• Imagen 1 Nuestro Carisma
    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Juan Pablo II

 


Himno
en la beatificación del Papa
Juan Pablo II
(Roma, 1 mayo 2011)



Juan Pablo de mil caminos,
con la cruz de Cristo alzada,
¡una peana de amor
hoy la Iglesia te levanta!

1. Cristo Jesús Redentor
fue tu primera palabra:
¡abrid las puertas a Cristo,
sin miedo, con esperanza!

2. Y a la Virgen, dulce Madre,
acogeos con confianza:
“Soy todo tuyo”, María,
de Jesús trono de gracia.

Juan Pablo de mil caminos,
con la cruz de Cristo alzada,
¡una peana de amor
hoy la Iglesia te levanta!

3. Europa – Oriente, Occidente –
dos pulmones para un alma,
y una fe, testigo vivo
de sus raíces cristianas.

4. Y el mundo, nuestra familia,
que Dios mismo a sí consagra;
reine el amor y la vida,
Dios viviente en toda raza.

Juan Pablo de mil caminos,
con la cruz de Cristo alzada,
¡una peana de amor
hoy la Iglesia te levanta!

5. Juan Pablo el humilde y grande,
hoy coronado en la Patria,
Beato Juan Pablo, hermano,
y amigo que nos abrazas.

6. ¡Divina Misericordia
de Dios que perdona y ama,
por el don de este cristiano
gloria y hermosa alabanza! Amén.

Juan Pablo de mil caminos,
con la cruz de Cristo alzada,
¡una peana de amor
hoy la Iglesia te levanta!


Puebla de los Ángeles (México), 9 abril 2011
Rufino María Grández Lecumberri, OFMCap


 

Yo Soy el Camino

Resusitó

Feliz Pascua. Jesús ha resucitado

Glora, laus et honor

Contempladlo y quedaréis radiates: Vocación a la identificación plena con Jesucristo


De los Sermones de san León Magno, papa

Sermón 15 sobre la Pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367.

MEDITACIÓN SOBRE LA PASIÓN DEL SEÑOR

El que quiera venerar de verdad la pasión del señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.

Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad Santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realicen ya en los corazones.

No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?

La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre Sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la verdadera.

El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.

Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.

En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quien hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?

Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado, por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.

Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré y también ante mi Padre que está en los cielos.

Querido lector hasta aquí el texto de San León. Ahora te invito a reflexionar en torno a la vocación que Dios te ha dado y que siempre va a girar alrededor de la gracia de la santidad. Obviamente es necesario conocerle de manera muy personal a Dios y tener una relación personalísima con Él para poder aceptarle. Una vez que le has aceptado, también asumes tu condición de Hijo y miembro del Cuerpo de Cristo que es la cabeza. No se trata de que Tú seas como él, es decir como Dios en toda la extensión del término, sino que aceptes que Dios sea como Tu. Esto te llevará siempre a tener en cuenta que si Dios es como Tú, debes de andar y vivir como Él anduvo y vivió aquí en la tierra. No te avergüences si descubres que Dios te ha dado una vocación especial a seguirle de manera radical. Él sabrá premiarte.

Paz y Bien

Fort Worth, Texas.

Abril 7 de 2011.

Fray Pablo capuchino Misionero.

Queda prohibido


powered by Blogger | WordPress by Newwpthemes | Converted by BloggerTheme