Las trampas de la solidaridad

La solidaridad es un ámbito donde aparece lo mejor del ser humano, pero donde también aparecen nuestras mayores trampas. La persona es un ser con capacidad de solidarizarse y con infinita capacidad de autoengaño. La solidaridad es uno de los ámbitos donde el ser humano se hace más trampas.

La solidaridad, a la vez que toca las teclas más bellas de la condición humana, roza las fibras en las que su ambivalencia se hace más palpable: vanidad, auto imagen, protagonismo, narcisismo, interés egoísta, erótica de la superioridad… ¿Cuáles son la motivaciones de la solidaridad?¿Cuáles las expectativas?

Muchas veces ocupa un lugar predominante nuestra necesidad de sentirnos valorados y de vernos buenos. No existe un ejercicio puro de solidaridad gratuita y generosa. La tensión entre la gratuidad y el propio interés es propia de nuestra contradictoria condición humana. Si somos conscientes de ello, podemos aprender a aceptarla y valorarla.

Nos hacemos trampas al sentirnos buenos, porque ese sentimiento nos separa de los demás, nos hace sentirnos por encima del resto: nos hace sentirnos superiores a los que ayudamos y nos hace sentirnos también superiores a los que nos rodean, que parece que no hacen nada ni ven nada del sufrimiento de los otros.

Pero la realidad no es así, la razón de nuestra solidaridad pierde su sentido real y en nuestro sentimiento de superioridad está el pago de nuestra grandeza. Además, muchas veces lo que hacemos ni siquiera es un acto de generosidad, sino de mínima justicia.

Poder dar gratis, incondicionalmente, acercarnos al dolor del otro, está unido al amor y a la bondad del corazón, capaz de acoger el sufrimiento. En el Evangelio Dios nos da la fuerza y la fuente del amor. Desde ahí, la posibilidad de acoger y solidarizarnos para aliviar el sufrimiento de los otros no es mérito nuestro, sino un gran regalo. Acercándonos al amor incondicional de Dios, llegamos a ser capaces de asumir nuestra existencia: podemos recibir todo lo que nos toca como un don y entregarnos de la misma manera a los que nos son confiados.

Espiritualidad franciscana

La espiritualidad franciscana es netamente solidaria, porque todos somos hermanos y todo lo que ocurre al hermano me afecta y me importa. El hermano no puede decir a su hermano: “no me importas” o “no sé quién eres”, porque todos, todos somos hermanos. De aquí brota la solidaridad. Pero nos ocurre, como ocurría a los primeros hermanos, que nuestras motivaciones no siempre son limpias. Detrás de las cosas más sagradas que hacemos, existen a menudo móviles ruines, pobres, egoístas. El Hno. Francisco se dio cuenta pronto de esto y en los avisos que Francisco hace a sus hermanos les advierte de esas trampas, de la necesidad de un corazón limpio, sin atajos, sin buscarse a sí mismo. Se nos dan los hermanos, no para lucirnos nosotros, sino para amarlos.

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