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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Resurrección

Resurrección

Resurrección


Saint

Si lo hizo

No Pierdan la Paz

Capuchino, Misionero y santo

22 de mayo
Beato Diego José de Cádiz (1743-1801)





Nace. en Cádiz el 30 mar. 1743, vistió el hábito capuchino en Sevilla (12 nov. 1757), cifrando su ideal en ser: «capuchino, misionero y santo». Ordenado sacerdote en Carmona (13 jun. 1766) se impuso un riguroso plan de vida: mucha oración y negación de sí mismo, observancia, estrecha pobreza, austeridad y penitencias de ayunos, cilicios y disciplinas. Durante seis años vivió retirado en el convento de Ubrique, dedicado por entero a intensificar la vida espiritual y ampliar sus estudios; así se preparó para secundar mejor los designios de Dios sobre él. En 1772 inició la predicación, sobre todo de misiones populares, que bien pronto se convirtieron en ruidosas y llamativas, poniendo en conmoción a toda España. En ese apostolado, encaminado a la reforma de costumbres y reafirmación de fe en el pueblo, prosiguió los 30 años de su existencia.

Fray Diego José de Cádiz, del que se conocían sus rasgos físicos en vida, se opta por revestirlo con el sayal propio de la orden franciscana en su reforma capuchina, con cíngulo a la cintura con tres nudos que significan los votos o virtudes de la orden –pobreza, castidad y obediencia- y con el crucifijo en las manos al que reverencia en actitud de besarlo, en clara transposición de aquellas representaciones de San Francisco difundidas por España tras el Concilio de Trento, en las que incluso es abrazado por Cristo desde la Cruz en asimilación de la misma entrega por los demás que el Maestro. Los rasgos del Venerable Capuchino asimilan del mismo modo sus barbas pobladas, pómulos prominentes, mejillas hundidas y ardor místico, algo que en vida de Fray Diego ya estaba semejado por los componentes de la orden.



Treinta años de activísima vida misionera no caben en unas páginas. No es posible reducir a tan breve síntesis la labor de este apóstol capuchino, que, siempre a pie, recorrió innumerables veces Andalucía entera en todas direcciones; que se dirigió después a Aranjuez y Madrid, sin dejar de misionar a su paso por los pueblos de la Mancha y de Toledo; que emprendió más tarde un largo viaje desde Roma hasta Barcelona, predicando a la ida por Castilla la Nueva y Aragón, y a la vuelta por todo Levante; que salió, aunque ya enfermo, de Sevilla y, atravesando Extremadura y Portugal, llegó hasta Galicia y Asturias, regresando por León y Salamanca.

Pero hay que recordar, además, que en sus misiones hablaba varias horas al día a muchedumbres de cuarenta y aun de sesenta mil almas (y al aire libre, porque nuestras más gigantescas catedrales eran insuficientes para cobijar a tantos millares de personas, que anhelaban oírle como a un «enviado de Dios»); que tuvo por oyentes de su apostólica palabra, avalada siempre por la santidad de su vida, a los príncipes y cortesanos por un lado y a los humildes campesinos por otro, a los intelectuales y universitarios y a las clases más populares, al clero en todas sus categorías y a los ejércitos de mar y tierra, a los ayuntamientos y cabildos eclesiásticos y a los simples comerciantes e industriales y aun a los reclusos de las cárceles; que intervino con su consejo personal y con su palabra escrita, bien por dictámenes más o menos públicos, bien por su casi infinita correspondencia epistolar, en los principales asuntos de su época y en la dirección de muchas conciencias; que escribió tal cantidad de sermones, de obras ascéticas y devocionales, que, reunidas, formarían un buen número de volúmenes; que caminaba siempre a pie, con el cuerpo cubierto por áspero cilicio, pero alimentando su alma con varias horas de oración mental al día; y que, si le seguía un cortejo de milagros y de conversiones ruidosas, también supo de otro cortejo doloroso de ingratitudes, de incomprensiones y aun de persecuciones, hasta morir envuelto en un denigrante proceso inquisitorial.

¿Cómo describir, siquiera someramente, tan inmensa labor? La amplitud portentosa de aquella vida, tan extraordinariamente rica de historia y de fecundidad espiritual, durante los últimos treinta años del siglo XVIII, a lo largo y ancho de la geografía peninsular, se resiste a toda síntesis. Sólo de la Virgen Santísima, a la que especialmente veneraba bajo los títulos de Pastora de las almas y de la paz, predicó más de cinco mil sermones. Y seguramente pasaron de veinte mil los que predicó en su vida de misiones, las cuales duraban diez, quince y aun veinte días en cada ciudad.

La misión concreta de su vida y el porqué de su existencia podría resumirse en esta sola frase: fue el enviado de Dios a la España oficial de fines de aquel siglo y el auténtico misionero del pueblo español en el atardecer de nuestro Imperio.

Nuestros intelectuales de entonces y las clases directoras, con el consentimiento y aun con el apoyo de los gobernantes, abrían las puertas del alma española a la revolución que nos venía de allende el Pirineo, disfrazada de «ilustración», de maneras galantes, de teorías realistas. Todo ello producía, arriba, la «pérdida de Dios» en las inteligencias. Luego vendría la «pérdida de Dios» en las costumbres del pueblo. Aquella invasión de ideas sería precursora de la invasión de armas napoleónicas que vendría después.

No todos vieron a dónde iban a parar aquellas tendencias ni cuáles serían sus funestos resultados. Pero fray Diego los vio con intuición penetrante –y mejor diríamos profética–, ya desde sus primeros años de sacerdocio. Por eso escribía: «¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!... ¡Qué ardor para derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!»

Dios le había escogido para hacerle el nuevo apóstol de España, y su director espiritual se lo inculcaba repetidas veces: «Fray Diego misionero es un legítimo enviado de Dios a España». Y convencido de ello, el santo capuchino se dirige a las clases rectoras y a las masas populares. Entre la España tradicional que se derrumba y la España revolucionaria que pronto va a nacer, él toma sus posiciones, que son: ponerse al servicio de la fe y de la patria y presentar la batalla a la «ilustración». Había que evitar esa «pérdida de Dios» en las inteligencias y fortalecer la austeridad de costumbres en la masa popular. Y cuando vio rechazada su misión por la España oficial (¡cuánta parte tuvieron en ello Floridablanca, Campomanes y Godoy...!), se dirigió únicamente al auténtico pueblo español, con el fin de prepararle para los días difíciles que se avecinaban.

En su misión de Aranjuez y Madrid (1783) el Beato se dirigió a la corte. Pero los ministros del rey impidieron solapadamente que la corte oyera la llamada de Dios. Intentó también fray Diego traer al buen camino a la vanidosa María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Pero, convencido más tarde de que nada podía esperar, sobre todo cuando Godoy llegó a privado insustituible de Palacio, el santo misionero rompió definitivamente con la corte, llegando a escribir, más tarde, con motivo de un viaje de los reyes a Sevilla: «No quiero que los reyes se acuerden de mí».

Para cumplir fielmente su misión, el Beato recibió de Dios carismas extraordinarios, que podríamos recapitular en estos tres epígrafes: comunicaciones místicas que lo sostuvieran en su empresa, don de profecía y multiplicación continua de visibles milagros.

Pero Dios no se lo dio todo hecho. Hay quienes, conociéndole sólo superficialmente, no ven en él más que al misionero del pueblo que predica con celo de apóstol, acentos de profeta y milagros de santo. Pero junto al orador, al santo, al profeta y al apóstol, aparece también a cada momento el hombre. También él siente las acometidas de la tentación carnal; también él se apoca y sufre cuando se le presenta la contradicción; también él experimenta dificultades y desganas para cumplir su misión; y aun sólo «a costa de estudio y de trabajo» –dice él– logra escribir lo que escribe. Y a pesar de todo, nada de «tremendismo» en su predicación, como no fuera en contados momentos, cuando el impulso divino le arrebata a ello. Y así, mientras otros piden a Dios el remedio de los pueblos por medio de un castigo misericordioso, «yo lo pido –escribe– por medio de una misericordia sin castigo». Y no se olvide que vivió en los peores tiempos del rigorismo. ¿Y cómo no iba a ser así, si él fue siempre, como buen franciscano y neto andaluz, santamente humano y alegre, ameno en sus conversaciones y gracioso hasta en los milagros que hacía?

Pero el celo de la gloria de Dios y el bien de las almas le dominaron de suerte que ello solo explica aquel perfecto dominio de sus debilidades humanas, aquella actividad pasmosa, lo mismo predicando que escribiendo, y aquel idear disparates: como el deseo de no morir, para seguir siempre misionando; o el de misionar entre los bienaventurados del cielo o los condenados del infierno; o el de marcharse a Francia, cuando tuvo noticias de los sucesos de París en 1793, para reducir a buen camino a los libertinos y forajidos de la Revolución Francesa.

Dícese de Napoleón que, desterrado ya en Santa Elena, exclamaba recordando sus victorias y su derrota definitiva: «La desgraciada guerra de España es la que me ha derribado». Pero esta guerra no la vencieron nuestros reyes ni nuestros intelectuales; la venció aquel pueblo que había recibido con sumisión y fidelidad las enseñanzas del «enviado de Dios». Este pueblo, fiel a la misión de fray Diego, no traicionó a su fe ni a su patria; los intelectuales y gobernantes, que habían rechazado esa misión, traicionaron a su patria, porque ya habían traicionado a su fe.

Sólo Dios puede medir y valorar –como sólo Él los puede premiar– los frutos que produjo la constante y difícil, fecunda y apostólica actividad misionera del Beato Diego José de Cádiz. Describiendo él su vocación religiosa decía: «Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo». Y lo fue. Realizó a maravilla este triple ideal. Su vida fue un don que Dios concedió a España a fines del XVIII. Por la gracia de Dios y sus propios méritos, fray Diego fue capuchino, misionero y santo.

Serafín de Ausejo, O.F.M.Cap.,
Beato Diego José de Cádiz, en Año Cristiano, Tomo I,
Madrid, Ed. Católica (BAC 182), 1959, pp. 684- 687.

Hermano Capuchino Diego José, hoy te encomendamos de manera muy especial y necesaria la nueva evangelización de tu Patria, la Patria que nos ha dado la fe y que te ha visto nacer. Hoy sufre el sinsentido y la frustración de querer sacar a toda costa de su vida a Dios. Tú serás e Apóstol que nuevamente alcance desde el Reino del Padre del Hijo y del Espíritu Santo la gracia de la nueva evangelización, para que la fe se vuelva a arraigar en ese bendito suelo y siga siendo un signo para la humanidad entera. España te necesita, necesita de tu intercesión. Necesita de tu sabiduría y necesita de tu humildad y sencilléz Seráfica.

Beato Diego José de Cadiz ruega por nosotros y por España entera.

Publicado por fray Pablo Capuchino Misionero.

Juan Pablo II y los Capuchinos

VATICANO. El 1° de mayo, en la Plaza San Pedro, Juan Pablo II fue proclamado beato por el Papa Benedicto XVI. En el curso de su largo pontificado el Papa Wojtyla ha sido cercano a nuestra Orden y le ha dirigido mensajes en ocasión de las beatificaciones y canonizaciones de nuestros frailes, o bien, para las asambleas internacionales y nacionales, así como a varios Capítulos generales.
Fr. John Corriveau, en el prólogo al libro Queridos hermanos capuchinos… escribía:
Juan Pablo II ha sabido cntinuamente indicarnos y dirigirnos sobre la vía maestra del carisma que Francisco acogió, experimentó y confió a sus hermanos, de modo que, continuase vivo. Y la vía maestra es el amor pobre vivido en y desde la fraternidad, porque el “construir la fraternidad”, permite al Reino de Dios hacerse visible y crecer entre los hombres de todos los tiempos. Juan Pablo II, en su infatigable proponernos nuevas fi guras de santos y beatos, crecidos y vividos en el carisma franciscano-capuchino, no ha hecho otra cosa que decirnos que esto es posible también en nuestros tiempos de modernidad, de tecnología y de una cultura que parece tener como fin rechazar a Dios.


Tengan un verdadero impulso profético ayudando a los hombres de nuestro tiempo que en lo que concierne a los valores morales para que no tanteen en la oscuridad. Animen a los jóvenes, promuevan grupos bíblicos y comunidades de oración. ¡Lleven a Cristo al mundo! Llévenlo con coraje. Los capuchinos han dado siempre un luminoso ejemplo de evangelización a través de su característico contacto popular. ¡Sean misioneros! La exigencia de llevar el evangelio “ad gentes” se hace hoy tanto más urgente en cuanto crece la multitud de pueblos que aún no han encontrado al Señor Jesús (…). Las necesidades pastorales del lugar de origen no constituyen una razón suficiente para no dejar la propia tierra e ir adonde Dios les mostrará (…) En el ejemplo y enseñanza de San Francisco ustedes tienen una rica herencia que custodiar: la de prepararse de manera particular para la nueva evangelización. Juan Pablo II. Roma 1.07.1994

Yo Soy la Puerta

48. El Señor es mi Pastor: nada me falta

(Domingo IV de Pascua, Año A: Jn 10,1-10)


Hermanos:

1. En el Nuevo Testamento hay, entre todos, una pasaje sobre El Buen Pastor: “Yo soy el Buen pastor”, capítulo 10 del Evangelio de san Juan.
En los salmos hay un Salmo del Pastor: “El Señor es mi pastor: nada me falta”, salmo 23, que en la enumeración litúrgica, proveniente de la versión latina es el número 22.
Y en los Profetas hay, entre todos, una pasaje de Dios pastor de su Pueblo: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas”, profeta Ezequiel, capítulo 34.

2. Hoy, domingo IV de Pascua, después de haber escuchado los tres domingos anteriores relatos de la resurrección de Jesús, hoy a este Jesús celestial lo contemplamos como el Buen pastor de su Iglesia. Y acudimos al capítulo 10 de san Juan para recoger esta revelación que se nos entrega de que, lo mismo que en la antigua Alianza Dios fue representado como Pastor de Israel, en la nueva y definitiva Alianza Jesús es el buen Pastor. Un año leemos los versículos primeros, del 1 al 10; otro del 11 al 18; y el tercero del 27 al 30.
Le damos a Jesús la categoría divina de Pastor; y de damos a la Iglesia la seguridad de que tiene un Pastor, y que teniendo a tal pastor nada le falta. Lo puedo decir de la Iglesia, y lo puedo decir de mí mismo: “El Señor es mi Pastor: nada me falta”.
Mirando, pues, a este pastor, al Buen Pastor, nos preguntamos:
- ¿Dónde está el Buen Pastor?
-¿Qué está haciendo y qué va a hacer?
- ¿Qué relación tiene ese pastor conmigo y yo con él?

3. Pero mientras tanto, como música de fondo, dejemos que resuene el salmo del Buen Pastor en nuestro corazón, que por otra paorte es el salmo responsorial de hoy

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo,
Por el honor a su Nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
Nada temo, porque Tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

(Ahora el pastor se transforma en el hospedero que nos brinda su casa, y continúa el salmo)
Preparas una mesa ante mí,
en frente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Este es un salmo que se reza en tantas circunstancias de la vida, y que puede tener un sentido singular junto a la tumba de un hermano difunto. Acaso lo hemos escuchado en algún film recitado por el pastor de la congregación, mientras, rodeado de familiares y amigos, se da tierra al hermano que acaba de traspasar la barrera del tiempo.
¿Qué le aguarda al hermano, a la hermana, cuyo cuerpo yace sin vida? Le está esperando el Buen Pastor, que en la Casa del Padre le ha preparado un banquete?

4. En las exequias católicas se da este augurio al difunto: que sea llevado a hombros del buen pastor. “Que el Señor sea misericordioso con nuestro hermano, para que libre de la muerte, absuelto de sus culpas, reconciliado con el Padre y llevado sobre los hombros del Buen Pastor, merezca gozar de la perenne alegría de los santos en el séquito del Rey eterno”.
En estas frases está sonando las parábolas de Jesús: “reconciliado con el Padre suena al hijo pródigo que vuelve a la casa paterna”. Y “llevado sobre los hombros del Buen Pastor” es la parábola de la oveja perdida, del mismo capítulo 15 de san Lucas: “Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ella, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras  la descarriada, hasta que al encuentra? Y, cuando la encuentra se la carga sobre los hombros, muy contento...” (Lc 15,4-5). Muy contento él y muy contenta la oveja, que perdida en peñascales ahora descansa en la mejor cama, que son los hombros de su pastor, que en este caso es Jesús. Pasar a la eternidad sobre los hombros de Jesús, es ir derecho a la casa solariega del Padre.
Eso es la parábola del Buen pastor en Lucas, evangelista que se empeña en mostrarnos con palabras e imágenes la misericordia de Jesús, que a todos nos acoge.
En el Evangelio de san Juan lo del Buen pastor no es una parábola, sino una alegoría. En las parábolas tenemos un punto de comparación: así ocurre en esta historia de la vida cotidiana, así ocurre en la vida de Dios con sus hijos. En las alegorías, observamos los detalles y a cada detalle le sacamos su simbolismo y su aplicación.

5. En esta alegoría nos fijamos en los detalles, y aquí hay tres detalles: la puerta del redil, el ladrón, el pastor que saca y entra al rebaño por la puerta.
¿Qué hace un ladrón? El ladrón no entra por la puerta; salta por la barda. ¿Y para qué se mete? No para cuidar el rebaño, sino para robar, para matar, para aprovecharse.
El pastor no hace así: el pastor entra y sale por la puerta, y con él entra y sale su rebaño. El pastor lleva a sus ovejas a pastar; el pastor conoce a sus ovejas, a cada una, por su cara, por su balido, por su modo de caminar. El pastor llama a cada una por su nombre.
Con estas múltiples detalles que Jesús propone a la reflexión, uno se pregunta:
¿Quién es el pastor? Jesús.
¿Quiénes son las ovejas? Nosotros, yo mismo.
¿Quién es la puerta? Jesús mismo.
¿Qué hace Jesús? Por él entramos, por él salimos. Nos sentimos libres, seguros.
¿Qué más hace Jesús? Nos saca pastar; él va delante, nosotros le seguimos; él nos conoce, uno a uno. Somos el rebaño de Jesús, sí, pero antes que rebaño, somos personas uno a uno.
Entonces hace falta saber quién es el bandido. Jesús lo aplica a su tiempo. “Todos los qué han venido antes de mí son ladrones y bandidos”(v. 8). Esto es durísimo; es un juicio de la situación que contempla Jesús Israel.
Los pastores del pueblo – tradúzcase de un modo general por “escribas y fariseos”, binomio que se repite con frecuencia en los Evangelios - no han sabido conducir al pueblo por el sendero justo. Los maestro de Israel han fracasado, porque no han transmitido al Dios de la fe.

6. Hoy, día 15 de mayo, en México se celebra el Día del Maestro. El Maestro es un pastor espiritual; enseña al que no sabe, le transmite conocimientos, y, sobre todo, le transmite vida. Su vida es para el discípulo norma de conducta.
Los Maestros de Israel han  fracasado, han adulterado el mensaje de Dios, que yenía de las fuentes lejanas del Antiguo Testamento.

7. Si tomamos como sabio el texto y volvemos sobre él, observaremos que desde su entraña el texto emite muchas insinuaciones para hacer exégesis de versículos, hasta con audaces métodos de psicología. Jesús habla, por ejemplo, de la voz del pastor. El conocimiento de los animales es instintito... Se deja a un perro en medio del campo, y ya sabrá volver a su casa; es el instinto, decimos. Y aquí habla Jesús de la voz. Las ovejas conocen la voz de su pastor; por eso lo siguen; pero si entra un bandido, no conocen la voz del salteador. No lo seguirán.
Hay, pues, un instinto cristiano de fe que nos dice: ¡Eso es Evangelio! Y es el mismo instinto que nos dice: ¡Eso no es Evangelio! Un instinto que no lo da propiamente la ciencia, sino el sentido de pertenencia real a Cristo.

8. En fin, hermanos, antes de concluir no quiero pasar por alto la última frase: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).
He aquí una síntesis de todo el hecho de Jesús en la historia: vida y vida en abundancia.
Así queremos nosotros caminar por el mundo: viviendo, disfrutando de la vida, y repartiendo vida.
En una palabra, hermanos: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Amén.

Misioneros con la Madre a la Vanguardia


De la carta del Ministro General, H. John Corriveau,

con motivo de la celebración del

 

3er. Centenario de la advocación

“Maria, Madre del Buen Pastor”

(“Divina Pastora”)


La Divina Pastora en los escritos de Fray Isidoro de Sevilla:
[Fr. Isidoro de Sevilla fue el iniciador de esta devoción, nacida en Sevilla y que más tarde difundirían otros apóstoles y predicadores capuchinos como el Beato Diego José de Cádiz o el Venerable P. Esteban de Adoáin. La Madre del Buen Pastor es la Patrona de las Misiones Capuchinas.] Fue, el Capuchino, Fr. Isidoro de Sevilla, quien tuvo la la misión de darla a conocer en la Iglesia con el título de María, Madre del Buen Pastor . Este hermano nuestro, gran devoto de la Virgen María,  una noche del mes de junio de 1703, tuvo no se sabe si “un   sueño misterioso, un éxtasis, una inspiración divina, o una simple idea”, así escribe su biógrafo el P.Valencina, de representar la Virgen vestida de humilde Pastora, cosa que llevó a cabo por encargo suyo el pintor D. Alfonso Tovar. En la pintura está la santísima Virgen sentada sobre una roca bajo un frondoso árbol desde cuyas verdes ramas le saludan las avecillas del bosque.  Es encantadora su sonrisa y mueve a  devoción la piedad y ternura con que mira a una oveja blanca que acaricia con su diestra. Una airosa toca cubre  parte de sus rizados cabellos que descansan sobre una pellica sujeta por un cinturón de piel. Todo su traje es el de una Pastora humilde, pero hace su cuerpo tan hermoso y galán que parece aquel que describiera el Cantar de los Cantares. Allá a lo lejos se ve entre celajes a una oveja errante acometida por el lobo del infierno, que el ángel del Señor, radiante de hermosura, defiende con su espada de fuego.
Así la contemplaron por primera vez los ojos atónitos de millares de sevillanos en procesión por la ciudad hispalense el 8 de septiembre del año 1703.
       [Propagación de la devoción]

Desde entonces la devoción a la Santísima Virgen bajo el título de “María, Madre del Buen Pastor” se propaga por España y América en la segunda mitad del siglo XVIII, bajo el impulso determinante del Beato Diego José de Cádiz, también Capuchino,  que mereció ser llamado “el segundo autor de la devoción”.
Después del paréntesis de la supresión de las órdenes religiosas en España, restaurada la Orden Capuchina  y restablecidas sus misiones en América a mediados del siglo XIX, la devoción a la Madre del Buen Pastor florece de nuevo en España y se implanta en Italia y en otras naciones europeas y americanas por mérito de ilustres  misioneros, escritores y predicadores, entre los que merece destacarse el Vble. P. Esteban de Adoáin, Capuchino.

[Patrona de las misiones capuchinas]
Con el voto del Capítulo general celebrado el año 1932, a propuesta de los Padres Capitulares de lengua española, la Santísima Virgen María bajo el título de “Madre del Buen Pastor” es declarada patrona universal de todas las Misiones de la Orden. Era el 22 de mayo de 1932 ( cfr  Analecta Ordinis, 1932, pp. 140-141).
Por último, en nuestras actuales Constituciones, elaboradas por el Capitulo general del 1982 y  aprobadas por la Santa Sede el 25 de diciembre de 1986, en el capítulo XII, al hablar del compromiso misionero de la Orden, se dice: Encomendemos esta gran tarea a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, Madre del Buen Pastor, la cual engendró a Cristo, luz y salvación de todas las gentes y presidió orando, la mañana de Pentecostés, los comienzos de la evangelización, bajo la acción del Espíritu Santo “  (Const. 179, 2).

Hay, finalmente, otro valor que se desprende de esta advocación “María, Madre del Buen Pastor” y que quiero subrayar: es el sentido misionero.  Este se ha concretizado desde siempre en dos  formas típicas del apostolado de la Iglesia  y también de la Orden: el testimonio ejemplar de una vida cristiana vivida en fraternidad y minoridad ( al que se refieren principalmente los dos valores anteriores) y el servicio apostólico. En éste entran las diversas formas de anuncio evangélico, como la predicación propiamente dicha, las misiones populares, las misiones entre infieles,  la catequesis a la gente más sencilla, especialmente la gente del campo; las obras sociales; la creación de asociaciones laicales y religiosas, masculinas y femeninas, etc.
De todas estas formas la predicación fue la actividad específica y privilegiada de los Capuchinos desde los comienzos. Siguiendo el ejemplo de san Francisco, la legislación capuchina ha dado importancia a este apostolado y se ha ocupado a lo largo de la historia de inculcar y enseñar la preparación de los predicadores, insistiendo en que fuesen pocos pero bien preparados y de vida ejemplar (Constituciones de Santa Eufemia, 1536); que predicasen durante todo el año  y no sólo durante la cuaresma (Constituciones de Albacina, 1529)  y que lo hicieran con sencillez y familiaridad (Regla bulada).
A partir del 1600, la predicación más sobresaliente se ejercita en el marco de lo que se ha llamado “las misiones entre infieles”, que ocupa un lugar preeminente en la historia de todas vuestras provincias hasta nuestros días, y “las misiones populares”.
Refiriéndome a estas últimas, nos  dicen las crónicas, que estaban constituidas por grupos de 6 o 7 predicadores que recorrían los pueblos evangelizando a los fieles, aunque en ocasiones los misioneros alcanzaron un número superior, hasta 40 y más. Para hacer más duraderos los frutos de la misión, los capuchinos introdujeron en los pueblos donde habían predicado la misión popular  la práctica de la oración mental, la celebración de las Cuarenta Horas, el Via Crucis, los Montes de Piedad, etc.
En España, las misiones populares tenían un carácter del todo particular: las daban grupos de dos o tres misioneros y el aspecto mariano era particularmente puesto de relieve, sobre todo,  con el canto del rosario de la aurora.
Es en este ambiente donde nace la advocación de  María, Madre del Buen Pastor”. Por eso es una advocación con marcado sentido mariano, misionero y popular. Nace efectivamente como un ‘icono’ del pueblo  para llevar a los hombres por medio de la bondad maternal de María al  redil de Cristo, el único y Buen Pastor. El Venerable Fray Isidoro de Sevilla, escribe Fray Jerónimo de Cabra, “para mayor gloria de la Santísima Virgen y para provecho de  sus misiones, y también para la salvación de las almas, bajo consejo o inspiración celestial (como se cree piadosamente), propuso que la misma gloriosísima Madre de Dios fuese venerada por el mundo bajo el mencionado nombre, título y gesto, y se la escogió como Patrona de sus Misiones… A Isidoro lo siguieron muchísimos otros misioneros de ésta y de otras Provincias de la familia Capuchina… Se fabrican innumerables imágenes de la misma dulcísima Pastora, se erigen altares, capillas, iglesias… y lo que es más, todos pueden constatar los innumerables milagros que operaba el Señor a la invocación de su beatísima Madre bajo el mencionado nombre y título de dulcísima Pastora de las almas” (Analecta Ordinis, 1887, pp. 325-326).
            No cabe duda que este sentido misionero de la advocación “María, Madre del Buen Pastor” constituye un valor también para nosotros y para nuestra misión en nuestro tiempo. María sigue siendo hoy lo que decía León XIII en su ya famoso slogan “ad Iesum per Mariam : un camino seguro para ir y llevar los hombres  a Jesús.
Por otra parte, estamos en un tiempo en que la evangelización se hace más necesaria y urgente que nunca y los hermanos menores nos tenemos que sentir llamados a “ir por el mundo”(Rnb 14), de creyentes o no creyentes (Rnb 16) ”para que, como nos decía el Padre san Francisco,  de palabra y de obra déis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino él (Carta a la Orden,9).
¿Cómo hacerlo? ¿ De qué forma? Toca a cada región buscar e implantar las formas de apostolado  más adecuadas a las necesidades y a la cultura actual de nuestro pueblo .
¡Ojalá, queridos hermanos, una nueva estructuración de las antiguas misiones populares y de toda la pastoral  nos devuelva al pueblo! Por desgracia, todavía pueden demasiado entre nosotros la separación, el alejamiento, el clericalismo,  la seguridad económica,  los puestos y actividades fijas ... que nos han alejado demasiado de él.
Sabemos que el pueblo de hoy no es el del tiempo cuando nació la advocación de “Maria, Madre del Buen Pastor”. Hoy  todo es mucho más complejo y complicado. Y no obstante, por “nuestra peculiar cercanía al pueblo”, como dicen nuestras Constituciones ( Const. 4,4),  nuestro puesto está ahí entre la gente más pobre e indefensa viviendo y trabajando con un estilo sencillo y fraterno de hermanos menores.
¡Que la celebración del 3er. Centenario de la advocación de la Divina Pastora haga renacer este nuestro carisma en la península ibérica, en la nueva Europa y en todo el mundo!

Fr.John Corriveau
                                                                                                            Ministro General.
Roma 7  de octubre, Nuestra Señora del Rosario,  del 2003.

Obediencia franciscana

Tomado del libro " El Pobre de Asís" de Niko Kazantzakis

"Porque en el fondo de nosotros mismos no deseamos sino lo que desea Dios. Sólo que lo ignoramos. Entonces el Señor desciende sobre nosotros, despierta nuestra alma y le señala lo que desea sin saberlo. Ése es el secreto, hermano León. Obedecer a la voluntad de Dios significa obedecer a nuestra voluntad más secreta. En el fondo del más indigno de los hombres dormita un servidor de Dios"

El Corazón Materno

Vocación a la defensa de la verdad

San Atanasio
Atanasio, llamado “la columna de la Iglesia” y el “martillo de los arrianos”, nombre que significa "inmortal", nació en Egipto, en la ciudad de Alejandría, en el año 295. Llegado a la adolescencia, estudió derecho y teología. Se retiró por algún tiempo a un yermo para llevar una vida solitaria y allí hizo amistad con los ermitaños del desierto. Al parecer tuvo cierta relación con los monjes de Tebaida; cuando volvió a la ciudad, se dedicó totalmente al servicio de Dios.
Fue ordenado diácono en el año 319 por su obispo Alejandro, a cuyo servicio pasó poco después como secretario
Como secretario acompañó a su Obispo al concilio de Nicea en el año 325. En este Concilio Atanasio se distinguió por su discusión y dialéctica contra los arrianos.
Era la época en que Arrio, clérigo de Alejandría, confundía a los fieles con su interpretación herética de que Cristo no era Dios por naturaleza.
Arrio, sacerdote de Alejandría, sostuvo, hacia el año 320, que Jesús no era propiamente Dios, sino la primera criatura creada por el Padre, con la misión de colaborar con Él en la obra de la creación y al que, por sus méritos, elevó al rango de Hijo suyo; por lo mismo, si con respecto a nosotros Cristo puede ser considerado como Dios, no sucede lo mismo con respecto al Padre puesto que su naturaleza no es igual ni consustancial con la naturaleza del Padre. Esta herejía se difundió como la pólvora y ganó pronto a un prelado ambicioso de la corte de Constantino, Eusebio de Nicomedia, que llegó a convertirse en el verdadero jefe militante del partido de los arrianos; también simpatizó con Arrio el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea.
Para considerar esta cuestión se celebró un concilio (el primero de los ecuménicos) en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría, y con su doctrina, ingenio y valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes y al mismo Arrio en las disputas que tuvo con él.
Cinco meses después de terminado el concilio con la condenación de Arrio, murió san Alejandro, y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Los arrianos no dejaron de perseguirlo y apelaron a todos los medios para echarlo de la ciudad e incluso de Oriente.
En el año 328, Atanasio fue nombrado obispo de Alejandría. A partir de aquí, su vida está caracterizada por la lucha contra los errores de los arrianos, la defensa de la verdad sancionada en Nicea, de palabra y por escrito, y por su indomable celo y constancia frente a la adversidad. Por algo la Iglesia de Oriente le llamó “Padre de la ortodoxia” y la Iglesia se Roma le cuenta entre los cuatro grandes padres de oriente.
En efecto, Atanasio el Grande fue el blanco de la iras de los arrianos para el resto de sus días. Para reducirlo al silencio, se procuraron el favor del poder civil y corrompieron la autoridad eclesiástica. Fue desterrado cinco veces y cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo en el seno de la Iglesia a Arrio, excomulgado por el concilio de Nicea y pertinaz a la herejía, Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, a pesar de que el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.
Durante dos años permaneció Atanasio en esta ciudad, al cabo de los cuales, al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría entre el júbilo de la población. Inmediatamente renovó con energía la lucha contra los  arrianos y por segunda vez, en 342, tuvo que emprender el camino del destierro que lo condujo a Roma.
Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la doctrina católica. Pero llegó a tanto el encono de sus adversarios, que enviaron un batallón para prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede.
San Atanasio es el prototipo de la fortaleza cristiana. Falleció el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas obras, muy estimadas, por las cuales ha merecido el honroso título de doctor de la Iglesia. 
 Recopilado por:
Fray Pablo Capuchino Misionero.

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