos, es decir, discípulos, seguidores y testigos de Cristo. Finalmente, el sacerdote nos despide con su bendición, dándonos la paz de Dios para que vayamos al mundo a dar testimonio de lo que hemos celebrado.



Comenzamos la celebración


Canto de entrada

Saludo de bienvenida del celebrante: Que el amor de Dios Padre, la paz de Jesucristo y la gracia del Espíritu Santo estén con ustedes.

El rito que sigue al saludo es el acto penitencial: por éste nos ponemos en presencia de Dios reconociendo que venimos aquí a renovar nuestra amistad y comunión con Dios, que las hemos contrariado de diversas formas, con conductas no de acuerdo al amor que Dios nos tiene. Por ello, pedimos perdón a Dios y a los hermanos. También al prójimo, puesto que siendo miembros de una comunidad, de una sociedad humana y creyente, nuestros actos o conducta no recomendable ofende y perjudica el bienestar o buen nombre de nuestra comunidad y familia en la fe. En las fiestas se canta el Gloria, canto de alabanza y acción de gracias a Dios.

La primera oración que hacemos se llama colecta, en ella se presenta o recoge la intención principal de la fiesta que se celebra en la Misa.

Siguen las lecturas, que en las fiestas son tres: la primera del Antiguo Testamento, la segunda del Nuevo Testamento, la tercera de los Evangelios. Cuando hay una fiesta las lecturas están relacionadas con las misas; en otras ocasiones la Iglesia nos ofrece, tanto para los domingos como para los días entre semana varios programas de lecturas, que se dividen en ciclos (tres, para los domingos) o años (dos, para los días semanales).

A las lecturas sigue una explicación de las mismas para aplicarlas a nuestra vida por medio de lo que llamamos homilía, que la hace el ministro que preside la Misa.

Las preces de los fieles son una forma de incorporar a la celebración a toda la Iglesia y a todo el mundo. Normalmente se pide primeramente por la Iglesia, después por las autoridades civiles, en tercer lugar por los necesitados de la sociedad y de la Iglesia, y finalmente por las intenciones de los que celebran la Misa y algunas otras intenciones particulares,



*** Llegamos a la segunda parte de la Misa, que se llama liturgia eucarística y la iniciamos con la presentación de las ofrendas; además del pan y del vino se pueden presentar otras cosas, inclusive la colecta, para asistir a los pobres o necesitados de la comunidad eclesial o de otra comunidad que tenga necesidad. No se ofrece el pan y el vino ni ninguna otra cosas en este momento, solamente se preparan y se presentan.

El Prefacio: es una oración de acción de gracias y alabanza en la que se recuerda algún misterio de la vida de Cristo para concluir con una aclamación comunitaria, que es el santo, que normalmente se canta.

Oración invocatoria del Espíritu sobre los dones que van a ser consagrados en el cuerpo y sangre de Cristo. El Espíritu tiene un papel decisivo en la vida de Jesús, y más todavía en la vida de la Iglesia, por ello lo invoca en todos los momentos importantes. La acción santificadora del Espíritu divino se significa externamente al colocar las manos el sacerdote sobre las ofrendas, un gesto típico de consagración y de bendición, que también se usa en otros sacramentos, sobre todo es importante en la ordenación sacerdotal.

Consagración: en el relato de una parte de la última cena de Jesús con sus discípulos, en la noche en que fue entregado por Judas a sus enemigos, se lleva a cabo la consagración del pan y del vino, que se convierten misteriosamente en el cuerpo y sangre de Cristo, aunque los accidentes permanecen los mismos.

Aclamación: esta acción milagrosa es un gran misterio; misterio porque no podemos entenderlo, pero misterio también porque se convierte en un acontecimiento sagrado que nos va a dar la salvación si comulgamos con él aceptando la vida de Cristo. Por ello, a la invitación del sacerdote que dice: ESTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE,

Respondemos: ¡ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROLAMAMOS TU RESURRECCIÓN, VEN SEÑOR JESÚS!

Oración de memorial: es la oración que vamos a decir ahora, acabada la consagración, en la que vamos a recordar los misterios pascuales de Cristo, en cuya memoria o recuerdo, ofrecemos a Dios el pan de vida, que es el cuerpo de Cristo, y el cáliz de salvación, con la sangre de Cristo, las únicas ofrendas dignas de Dios, porque son ofrendas espirituales, es decir, ofrendas en las que está contenida la vida de Cristo, hecha de obediencia al Padre, que es el sacrificio que Dios quiere de nosotros: obedecer sus mandamientos, seguir su voluntad, como lo hizo Jesús toda su vida, por ello dijo en el huerto de Getsemaní, como preludio a este sacrificio: “Que se haga, padre, tu voluntad y no la mía”.

Oración de intercesión: “Acuérdate de tu Iglesia...”; aquí pedimos por la Iglesia, por la Iglesia militante, para que ella, salvada y santificada por este misterio Pascual, viva en la unidad del amor bajo la jerarquía, también por la Iglesia purgante, para que pueda gozar pronto de la plenitud de la vida del reino en el cielo: es el momento en que pedimos por nuestros difuntos.

Doxología u oración de glorificación: toda la oración eucaristía se concluye con una oración de alabanza a Dios Padre y Espíritu por el misterio pascual de Cristo. A esta oración, que puede hacerse cantada, la asamblea responde con una AMEN, que es una ratificación personal y comunitaria de esta alabanza dirigida por el ministro. Es como un breve resumen de todo lo que la Eucaristía quiere hacer: un sacrifico de alabanza y acción de gracias por el misterio salvador de la muerte y resurrección de Cristo.

Rito de la comunión: dentro de la Oración eucarística, la última parte es la comunión, por la que nosotros asumimos el sacrificio de Cristo. Al comulgar el cuerpo de Cristo y su sangre, nos identificamos espiritualmente con los sentimientos de Cristo al entregar su cuerpo, al derramar su sangre, al ofrecer su vida por la gloria del Padre y por nuestra redención. Si estamos dispuestos a vivir una vida inspirada en la de Jesucristo, podemos comulgar, y esa comunión se convierte en un signo eficaz porque puede hacer realidad en nosotros lo que celebramos, en la medida de nuestra fe, puede hacer que nosotros vivamos haciendo la voluntad de Dios y procurando el bien del prójimo, aun a costa de nuestra vida.

La preparación inmediata para la comunión incluye el rezo del Padrenuestro y el signo de la paz. Con este signo vamos a hacer realidad lo que pedimos en el Padrenuestro: la reconciliación con Dios y con el prójimo, que es uno de los propósitos de la muerte de Cristo: reconciliar a todos los hijos de Dios y unirlos en una familia, en una comunidad: la Iglesia.

Cordero de Dios: a Cristo, que como un cordero es sacrificado por nosotros, le pedimos que nos perdone y nos dé la paz, como gracia preparatoria para comer dignamente su cuerpo.

Este es el Cordero: al mostrar el cuerpo de Cristo se hace una invitación a comerlo, a participar del banquete. La asamblea responde con las palabras del centurión romano, que son una señal ejemplar de fe: “No soy digno.. pero di una palabra y quedaré sano y salvo”.

Comunión: normalmente comulgamos con el cuerpo de Cristo, que está en la hostia, pero también podemos comulgar con la sangre de Cristo, bebiendo del cáliz. La sangre de Cristo, además de significar esa sangre que Él derramó como sacrificio salvador por nosotros, es el símbolo del cáliz del triunfo, símbolo del brindis por el que significamos la resurrección de Cristo y su entrada en la gloria, por tanto, también la nuestra. Una Misa sin comunión es una Misa sin compromiso personal; y la comunión sincera es una forma de conversión, de manera que todo el que no está excomulgado puede participar en la comunión si ha participado activa y responsablemente en la Misa, ya que la comunión conlleva reconciliación con Dios y deseo de vivir de acuerdo al ejemplo de Cristo. ¿Basta una comunión espiritual? En la intención de Cristo no basta, por ello nos dijo: “tomen y coman, tomen y beban”. Los signos externos, nos dice el magisterio de la Iglesia, expresan, alimentan y fortalecen la fe.


Rito de conclusión de la Eucaristía:

Este rito tiene tres partes: la oración, en la que se pide que la participación en la Misa, sobre la comunión del cuerpo de Cristo, tenga frutos verdaderamente cristiana en la vida que sigue a la celebración; la bendición, que es una forma de desear que Dios nos acompañe con sus dones para que podamos realmente ser consecuentes con lo que hemos celebrado; el envío, que es una forma de hacernos conscientes y responsables de que seamos ante el mundo signo de Cristo. En la Misa se realiza la totalidad de la vida del cristiano: la vocación o llamada, por la invitación que nos hace la Iglesia a celebrarla; la santificación, por las gracias que se nos dan en ella, sobre todo al recibir el cuerpo de Cristo; la misión, por el envío que se nos hace ahora al decirnos que vayamos en paz, envío a ser testigos del misterio pascual de Cristo por medio de nuestra vida, llamada a ser “luz del mundo y sal de la tierra”.

El canto de salida es parte de este envío, acompaña la salida del lugar donde hemos celebrado la Eucaristía, salimos llenos de gozo porque nos sentimos renovamos por la gracia de Dios, por su amor, y fortalecidos por su Espíritu para llevar al mundo al buena nueva del Evangelio: “Que tanto ama Dios al mundo que le dio a su Hijo Jesucristo, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna”

II DOMINGO DE ADVIENTO

II DOMINGO DE ADVIENTO

Is 40, 1-5.9-11, 2Pe 3, 8-14, Mc 1, 1-8

El pregonero sube a un torreón medio derruido y desde allí contempla la hermosura de Jerusalén. Ya no es ciudad exuberante, pero aún queda tiempo para la esperanza. Y el profeta entona una canción. El contenido de su mensaje es para todos.
El grito profético supera todas la antiguas expectativas anunciadas por otros profetas. La liberación está ya cerca, el Señor viene de camino. Dios viene a través de alguien que no es judío sino pagano, Ciro el emperador de Persia, que devolverá a los desterrados a su país, reconstruirá la ciudad y restaurará el templo.
Jerusalén se sentirá consolada y su culpa perdonada. De todos los rincones del orbe llegarán ofrendas y todos verán la gloria de Dios. El profeta que es consolador de esperanzas truncadas, de ideales rotos, se convertirá en heraldo de las Buenas Noticias e invita a preparar el camino al Señor. Llama a una vida conforme a la Alianza, invita a un comportamiento ético y consecuente. Los caminos se preparan con amor, para que todos los peregrinos avancen sin miedo por el camino de la paz que lleva a Dios (Is 40, 1-4.9-11).

En la segunda carta, Pedro les presenta a los cristianos una visión, un anuncio de la venida del Señor que los enemigos de la fe cristiana niegan. El Apóstol argumenta que el retraso de la venida de Dios se debe a la paciencia divina: Dios quiere la conversión de todos. Esta conversión consiste en una vida coherente y fiel a la vocación recibida (2Pe 3,8-14).

Juan Bautista es “la voz que grita en el desierto: preparar el camino al Señor, allanad sus senderos”. La voz debe preparar el camino del Señor en el desierto. ¿Qué desierto es al que se refiere el Evangelio?
El desierto está ligado al camino y a los senderos en toda la tradición veterotestamentaria. El desierto es la vida misma donde todos estamos insertados y en ella necesitamos encontrar los caminos que llevan a Dios. Juan Bautista es la última voz del AT. Él es como el ángel que precede y guía al pueblo hacia la Nueva Alianza, como el nuevo Elías que anuncia al Mesías encargado de reunir al pueblo en el desierto, de todas las naciones y evoca la purificación, la penitencia de todos a través del agua del Jordán. Así prepara el camino del Señor (Mc 1,1-8).

En clave franciscana: Solo Dios puede sacarnos del desierto, de una vida sin sentido (OfP 1, 10; 2, 1.12; 4, 10; 14, 2.3). Es Dios quien liberó a los cautivos israelitas (OfP 14,7), y es el mismo Dios el que nos libera por medio de Jesús (2CtaF 14-15). La salvación “nos viene del Señor” (AlD, 6).
Pero la salvación, aunque ofrecida por Dios, debe ser continuada por nosotros; de ahí que haya que convertirse; es decir: dejarse salvar, dejarse sacar del desierto, crecer en el amor más y más, y así hacer posible que los demás vean la salvación de Dios.
Francisco, en un momento determinado de su vida, sintió la necesidad de empezar a convertirse al Señor dejándose sacar del desierto, dejándose salvar por Él ( Tes 1-3). (1R 22, 9-17).

Hermosas Palabras del Señor: Bellos recuerdos de Adviento
He aquí un coloquio espiritual – ninguna estancia se prohíbe atravesar al viajero que viaja en alas del amor – que establecemos dialogando sobre el Adviento. Hoy, que ya hemos aprendido tantas cosas de liturgia, los sabios nos pueden decir para adentrarnos en el tiempo convertido en culto, cómo nació el adviento... Leer más

Nathan Stone: Nueva tierra de justicia
El relativismo radical del supermercado de las creencias afirma que la fe es cosa de cada uno. Pues, no. Quien crea que su hermano esté irrevocablemente condenado por Dios, también lo va a maltratar. Las víctimas de esa religión son los que, según su antropología... Leer más

Nueva tierra de justicia

Ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida… Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. 2 Pedro 3:10, 13

Fundamentalistas y sectarios de estricta observancia añoran el día inminente cuando choque la tierra con algún trozo de cachureo interplanetario provocando un gran incendio para acabar con todo. Sus fantasías de venganza se verán realizadas. Ellos serán milagrosamente llevados a un lugar más allá del arco iris algunos días antes. Tienen un sitio web donde dejan mensajes odiosos para familiares y conocidos que se quedan aquí para perecer en la destrucción.

Esa es su versión de la Segunda Venida: un masacre generalizado ocasionado por un dios rabioso y cruel. Según ellos, la consciencia ecológica no tiene sentido. Mejor gastar todo, porque pronto se acaba. No es buena noticia, al menos, para los que no pertenecen a su religión.
Hablando en serio, es altamente probable que alguna vez, el planeta llegue a chocar con algún asteroide. Se supone que eso pasó hace 65 millones de años, que así acabó el reinado de los dinosaurios, abriendo paso a los mamíferos, entre ellos, el hombre.

No habrá ninguna nave espacial para llevarse a los elegidos. La justicia de Dios es parejo, y su misericordia, también. El quiere que todos se salven. Este mundo es finito. Sin embargo, cielos nuevos y tierras nuevas son la esperanza concreta de reyes e indigentes, sin excepción.
La gente va a creer lo que quiere. A algunos, les gusta pensar que Dios legitima sus sentimientos vengativos. Les gusta sentirse los favorecidos, porque da validez a la corrupción y al favoritismo en el más acá. Está en su derecho, libertad religiosa y nada que hacerle.

El problema es que la religión de los preferidos que Dios predestinó acarrea consecuencias graves para los demás. A veces, se trata de una convicción más ideológica que religiosa. El soberbio está convencido de que se merece su predominio, y que debe, además, defenderlo. No se trata de una conspiración, sino de una opción errada que provoca daño colateral.

El relativismo radical del supermercado de las creencias afirma que la fe es cosa de cada uno. Pues, no. Quien crea que su hermano esté irrevocablemente condenado por Dios, también lo va a maltratar. Las víctimas de esa religión son los que, según su antropología, carecen de valor y dignidad, lo que quiere decir, los que no pertenecen a su exclusivo club de los preferidos.
Los favoritos, elegidos y predestinados suelen catalogar a los demás. Descalifican a los que no son como ellos, a los que no son de su agrado, a los que desafían su hegemonía. Juzgan, según su criterio vengativo, colocando a la gente inocente en frascos con etiquetas categóricas. La misericordia no existe. Sus pronunciamientos son caprichosos, definitivos y despiadados, como un pequeño adelanto del juicio final. Dificultan el desafío de vivir en paz con un mundo complejo y diverso para todos. A partir de su religión, estamos a un paso de guerras, invasiones, torturas, abortos y campos de concentración. Los elegidos hacen lo que quieren con los condenados.

Cada uno puede creer lo que quiera, pero los discípulos del Cristo gritarán en el desierto para defender al desposeído, al marginado y al extranjero. No se merece el mal trato que este mundo le brinda. Vendrá otro tiempo cuando sea tratado con justicia, cuando sea juzgado, no por las apariencias, ni por las etiquetas, ni por los comentarios, sino por sus obras y con compasión. Hay esperanza para todos, y en especial, para aquellos que quedaron fuera ahora.

Nathan Stone

Te he Llamado

I DOMINGO DE ADVIENTO


I DOMINGO DE ADVIENTO

 Is 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7, 1 Cor 1, 3-9, Mc 13, 33-37


Comenzamos este nuevo año litúrgico con el tiempo del Adviento. Sabemos que Adviento es Advenimiento, que quiere decir que está por llegar Jesús. En este tiempo de Adviento recordamos que Jesús viene a nosotros y nos preparamos para recibirle en Navidad y al final de la vida. Recordamos, pues, su doble venida: la primera cuando se encarnó y vivió entre nosotros como hombre; la segunda cuando venga al final de los tiempos.

El Adviento es tiempo de esperanza, tiempo en el que celebramos todo lo bueno que está por venir a nuestra vida para sacarnos de todas las situaciones negativas que vivimos.

Los cielos deberían rasgarse y venir Dios al encuentro del hombre en un Adviento de historias de perdón. Los hombres reconocemos nuestro pecado al compás de la venida del Señor. El Señor revela su rostro de Padre y nosotros necesitamos de él, porque Él no es indiferente a nuestras esperanzas. Dios viene con la cercanía de la palabra salvadora, cuando la humanidad duerme su misterio. Dios se muestra cercano, amigo y Padre. Dios llega al alba de los tiempos cargado de misericordia, bondad y amistad. Dios sigue viniendo en la Palabra profética con el grito profundo de la misericordia. Llega y suscita la esperanza, renace la ilusión y la vida, perdona y reconcilia a todos los que vigilan, esperan y aguardan la hora de Dios en el Adviento de la vida (Is.63).

San Pablo anima a los cristianos de Corinto a la espera de los tiempos finales. En Corinto están a la espera de la revelación de Jesucristo. Esta manifestación sucederá en el día del Señor, con ecos del AT, donde Dios manifestaba una intervención decisiva. El Apóstol habla así de la venida de Cristo, como fundamento de la esperanza de los cristianos y signo de la unidad entre todos ellos (1Cor 1,3-9).

San Marcos describe la invitación de Jesús a la vigilancia, no a la división de la historia en épocas, ni a un cálculo numérico de tiempo. La intención del evangelista es avisar a la comunidad, para que cuando llegue el Señor no estén dormidos sino que estén preparados .La Iglesia confía en el Hijo del Hombre y está abierta a los signos de los tiempos. La inactividad de la Iglesia es perjudicial.
Vigilad no significa acumular seguridades materiales y defenderse contra los intrusos, sino asumir el camino de la aventura.

El seguimiento de Jesús es tarea y misión. ¡Estad preparados! Significa no dormir, es decir, hacer guardia (Esd 8,59; Sal 127,1).
Dos pasajes del AT nos ayudan a entender la parábola del evangelista (Prov 8,34; Cant 5,2). El primero acentúa la felicidad del hombre vigilante ante la puerta del Señor, guardando sus jambas cada día. El segundo describe la armonía de quien descansa, es decir, el yo de la persona duerme, pero su corazón vigila. Este yo reposa en el corazón, que en lenguaje bíblico es sinónimo de la conciencia, de la personalidad, de la vida (Mc 13,33-37).

En clave franciscana: a lo que se nos invita es a romper con todo lo viejo para dejar paso a una vida nueva. Por eso se nos advierte que debemos estar vigilantes (1R 22, 20. 25); es decir, saber mirar para descubrir al Señor que viene: saber mirar a cada persona, saber mirar las cosas que ocurren en el mundo que nos ha tocado vivir, saber mirar lo que a nosotros mismos nos sucede, saber mirar…, ya que sólo llega a verlo todo con hondura y alcance constructivo el que sabe mirar desde la fe, con una espera esperanzada y la disponibilidad solidaria del amor.

Hermosas Palabras del Señor: Adviento: Cristo esplendente
¿Qué es exactamente el tiempo de Adviento? Los libros litúrgicos lo describen así:
“El tiempo del Adviento tiene dos características: es a la vez un tiempo de preparación a las solemnidades de Navidad en que se conmemora la primera Venida de Hijo de Dios entre los hombres, y un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a esperar la segunda Venida de Cristo al... Leer más

Nathan Stone: Pasteleros, ¿a sus pasteles?
El evangelio llama a estar atentos, a fijarse en lo que está sucediendo en cada rincón de esta aldea global. Los discípulos de Jesús vigilan los signos de los tiempos. No es para meterse en asuntos ajenos, sino para asumir la responsabilidad... Leer más

El decálogo del documento de Benedicto XVI “Africae Munus"

“Africae Munus” ofrece, según el VIS (Vatican Information Service), a la Iglesia en África guías prácticas para la actividad pastoral en las próximas décadas.

1.- Sigue siendo urgente la evangelización ad gentes en África, el anuncio del Evangelio a quienes todavía no conocen a Jesucristo. Es la prioridad pastoral que involucra a todos los cristianos de África.

2.- También se debe animar, cada vez mejor, la evangelización ordinaria en las respectivas Iglesias particulares, comprometiéndose en promover la reconciliación, la justicia y la paz.

3.- Urge también trabajar por la nueva evangelización en África, especialmente de aquellos que se han apartado de la iglesia o no siguen la conducta cristiana. Los cristianos africanos, en particular el clero y los miembros de la vida consagrada, están llamados a apoyar la nueva evangelización también en los países secularizados. Se trata de un intercambio de dones, dado que misioneros africanos ya actúan en los países de los cuales vinieron los misioneros a anunciar la Buena Nueva en África.

4. - Los santos, personas reconciliadas con Dios y con el prójimo, son los artífices ejemplares de la justicia y los apóstoles de la paz. La Iglesia -cuyos miembros están llamados a la santidad- debe encontrar un nuevo fervor, propio de los numerosos santos y mártires, confesores y vírgenes del continente africano, cuyo culto es necesario renovar y promover (véase AM 113).

5.- Para tener más ejemplos actuales y, además, nuevos intercesores en el cielo, se insta a los pastores de las Iglesias particulares a “identificar aquellos siervos africanos del Evangelio que pueden ser canonizados según las normas de la Iglesia” (AM 114).

6.- Asimismo, se deben fortalecer ulteriormente los vínculos de comunión entre el Santo Padre y los Obispos de África, así como entre los obispos del continente a nivel nacional, regional y continental.

7.- Se espera que “los Obispos se comprometan ante todo a promover y sostener efectiva y afectivamente el Simposium de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECEAM) como una estructura continental de solidaridad y comunión eclesial.” (AM 107).

8.- Para profundizar en el misterio de la Eucaristía y para aumentar la devoción a la Eucaristía, se respalda la propuesta de los Padres sinodales para celebrar un Congreso Eucarístico Continental (ver AM 153).

9.- Se anima a la celebración anual en distintos países africanos de “un día o una semana de reconciliación, particularmente durante el Adviento o la Cuaresma”. (AM 157).

10.- De acuerdo con la Santa Sede, el SECEAM podría contribuir al lanzamiento de un “Año de la reconciliación de alcance continental, para pedir a Dios un perdón especial por todos los males y ofensas que los seres humanos se han infligido en África unos a otros, y para que se reconcilien las personas y los grupos que han sido heridos en la Iglesia y en el conjunto de la sociedad” (AM 157).

La Iglesia en África, grata por el don de la fe en el Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se compromete con renovado impulso en la evangelización y en la promoción humana, para que todo el continente se transforme en un vasto campo de reconciliación, de justicia y de paz. De esta manera, la Iglesia contribuye a forjar a la nueva África, llamada a ser cada vez más "pulmón espiritual" de la humanidad.

Mueren en un accidente de coche tres misioneros capuchinos y un voluntario

Dar es Salaam (Agencia Fides) - Tres misioneros capuchinos y un voluntario laico, todos italianos, originarios de la Toscana, murieron en un accidente de tráfico ayer en Dar es Salaam, mientras visitaban las misiones capuchinas en el país africano. Sus nombres: fr. Luciano Baffigi, Ministro provincial de la Toscana; fr. Corrado Trivelli, responsable del servicio Missio ad Gentes, se ocupaba en particular de la animación misionera entre os jóvenes; fr Silverio Ghelli, un antiguo misionero en Tanzania; Andrea Ferri, un joven misionero a cargo de documentar las actividades de los capuchinos en el país africano. De acuerdo con informes preliminares, el automóvil en el que viajaban se salió de la carretera, tal vez para evitar el atropello de un peatón. P. Ghelli que conducía, murió al instante, los otros tres viajeros fueron trasladados al hospital, donde murieron poco después a causa de las lesiones. (SL) (Agencia Fides 23/11/2011)

Pasteleros, ¿a sus pasteles?


Estén atentos, porque no saben cuándo llegará el momento.  Marcos 13:33

Platón escribió su obra quinientos años antes que San Marcos, sin embargo, lamento constatar que sus filosofías influyen más sobre el mundo moderno que el evangelio.  Platón es teórico, perfeccionista y divide nuestra simple humanidad en cuerpo y alma.  Extrañamente, muchos creen que Jesús enseñó esas ideas y que están en la Biblia. Por eso, las toman como parte de su religión.  Pero no es así.  Es platonismo puro, compañero, perfección sin compasión. 

Platón escribió diálogos, en las cuales diferentes personajes debaten temas con Sócrates, bajo el pretexto de que juntos, van a descubrir la verdad.  Lo obvio es que Platón cree haber descubierto su verdad ya, y usa los diálogos para difundirla, creando, además, la ilusión de participar en la búsqueda y hallazgo de la tal certeza perfecta e inmutable. 

Su obra maestra se llama La República.  En realidad, está mal traducido.  Debe llamarse El Estado, o bien, La Política.  El subtítulo nos asegura que trata sobre la bondad y la justicia.  Pero si uno lee un poco, va a encontrar que el título más apropiado sería algo como La política represiva del estado totalitario y despiadado: una redefinición de la justicia.

Los modernos asociamos las repúblicas con la superación de monarquías despóticas mediante la introducción de la democracia.  La república que propone Platón es una monarquía despótica.  Los iluminadísimos filósofos-reyes deben (según él) imponer su versión de la bondad sobre todo el pueblo, por la razón o la fuerza.   Más frecuentemente, es por la fuerza.  Crea un estado militarizado, con tres clases sociales: el filósofo-rey, los soldados y los demás. 

Los demás tenemos que olvidarnos de querer alguna vez participar en el proyecto social del bien común.  El estado, mandado por el rey iluminado, es por definición, perfecto.  Por ende, cualquier sugerencia, propuesta o novedad se entiende como un atentado a la consagrada perfección.   Los soldados llevan detenidos a los innovadores.  Y quedan vaporizados.

La justicia, entonces, según Platón, consiste en que cada uno atienda exclusivamente a lo suyo, sin meterse en cosas ajenas.  Los zapateros deben hacer zapatos, comer y callar.  Los panaderos deben hacer pan, y no preguntas.  De ahí, el dicho,pasteleros, a sus pasteles, (que no está en la Biblia, por si acaso).  La justicia platonista no es solidaria.  Si los niños se mueren de hambre en África, es problema de ellos.  No hay que vivir atentos, sino anestesiados.

La propuesta de especialización era revolucionaria en Atenas, donde el ideal consistía en que cada uno hiciera de todo para participar plenamente en un proyecto común.  Los modernos nos creemos muy democráticos, porque no tenemos reyes y votamos.  (Bueno, algunos votamos.)  Sin embargo, en el fondo, somos individualistas, cada pastelero preocupado de sus propios pasteles, sin mirar fuera del propio metro cuadrado.  El sueño de un mundo más justo es subversivo.  Guardas silencio, o pagas el precio.  Insistimos, a pesar de un macro-debacle económico, severos cambios climáticos y violencia globalizada, que todo está perfecto. 

El evangelio llama a estar atentos, a fijarse en lo que está sucediendo en cada rincón de esta aldea global. Los discípulos de Jesús vigilan los signos de los tiempos.  No es para meterse en asuntos ajenos, sino para asumir la responsabilidad por el conjunto. Nadie sabe cuándo el Padre celestial va a pedir la rendición de cuentas.  Más urgente, cuando menos se espera, llega el momento preciso para ejercer la compasión solidaria con el hermano necesitado, así demostrando que somos herederos del Reino, y no solamente pasteleros de La República.

Felicidades OFS. Dios les bendiga.


17 de noviembre

Santa Isabel de Hungría (1207-1231)

por Javier Martín Artajo

Sobre la dura corteza espiritual de la Edad Media, hendida por la gracia de Dios, brotó una de las flores más delicadas de la Cristiandad: Santa Isabel de Hungría. Nació en el año 1207 en uno de los castillos -Saróspatak o Posonio- de su padre, Andrés II, rey de Hungría, y su madre Gertrudis, hija de Bertoldo IV, el cual llevaba en sus venas sangre de Bela I, también rey de Hungría, por lo que la princesita Isabel vino a ser el más preciado florón de la estirpe real húngara.

Isabel nació en un ambiente de lujo y abundancia que, por divino contraste, fue despertando en su sensible corazón ansias de evangélica pobreza. Desde su privilegiado puesto en la corte descendía, desde muy niña, para buscar a los menesterosos, y los regalos que recibía de sus padres pasaban muy pronto a manos de los pobres. En balde la vestían conforme a su rango principesco, porque aprovechaba el menor descuido para quitarse las sedas y brocados, dárselos a los pobres y volver a palacio con los harapos de la más miserable de sus amiguitas.

Conforme a las costumbres de la época, fue prometida en su más tierna edad a Luis, hijo de Herman I, margrave de Turingia. Este compromiso matrimonial tenía, sin duda, la finalidad política de afianzar la alianza de ambos países contra el rey Felipe de Suabia. Un buen día de primavera -1213-, cuando los campos se desperezaban del gélido sueño invernal, se presentó en el castillo de Posonio una embajada turingia para recoger a la prometida de su príncipe heredero. El rey de Hungría, entonces en la cumbre del poder y riqueza de la dinastía, dotó generosamente a su hija diciendo a los emisarios: «Saludo a vuestro señor y ruego se contente de momento con estas pobres prendas, que, si Dios me da vida, completaré con mayores riquezas». Y revistiendo con palabras tan modestas su jactanciosa exhibición, hizo sacar un cúmulo de tesoros que dejaron admirados a los compromisarios, poco acostumbrados a tales galas en la abrupta y dura comarca de Turingia. El matrimonio tuvo lugar en el año 1221, es decir, al cumplir Isabel sus catorce años, en Wartburg de Turingia. Y de esta manera la princesa, nacida en un país lleno de sol y de abundancia como era Hungría, vino a parar a la dura y pobre tierra germánica.

La pobreza del pueblo estimuló más aún la caridad de la princesa Isabel. Todo le parecía poco para remediar a los necesitados: la plata de sus arcas, las alhajas que trajo como dote y hasta sus propios alimentos y vestidos. En cuanto podía, aprovechando las sombras de la noche, dejaba el palacio y visitaba una a una las chozas de los vasallos más pobres para llevar a los enfermos y a los niños, bajo su manto, un cántaro de leche o una hogaza de pan. Y hasta el propio manto lo entregó un día crudísimo de invierno a una pobre mendiga que temblaba de frío a la vera del camino, y cuál no sería su asombro que, al tender el armiño sobre la chepa de la anciana, vio transfigurarse aquélla en la adorable imagen de Jesucristo.

Por mucho que escondiera sus mercedes no es raro que éstas llegasen a herir a los espíritus envidiosos y mezquinos. No faltó quien acusó a la princesa ante el propio duque de estar dilapidando los caudales públicos y dejar exhaustos los graneros y almacenes. El margrave Luis quería a su esposa con delirio, pero no pudo resistir, sin duda, el acoso de sus intendentes y les pidió una prueba de su acusación.

-- Espera un poco -le dijeron- y verás salir a la señora con la faltriquera llena.

Efectivamente, poco tuvo que esperar el duque para ver a su mujer que salía, como a hurtadillas, de palacio cerrando cautelosamente la puerta. Violentamente la detuvo y la preguntó con dureza:

-- ¿Qué llevas en la falda?

-- Nada..., son rosas -contestó Isabel tratando de disculparse, sin recordar que estaba en pleno invierno-.

Y, al extender el delantal, rosas eran y no mendrugos de pan lo que Isabel llevaba, porque el Señor quiso salir fiador de la palabra de su sierva.

Parece que su suegra, la duquesa viuda Sofía, no miraba a Isabel con buenos ojos, tal vez porque las mercedes que aquélla hacía eran una acusación a su egoísmo o, simplemente, porque creyera que el cariño de Isabel, en el corazón de Luis, había desplazado al suyo. Con más o menos pasión aprovechaba cualquier oportunidad para desvirtuar a Isabel ante los ojos de su marido. Según cuenta la leyenda, volvió en cierta ocasión el margrave Luis de un largo viaje y, ansioso de abrazar a su esposa, fue a buscarla a la alcoba conyugal. Salió a su encuentro la duquesa Sofía, que había escuchado tras de la puerta voces extrañas en la alcoba, y le previno diciendo:

-- Ahora verás, hijo mío, hasta dónde llega la fidelidad de tu esposa.

Forzó la puerta el celoso marido y, al tirar de la cobertura del lecho, vio en él tendida la imagen de Cristo crucificado, en la que se había transfigurado un pobre leproso que Isabel había acostado en su lecho para curarle las llagas.

El celo de los pobres, en los que ella veía siempre la imagen trasunta de Cristo, fue espiritualizando cada vez más su vida. Su alma generosa se asomaba a sus ojos negros y profundos, que brillaban como candelas de amor en las sombrías casuchas de los pobres de Wartburgo. Por muy severas que fuesen sus penitencias, Isabel las recubría con cariño y donaire para no perder el encanto natural ante los ojos de su enamorado esposo. Pero no pudo, en cambio, conciliar su espíritu franciscano con la frivolidad de la vida cortesana.

Bajo la influencia de su confesor, extremadamente severo, Conrado de Marburgo, que la prohibió incluso probar ciertos manjares, Isabel vino a ser una viviente acusación contra una corte un tanto licenciosa, que empezó a conspirar contra la princesa extranjera.

Mientras su marido fue su amparo, nada tuvo que temer la princesa Isabel, pero llegó un día en que en los oídos del príncipe Luis sonó, como llamada irresistible, el clarín convocando a cruzada en nombre de Federico II. Isabel no quiso ser un obstáculo en el camino del príncipe cristiano que ofrecía su lanza para rescatar el Santo Sepulcro. Ya su padre, el rey Andrés II, había regresado sobreviviente de la quinta cruzada, y cada vez era más difícil vencer la desilusión y la indiferencia de los reyes y de los pueblos cristianos por coronar tan caballerosa empresa. El noble corazón de Luis se creyó, sin duda, más obligado a dar ejemplo y, dejando sola a su esposa, partió con sus caballeros, con propósito de embarcarse en Otranto para unirse a la cruzada. Pocos meses después, Isabel recibía, de manos de un emisario turingio, la cruz de su marido, que había muerto víctima de una epidemia.

Así, pues, a los veinte años -1227- la princesa Isabel quedó viuda y desamparada en una corte extranjera y hostil, y fue entonces cuando realmente empezó su calvario. Su cuñado Herman, queriendo desplazar a los hijos de Luis de la herencia del Ducado, acusó a Isabel de prodigalidad, y en verdad que ella había volcado hasta el fondo de su arca para remediar la miseria del pueblo en el temible «año del hambre» que Europa entera atravesaba. Las acusaciones de Herman encontraron eco en la corte, y la princesa Isabel, expulsada de palacio, tuvo que buscar refugio con sus tres hijos y la compañía de dos sirvientas en Marburgo, la patria de su madre. En tan difícil situación la socorrieron sus tíos, la abadesa Mectildis de Kitzingen y el obispo de Bamberg, que ya había abandonado el proyecto que tuvo de casarla de nuevo.

El pontífice Gregorio IV nombró a Conrado de Marburgo su «defensor». Los buenos oficios que éste desplegó consiguieron, por fin, que la princesa fuese indemnizada con una importante suma y se le asignasen unas posesiones en la villa de Marburgo. Pero Isabel ya nada tenía que la ligase al mundo, y solemnemente, en la iglesia de los Frailes Menores de Eisenach, renunció a sus bienes, vistió el hábito gris de la Tercera Orden y se consagró enteramente y de por vida a practicar heroicamente la caridad. Años después -1228-29- emprendió la construcción del hospital de Marburgo, cuya capilla puso bajo la advocación del Padre Seráfico, San Francisco de Asís, recientemente canonizado.

Por aquel entonces regresaban los cruzados de los Santos Lugares ardiendo en fiebres y con sus carnes maceradas por la lepra, y a ellos dedicaba Isabel sus más amorosos cuidados, en recuerdo, sin duda, de su marido, muerto muy lejos del alcance de sus manos.

Isabel, firme en su propósito de dedicar su vida a los pobres y enfermos, buscando en ellos al propio Jesucristo, rechazó una y otra vez la llamada de su padre, el rey de Hungría, que, valiéndose de nobles emisarios y hasta de la autoridad episcopal, trataba de convencerla de que regresase a su país. En cambio, acudió solícita a la llamada de su Señor, y a los veinticuatro años -1231- subió al cielo a recibir el premio merecido por haber aplicado el agua a tantos labios sedientos, curado tantas heridas ulceradas y consolado tantos corazones oprimidos.

La fama de su santidad quedó bien patente en el entierro, que conmovió toda la comarca. Poco después de su muerte, las jerarquías religiosas de tres países y Conrado de Turingia, gran maestre que fue de la Orden Teutónica, promovieron en la Santa Sede la declaración de sus heroicas virtudes, y el proceso terminó con la solemne ceremonia de la canonización el 27 de mayo de 1235 en Perusa, todavía en vida de su padre, Andrés II de Hungría. Su festividad fue fijada para el 19 de noviembre [pero, en la actualidad, se celebra el 17 del mismo mes]. Unos meses más tarde fue colocada la primera piedra de la catedral gótica de Marburgo y en ella se rindió el primer testimonio de veneración a la santa princesa por el emperador Federico II al frente de su pueblo.

Santa Isabel de Hungría ha sido erigida como Patrona de la Tercera Orden Franciscana y son muchas las congregaciones religiosas dedicadas a la caridad que llevan su nombre, y más de setenta los templos que la tienen por Patrona.

Javier Martín Artajo, Santa Isabel de Hungría, en Año Cristiano, Tomo IV, Madrid, Ed. Católica (BAC 186), 1960, pp. 414-418

Los frutos de la herencia franciscana


Del diálogo ecuménico al encuentro de Asís

En Italia la preparación para la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, convocada por Benedicto XVI para el 27 de octubre en Asís, se ha visto marcada por múltiples iniciativas, en las que han participado las comunidades locales. Son al menos dos los elementos fundamentales. Por una parte, la insistencia en la importancia de las tradiciones franciscanas para la construcción de una cultura del diálogo y de la paz. Y, por otra, la necesidad de multiplicar las ocasiones de conocimiento entre las religiones en Italia.

La necesidad de construir la paz asume un valor profético precisamente por la dificultad de testimoniar aquellos valores con los que la paz se realiza a partir de la búsqueda de la justicia en el mundo.
En esta perspectiva se sitúa el encuentro organizado por la familia franciscana de Campania, en Parlargine di Ponticelli, el domingo 23 de octubre. Con este encuentro se ha querido manifestar la vocación de los cristianos a ser testigos de la paz en el mundo.

Con esta intención se pensó también el encuentro, organizado por la Oficina para el ecumenismo y el diálogo interreligioso de la archidiócesis de Matera y por la comunidad franciscana local, precisamente para el jueves 27. Una cita a través de la cual se puede ofrecer a la ciudad un momento de reflexión, diálogo y oración a la luz del «espíritu de Asís» para interrogarse sobre cómo deben vivir los creyentes su fe al servicio de la causa de la paz.

Especialmente significativa será la celebración, el viernes 28, de una plegaria ecuménica en Frosinone, presidida por el obispo Ambrogio Spreafico. Seguirá un encuentro con la comunidad islámica local, precisamente para subrayar que el «espíritu de Asís» constituye para todos los cristianos un impulso no sólo a orar por una unidad cada vez más visible, sino también para el redescubrimiento de una vocación común al diálogo con los demás.

En ciertos aspectos, puede considerarse ejemplar, para una síntesis eficaz del redescubrimiento de las tradiciones franciscanas en favor de la paz y de la acción para el desarrollo del diálogo entre las religiones, la jornada de estudio organizada por el Instituto de estudios ecuménicos San Bernardino de Venecia, el jueves 27.

La multiplicidad de las iniciativas para la preparación del encuentro de Asís muestran, por tanto, que numerosos bautizados en Italia han acogido la invitación a convertirse en «peregrinos de la verdad y peregrinos de la paz» para ser testigos de la luz de Cristo que ilumina el mundo.


Riccardo Burigana

Migraciones y nueva evangelización

Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2012

La acogida a los emigrantes y refugiados, más que cuestión de solidaridad y de compartir, es una oportunidad providencial para renovar el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Lo escribe el Papa en el mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, que se celebrará el próximo 15 de enero sobre el tema «Migraciones y nueva evangelización».


Queridos hermanos y hermanas:

Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, «constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes» (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 14). Más aún, hoy notamos la urgencia de promover, con nueva fuerza y modalidades renovadas, la obra de evangelización en un mundo en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupos. En esta nueva situación debemos despertar en cada uno de nosotros el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas a anunciar con ardor la novedad evangélica, haciendo resonar en nuestro corazón las palabras de san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).

El tema que he elegido este año para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado – Migraciones y nueva evangelización – nace de esta realidad. En efecto, el momento actual llama a la Iglesia a emprender una nueva evangelización también en el vasto y complejo fenómeno de la movilidad humana, intensificando la acción misionera, tanto en las regiones de primer anuncio como en los países de tradición cristiana.

El beato Juan Pablo II nos invitaba a «alimentarnos de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la evangelización…, [en una situación] que cada vez es más variada y comprometedora, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que la caracteriza» (Carta apostólica Novo millennio ineunte, 40). En efecto, las migraciones internas o internacionales realizadas en busca de mejores condiciones de vida o para escapar de la amenaza de persecuciones, guerras, violencia, hambre y catástrofes naturales, han producido una mezcla de personas y de pueblos sin precedentes, con problemáticas nuevas no solo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Como escribí en el Mensaje del año pasado para esta Jornada mundial, las consecuencias actuales y evidentes de la secularización, la aparición de nuevos movimientos sectarios, una insensibilidad generalizada con respecto a la fe cristiana y una marcada tendencia a la fragmentación hacen difícil encontrar una referencia unificadora que estimule la formación de «una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias». Nuestro tiempo está marcado por intentos de borrar a Dios y la enseñanza de la Iglesia del horizonte de la vida, mientras crece la duda, el escepticismo y la indiferencia, que querrían eliminar incluso toda visibilidad social y simbólica de la fe cristiana.

En este contexto, los inmigrantes que han conocido a Cristo y lo han acogido son inducidos con frecuencia a no considerarlo importante en su propia vida, a perder el sentido de la fe, a no reconocerse como parte de la Iglesia, llevando una vida que a menudo ya no está impregnada de Cristo y de su Evangelio. Crecidos en el seno de pueblos marcados por la fe cristiana, a menudo emigran a países donde los cristianos son una minoría o donde la antigua tradición de fe ya no es una convicción personal ni una confesión comunitaria, sino que se ha visto reducida a un hecho cultural. Aquí la Iglesia afronta el desafío de ayudar a los inmigrantes a mantener firme su fe, aun cuando falte el apoyo cultural que existía en el país de origen, buscando también nuevas estrategias pastorales, así como métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios. En algunos casos se trata de una ocasión para proclamar que en Jesucristo la humanidad participa del misterio de Dios y de su vida de amor, se abre a un horizonte de esperanza y paz, incluso a través del diálogo respetuoso y del testimonio concreto de la solidaridad, mientras que en otros casos existe la posibilidad de despertar la conciencia cristiana adormecida a través de un anuncio renovado de la Buena Nueva y de una vida cristiana más coherente, para ayudar a redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que llama al cristiano a la santidad dondequiera que se encuentre, incluso en tierra extranjera.

El actual fenómeno migratorio es también una oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra, que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial, piden ser acogidos en países de antigua tradición cristiana. Es necesario encontrar modalidades adecuadas para ellos, a fin de que puedan encontrar y conocer a Jesucristo y experimentar el don inestimable de la salvación, fuente de «vida abundante» para todos (cf. Jn 10,10); a este respecto, los propios inmigrantes tienen un valioso papel, puesto que pueden convertirse a su vez en «anunciadores de la Palabra de Dios y testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 105).

En el comprometedor itinerario de la nueva evangelización en el ámbito migratorio, desempeñan un papel decisivo los agentes pastorales – sacerdotes, religiosos y laicos –, que trabajan cada vez más en un contexto pluralista: en comunión con sus Ordinarios, inspirándose en el Magisterio de la Iglesia, los invito a buscar caminos de colaboración fraterna y de anuncio respetuoso, superando contraposiciones y nacionalismos. Por su parte, las Iglesias de origen, las de tránsito y las de acogida de los flujos migratorios intensifiquen su cooperación, tanto en beneficio de quien parte como, de quien llega y, en todo caso, de quien necesita encontrar en su camino el rostro misericordioso de Cristo en la acogida del prójimo. Para realizar una provechosa pastoral de comunión puede ser útil actualizar las estructuras tradicionales de atención a los inmigrantes y a los refugiados, asociándolas a modelos que respondan mejor a las nuevas situaciones en que interactúan culturas y pueblos diversos.

Los refugiados que piden asilo, tras escapar de persecuciones, violencias y situaciones que ponen en peligro su propia vida, tienen necesidad de nuestra comprensión y acogida, del respeto de su dignidad humana y de sus derechos, así como del conocimiento de sus deberes. Su sufrimiento reclama de los Estados y de la comunidad internacional que haya actitudes de acogida mutua, superando temores y evitando formas de discriminación, y que se provea a hacer concreta la solidaridad mediante adecuadas estructuras de hospitalidad y programas de reinserción. Todo esto implica una ayuda recíproca entre las regiones que sufren y las que ya desde hace años acogen a un gran número de personas en fuga, así como una mayor participación en las responsabilidades por parte de los Estados.
La prensa y los demás medios de comunicación tienen una importante función al dar a conocer, con exactitud, objetividad y honradez, la situación de quienes han debido dejar forzadamente su patria y sus seres queridos y desean empezar una nueva vida.

Las comunidades cristianas han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia.
Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que, habiendo huido de la violencia, deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de «alegría plena» (cf. Jn 15,11).

Por último, deseo recordar la situación de numerosos estudiantes internacionales que afrontan problemas de inserción, dificultades burocráticas, inconvenientes en la búsqueda de vivienda y de estructuras de acogida. De modo particular, las comunidades cristianas han de ser sensibles respecto a tantos muchachos y muchachas que, precisamente por su joven edad, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia y cultivan en su corazón una profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios. De modo especial, las Universidades de inspiración cristiana han de ser lugares de testimonio y de irradiación de la nueva evangelización, seriamente comprometidas a contribuir en el ambiente académico al progreso social, cultural y humano, además de promover el diálogo entre las culturas, valorizando la aportación que pueden dar los estudiantes internacionales. Estos se sentirán alentados a convertirse ellos mismos en protagonistas de la nueva evangelización si encuentran auténticos testigos del Evangelio y ejemplos de vida cristiana.

Queridos amigos, invoquemos la intercesión de María, Virgen del Camino, para que el anuncio gozoso de salvación de Jesucristo lleve esperanza al corazón de quienes se encuentran en condiciones de movilidad por los caminos del mundo. Aseguro todos mi oración, impartiendo la Bendición Apostólica.
Vaticano, 21 de septiembre de 2011


26 de octubre de 2011

EL ESPÍRITU DE ASÍS



27 de octubre, 2011. (Romereports.com) Tras el viaje de una hora y media en tren de Roma a Asís, Benedicto XVI se trasladó al centro de la ciudad en minibus, junto con otros participantes en el encuentro. Una vez en la basílica de Santa María de los Ángeles, el Papa hizo de anfitrión y recibió personalmente a los principales líderes religiosos en la puerta. Un coro de frailes franciscanos cantó durante el encuentro.

El cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, departamento del Vaticano promotor del encuentro, recordó la primera jornada de 1986 con un vídeo.

En su discurso, Benedicto XVI lamentó los casos en los que la religión cristiana ha sido la excusa para ejercer la violencia.

Benedicto XVI
“Quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de verguenza”.

Benedicto XVI invitó a la reconciliación entre los países y denunció el terrorismo religioso. Dijo que en estos casos, “la religión no está al servicio de la paz, sino que es una justificación inútil de la violencia”. Por eso, bajo el lema de este encuentro, el Papa propuso volver a aunar esfuerzos para alcanzar la paz.

Benedicto XVI
“Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compormiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para conclui, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser 'peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz'”.

También hablaron algunos de los representantes de las principales religiones. Como el líder de la Iglesia ortodoxa, Bartolomé I.

Patriarca Bartolomé I
“Nuestro diálogo es de reconciliación. Todos nos reconocemos en esta expresión de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios”.

El primado de la Iglesia anglicana, Rowan Williams, destacó que gracias a la relación con Dios ya no existen personas extranjeras.

Rowan Williams
“Estamos aquí hoy para declarar nuestra voluntad, nuestra apasionada determinación, de persuadir a nuestro mundo de que los seres humanos no pueden ser extranjeros, y que su reconocimiento es posible por nuestra relación universal con Dios”.

También intervinieron autoridades judías y musulmanas, entre otros. El representante de los judíos de Estados Unidos recordó el empeño por conseguir la paz, mientras que Muzadi, autoridad musulmana explicó el por qué de las religiones en el mundo.

Rabino David Rosen
“Espero que este encuentro de hoy refuerce a los hombres y mujeres de fe y de buena voluntad a multiplicar los esfuerzos y a hacer de este objetivo una realidad que lleve una verdadera bendición y curación a la humanidad”.

Esta jornada en Asís no incluye un momento de oración común sino que se deja un tiempo de silencio, de reflexión para que de manera privada se rece por la paz.




DISCURSO DEL PAPA EN ASÍS

Queridos hermanos y hermanas,
Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales y de las Religiones del mundo,queridos amigos
Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿A qué punto está hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.
Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos nosotros de modo nuevo.
Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia y la discordia. A grandes líneas – según mi parecer – se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades. Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia.
A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Esta pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre ustedes? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.
Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.
Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo.
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.
Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz».

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