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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

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San Lorenzo de Brindis

21 de julio

San Lorenzo de Brindis Capuchino
Predicador y Doctor Apostólico Año 1619 

Con san Lorenzo de Brindis, Doctor Apostólico, la Orden Capuchina alcanza una de sus cimas más altas y una de sus expresiones más completas. Robusta figura de orador y misionero, de escritor y polemista, superior y diplomático, de contemplativo y místico, san Lorenzo encarna y compendia las características más bellas y originales, y los ideales más elevados de la reforma capuchina; y su figura se yergue precisamente al comienzo del siglo de oro de la Orden.

Lorenzo significa: coronado de laurel. Laureado. Este santo ha sido quizás el más famoso predicador de la comunidad de la Orden de Frailes Capuchinos.

Nació en Brindis, en Apulia,  el 22 de julio de 1959.  Hijo de Guillermo Ruso e Isabel Masella. Al día siguiente de su nacimiento se le administró el Sacramento del Bautismo en la Catedral de la Ciudad, y se le impuso el nombre de Julio Cesar. Desde pequeño demostró tener una memoria asombrosa. Dicen que a los ocho años repitió desde el púlpito de la Catedral un sermón escuchado a un famoso predicador, con gran admiración de la gente.

Cuando pidió ser admitido como religioso en los Frailes Capuchinos, el superior le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera. El joven le preguntó: "Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?". "Si, lo habrá", respondió el superior. "Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él, cualquier padecimiento".

Vistió el hábito de capuchino en Verona, el 19 de febrero de 1575, recibiendo el nombre de Fray Lorenzo. El 24 de marzo de 1576 emitió la profesión religiosa. Inmediatamente, comenzó los estudios de lógica en Padua, y después en Venecia, los cursos de filosofía y teología.

Según atestiguan los condiscípulos de Lorenzo, ni él mismo sabía dónde terminaba el estudio y dónde comenzaba la oración. “Más que estudiar, parecía que oraba”. Además del tiempo establecido para la oración común, dedicaba a la contemplación “muchas horas del día y de la noche”. Después del rezo nocturno de maitines, frecuentemente se quedaba en la iglesia hasta el alba, especialmente los días que iba a comulgar.

Añadía a la oración mortificaciones y penitencias. Y no le bastaban las austeridades y rigores de la Orden, ya de por sí numerosos y severos, sino que se cargaba con otros todavía más exigentes, incluso con riesgo de su salud.

De este modo, con empeño, penitencia y fervor excepcionales, se preparó intelectual y espiritualmente para el sacerdocio. Juan Trevisan, patriarca de Venecia, le confirió las sagradas órdenes el 18 de diciembre de 1582.

La facilidad de Lorenzo para aprender idiomas y para grabarse en la memoria todo lo que leía, dejó atónitos a sus superiores y compañeros. Prácticamente se aprendía de memoria capítulos enteros de la S. Biblia y muchas páginas más de libros piadosos. Hablaba seis idiomas: griego, hebreo, latín, francés, alemán e italiano.

Y su capacidad para predicar era tan excepcional, que siendo simple seminarista, ya le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años seguidos. Las gentes vibraban de emoción al oír sus sermones, y muchos se convertían.

La predicación fue la actividad que más larga e intensamente ejerció San Lorenzo durante su vida. Tenía tan alto concepto de la predicación que llegó a definirla: “Misión grande, más que humana, angélica, mejor divina”, y que tiene por objeto proclamar la palabra de Dios, que es “el tesoro que compendia todo bien”.

Predicaba “con tanto amor de Dios que parecía derretirse; con tanto ardor contra el pecado que conmovía hasta las fibras más íntimas del corazón”. Y con frecuencia las palabras iban acompañadas de lágrimas. Un testigo nos dice refiriéndose a un sermón predicado a los religiosos: “A todos nos hizo llorar, y él mismo lloraba a lágrima viva”.

Se preparaba con prolongadas oraciones y penitencias. Cada sermón iba precedido de “tres horas seguidas de oración, con llantos y suspiros, de modo que empapaba hasta tres pañuelos”. Meditaba en el evangelio de la fiesta o del día que tenía que predicar. “Nunca estudiaba otro libro que la Sagrada Escritura, arrodillado siempre ante una imagen de la Virgen bienaventurada, con lágrimas, sollozos y suspiros…; y a medida que Dios le inspiraba, mientras estada de rodillas, escribía las ideas que luego predicaba, sin estudiar otro libro. Y levantándose de la oración, hacía una profundísima adoración a la bienaventurada Virgen. Y su comida de cuaresma se reducía a hierbas cocidas, y ensalada con algún rábano y, a veces, un poco de pescado”. Este es el testimonio de alguien que vivió cerca de él durante muchos años.

Un sacerdote le preguntó: "Fray Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?" Y él respondió: "En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo".

Los Capuchinos nombraron a Fray Lorenzo superior del convento y luego superior de Italia. Más tarde al constatar las grandes cualidades que tenía para gobernar, lo nombraron superior general de toda la Orden en el mundo. En sus años de superiorato recorrió muchos países visitando los conventos de sus religiosos para animarlos a ser mejores y a trabajar mucho por el reino de Cristo. Había días que caminaba a pie 50 kilómetros. No le asustaba desgastarse en su salud con tal de conseguir la salvación de las almas y la extensión del reino de Dios. La gente lo amaba porque era sumamente comprensivo y bondadoso, y porque sus consejos hacían un gran bien. Siendo superior, sin embargo servía   la mesa a los demás, y lavaba los platos de todos.

El Santo Padre, el Papa, lo envió a Checoslovaquia y a Alemania a tratar de extender la religión católica en esos países. Se fue con un buen grupo de capuchinos, y empezó a predicar. Pero en esos días un ejército de 60 mil turcos mahometanos invadió el país con el fin de destruir la religión, y el jefe de la nación pidió al Padre Lorenzo que se fuera con sus capuchinos a entusiasmar a los 18 mil católicos que salían a defender la patria y la religión. La batalla fue terriblemente feroz. Pero San Lorenzo y sus religiosos recorrían el campo de batalla con una cruz en alto cada uno, gritando a los católicos: "Ánimo, estamos defendiendo nuestra santa religión". Y la victoria fue completa. Los soldados victoriosos exclamaban: "La batalla fue ganada por el Padre Lorenzo".

El Papa Clemente VIII decía que el Padre Lorenzo valía él solo más que un ejército.

El Sumo Pontífice lo envió de delegado suyo a varios países, y siempre estuvo muy activo de nación en nación dirigiendo su comunidad y fundando conventos, predicando contra los protestantes y herejes, y trabajando por la paz y la conversión. Pero lo más importante en cada uno de sus días eran las prácticas de piedad. Durante la celebración de la Santa Misa, frecuentemente era arrebatado en éxtasis, y su orar era de todas las horas y en todos los sitios. Por eso es que obtuvo tan grandes frutos apostólicos.

Dormía sobre duras tablas. Se levantaba por la noche a rezar salmos. Ayunaba con frecuencia. Su alimento era casi siempre pan y verduras. Huía de recibir honores, y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen humor con todos. La gente lo admiraba como a un gran santo. Su meditación preferida era acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

En 1959 fue declarado "Doctor de la Iglesia", por el Sumo Pontífice Juan XXIII. Ya que dejó escritos 15 volúmenes de enseñanzas, y entre ellos 800 sermones muy sabios. En Sagrada Escritura era un verdadero especialista.

Cuando viajaba a visitar al rey de España enviado por la gente de Nápoles para pedirle que destituyera a un gobernador que estaba haciendo mucho mal, se sintió sin fuerzas y el 22 de julio de 1619, el día que cumplía sus 60 años, murió santamente. Ha sido llamado el "Doctor apostólico", porque sus escritos son “verdaderos tesoros de sabiduría”

Recopilado por Fray Pablo Capuchino Misionero.

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CREDO

EL QUE NO SUEÑA, NO VIVE

EL QUE NO SUEÑA, NO VIVE
El sueño de una comunidad que quiere vivir

            Esta frase pertenece al discurso de Ana Mª Matute al recibir el premio Cervantes en la pasada edición de los mismos. Sin soñar, se está muerto. Los sueños, los “inventos” mueven el corazón y la vida de las personas. Eso es un dinamismo. ¿Puede hablar una comunidad de “soñar” cuando ha palpado la fragilidad de sus personas y de su propio proyecto? La debilidad es compatible con los sueños, siempre que se sea mínimamente realista. Más aún, los sueños refuerzan la mística comunitaria cuando se intenta llenarlos de contenido. Abandonar los sueños lleva a enmudecer el proyecto de vida común. Y si el proyecto enmudece ya no queda como salida más que el sálvese quien pueda. Por el contrario alimentar sueños, compartirlos, perseguirlos, acariciarlos, asumir su desinfle cuando se desinflan son cosas que unen fuertemente a una comunidad.

  • No es de ingenuos tener sueños: Hablamos de sueños, no de ensoñaciones por las que no se mueve un dedo para que se hagan realidad. El dinamismo del sueño ha de ir acompañado de un evidente arremangarse para tratar de ir tras él. No importa si el sueño se cumple o no. Tenerlo ya es una suerte. Por eso, tiene sentido acariciar sueños, aunque no terminen de cumplirse del todo, o poco (o nada incluso). Mejor si se comparten, porque todo lo compartido sale potenciado. Son necesarios grandes y pequeños sueños.  Éstos nos son más cercanos, personales, cotidianos. Pero aquellos son también necesarios (el futuro del mundo, del Evangelio, de la solidaridad, etc.).

¿Cómo una comunidad adulta puede mantener vivos los sueños? Ha de ser tarea deseada, diaria, mezclada a lo social, mirando en la dirección del corazón, de lo vivo de la persona. Habría que apuntar a sueños “imposibles”: que la valla del corazón sea cada vez menos obstáculo, que los anhelos del otro saquen brillo a mis ojos, que  creamos 8ahec falta “fe”) que los sueños brotan cuando se es sensible y “jugoso” por dentro. Para ello, no sucumbir a la sequedad del alma, no ponerse en actitud de saberlo todo, de haberlo visto todo, no ir con el prejuicio por delante.

  • ¿No estamos para utopías?: Eso es lo que dicen algunos: que impera el pensamiento único, que el neoliberalismo arrasa, que la colonización cultural llega a todos los rincones de la tierra, etc. Y es verdad en parte. Pero la utopía sigue echándose al monte, que diría Serrat, y es necesaria como el pan de cada día. ¿Para qué sirve? Como dice Galeano, para andar, para no quedarse quieto, para no dormirse en el sueño de las potencias, para no arruinar la ilusión. Algo debe tener la utopía cuando el sistema la teme. Si fuera inocua, no la temería. Para nosotros puede ser un antídoto contra la rutina, que, quedamente, lo amenaza todo.

Es cierto que nuestros “sistemas” de vida comunitaria dan lo que dan (como todo “sistema”). Y, a veces, palpamos con fuerza los límites de esos sistemas. Pero también es cierto que la vida común vivida con alma puede alimentar nuestras más elementales utopías: la vida en bondad y disfrute, la libertad responder a las cuestiones elementales de la vida, la gozada de construir un camino de fe más allá de los meros parámetros de lo religioso, la posibilidad de vivir lo social con lucidez y humanidad hermanadas, una cierta vida “adespótica” a pesar de todo, en libertad.

  • El berbiquí de las preguntas: Un síntoma de tristeza y de muerte es que no se hagan preguntas (ya lo dice Jn 16,6). La pregunta, en sí misma, es ya un valor. Si hay respuesta, mejor; si no la hay, la pregunta nos espolea a buscar. Por eso, la pregunta tiene un valor en sí misma. Una persona, un grupo, una sociedad que no pregunta, es una realidad opaca, gris, casi muerta. No habría que cansarse de preguntar. Es síntoma y test de “juventud”. Por supuesto, habrá que preguntar con respeto y alejados de cualquier violencia o trampa.

La vida comunitaria puede ser un buen marco para las preguntas (no sé si tanto para las respuestas). La vida fraterna puede ayudarnos a la estimable tarea de mantener vivas y en pie las preguntas que no tienen respuesta 8empenzando por muchas de las actuaciones personales). Puede también colaborar a situar delante las preguntas interesantes: ¿por qué somos tan frágiles y como amar con la fragilidad incluida? ¿Por qué necesitamos tanta luz para iluminar lo oscuro? ¿Por qué cuesta tanto que brote la justicia para los náufragos?
 
  • La “loca” imaginación: Porque eso se nos ha dicho siempre, que era “la loca de la casa”: Algo de verdad tiene la cosa. Pero no es solamente locura, es también previsión por agradar, amar, ponerse en la persona del otro, preparar para que el otro viva mejor. Es, en definitiva, ponerse en el lugar del otro no solamente porque se le compadece, sino porque se le ama. Sin imaginación no se puede amar y tampoco creer (la fe si imaginación es algo un realidad muerta que mata).

Una vida común imaginativa, escapando siempre de la paralizante rutina. Una imaginación puesta al servicio del disfrute común, del bienestar común. Una falta de pudor para trabajar detalles que pueden parecer insignificantes pero a los que el amor llena de algún significado. Una actitud de fondo siempre previsora ante el otro, porque se piensa en él, se ora por él, se quiere que él viva en disfrute sosegado. Imaginación para imaginar una vida común en fácil sintonía con la realidad de los que tienen alguna dificultad.

  • Educar el deseo: Para que el deseo no sea mero capricho. Sin deseo estamos muertos. Hay que educarlo para que sea un deseo humano y social (aquello de que “el reino venga). Los deseos compartidos engendran amor; no compartidos, pueden derivar en caprichos inaceptables.

Compartir deseos es hacer comunidad en el cimiento de lo que somos. ¿Por qué no se puede soñar en un tipo de relación comunitaria donde compartir deseos sea posible? Una vivencia de Jesús como deseo compartido, una vivencia de lo social como deseo sintonizado por todos, una vivencia de la espiritualidad como anhelo e intuición común, una percepción de lo creado como casa común que se disfruta y ampara a la comunidad.

  • Las buenas pasiones: Porque casi siempre se nos ha dicho que son malas. Y las hay; pero también las hay buenas: la pasión por la belleza, por la justicia, por la espiritualidad, por el trabajo, por el deporte, etc. La mejor pasión es la pasión por lo humano; es la madre de todas las buenas pasiones. Cuando la pasión es fiel, mantenida, constante, “añeja” pero viva, es de buena calidad. La pasión de un momento tiene un interrogante encima. Y cuando la pasión se traduce en entrega y generosidad, la repera.

Una comunidad con un cierto apasionamiento, sin caer en las garras del desaliento. Un aire de libertad que, a veces, se pone por montera a la sensatez. Una intensidad en lo que se vive cada día que no deja mucho resquicio a los cansancios deteriorantes. Alimentar pasiones en comunidad, puede ser un hermosísimo sueño.

¿Puede esta “mística” ayudar a revitalizar una comunidad? Mirando la cruda realidad podría parecer todo esto “música celestial”. Pero, por lo menos, hablemos de ello, pongámosle el rostro de la palabra, compartámoslo. Y luego, que sea lo que Dios quiera. Pero renunciar a estos horizontes sería empobrecer mucho nuestra vida comunitaria. No lo hagamos en pro de la sensatez. Porque si lo anterior es insensato, ¿a qué nos vamos a agarrar?


Fr. Fidel Aizpurúa Donazar, OFMCap

Él es Nuestra Paz

Sagrado Corazon de Jesus

Corazon Santo Tu reinaras
Tu nuestro encanto siempre seras.

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