• Imagen 1 Nuestro Carisma
    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Los frutos de la herencia franciscana


Del diálogo ecuménico al encuentro de Asís

En Italia la preparación para la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, convocada por Benedicto XVI para el 27 de octubre en Asís, se ha visto marcada por múltiples iniciativas, en las que han participado las comunidades locales. Son al menos dos los elementos fundamentales. Por una parte, la insistencia en la importancia de las tradiciones franciscanas para la construcción de una cultura del diálogo y de la paz. Y, por otra, la necesidad de multiplicar las ocasiones de conocimiento entre las religiones en Italia.

La necesidad de construir la paz asume un valor profético precisamente por la dificultad de testimoniar aquellos valores con los que la paz se realiza a partir de la búsqueda de la justicia en el mundo.
En esta perspectiva se sitúa el encuentro organizado por la familia franciscana de Campania, en Parlargine di Ponticelli, el domingo 23 de octubre. Con este encuentro se ha querido manifestar la vocación de los cristianos a ser testigos de la paz en el mundo.

Con esta intención se pensó también el encuentro, organizado por la Oficina para el ecumenismo y el diálogo interreligioso de la archidiócesis de Matera y por la comunidad franciscana local, precisamente para el jueves 27. Una cita a través de la cual se puede ofrecer a la ciudad un momento de reflexión, diálogo y oración a la luz del «espíritu de Asís» para interrogarse sobre cómo deben vivir los creyentes su fe al servicio de la causa de la paz.

Especialmente significativa será la celebración, el viernes 28, de una plegaria ecuménica en Frosinone, presidida por el obispo Ambrogio Spreafico. Seguirá un encuentro con la comunidad islámica local, precisamente para subrayar que el «espíritu de Asís» constituye para todos los cristianos un impulso no sólo a orar por una unidad cada vez más visible, sino también para el redescubrimiento de una vocación común al diálogo con los demás.

En ciertos aspectos, puede considerarse ejemplar, para una síntesis eficaz del redescubrimiento de las tradiciones franciscanas en favor de la paz y de la acción para el desarrollo del diálogo entre las religiones, la jornada de estudio organizada por el Instituto de estudios ecuménicos San Bernardino de Venecia, el jueves 27.

La multiplicidad de las iniciativas para la preparación del encuentro de Asís muestran, por tanto, que numerosos bautizados en Italia han acogido la invitación a convertirse en «peregrinos de la verdad y peregrinos de la paz» para ser testigos de la luz de Cristo que ilumina el mundo.


Riccardo Burigana

Migraciones y nueva evangelización

Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2012

La acogida a los emigrantes y refugiados, más que cuestión de solidaridad y de compartir, es una oportunidad providencial para renovar el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Lo escribe el Papa en el mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, que se celebrará el próximo 15 de enero sobre el tema «Migraciones y nueva evangelización».


Queridos hermanos y hermanas:

Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, «constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes» (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 14). Más aún, hoy notamos la urgencia de promover, con nueva fuerza y modalidades renovadas, la obra de evangelización en un mundo en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupos. En esta nueva situación debemos despertar en cada uno de nosotros el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas a anunciar con ardor la novedad evangélica, haciendo resonar en nuestro corazón las palabras de san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).

El tema que he elegido este año para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado – Migraciones y nueva evangelización – nace de esta realidad. En efecto, el momento actual llama a la Iglesia a emprender una nueva evangelización también en el vasto y complejo fenómeno de la movilidad humana, intensificando la acción misionera, tanto en las regiones de primer anuncio como en los países de tradición cristiana.

El beato Juan Pablo II nos invitaba a «alimentarnos de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la evangelización…, [en una situación] que cada vez es más variada y comprometedora, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que la caracteriza» (Carta apostólica Novo millennio ineunte, 40). En efecto, las migraciones internas o internacionales realizadas en busca de mejores condiciones de vida o para escapar de la amenaza de persecuciones, guerras, violencia, hambre y catástrofes naturales, han producido una mezcla de personas y de pueblos sin precedentes, con problemáticas nuevas no solo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Como escribí en el Mensaje del año pasado para esta Jornada mundial, las consecuencias actuales y evidentes de la secularización, la aparición de nuevos movimientos sectarios, una insensibilidad generalizada con respecto a la fe cristiana y una marcada tendencia a la fragmentación hacen difícil encontrar una referencia unificadora que estimule la formación de «una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias». Nuestro tiempo está marcado por intentos de borrar a Dios y la enseñanza de la Iglesia del horizonte de la vida, mientras crece la duda, el escepticismo y la indiferencia, que querrían eliminar incluso toda visibilidad social y simbólica de la fe cristiana.

En este contexto, los inmigrantes que han conocido a Cristo y lo han acogido son inducidos con frecuencia a no considerarlo importante en su propia vida, a perder el sentido de la fe, a no reconocerse como parte de la Iglesia, llevando una vida que a menudo ya no está impregnada de Cristo y de su Evangelio. Crecidos en el seno de pueblos marcados por la fe cristiana, a menudo emigran a países donde los cristianos son una minoría o donde la antigua tradición de fe ya no es una convicción personal ni una confesión comunitaria, sino que se ha visto reducida a un hecho cultural. Aquí la Iglesia afronta el desafío de ayudar a los inmigrantes a mantener firme su fe, aun cuando falte el apoyo cultural que existía en el país de origen, buscando también nuevas estrategias pastorales, así como métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios. En algunos casos se trata de una ocasión para proclamar que en Jesucristo la humanidad participa del misterio de Dios y de su vida de amor, se abre a un horizonte de esperanza y paz, incluso a través del diálogo respetuoso y del testimonio concreto de la solidaridad, mientras que en otros casos existe la posibilidad de despertar la conciencia cristiana adormecida a través de un anuncio renovado de la Buena Nueva y de una vida cristiana más coherente, para ayudar a redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que llama al cristiano a la santidad dondequiera que se encuentre, incluso en tierra extranjera.

El actual fenómeno migratorio es también una oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra, que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial, piden ser acogidos en países de antigua tradición cristiana. Es necesario encontrar modalidades adecuadas para ellos, a fin de que puedan encontrar y conocer a Jesucristo y experimentar el don inestimable de la salvación, fuente de «vida abundante» para todos (cf. Jn 10,10); a este respecto, los propios inmigrantes tienen un valioso papel, puesto que pueden convertirse a su vez en «anunciadores de la Palabra de Dios y testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 105).

En el comprometedor itinerario de la nueva evangelización en el ámbito migratorio, desempeñan un papel decisivo los agentes pastorales – sacerdotes, religiosos y laicos –, que trabajan cada vez más en un contexto pluralista: en comunión con sus Ordinarios, inspirándose en el Magisterio de la Iglesia, los invito a buscar caminos de colaboración fraterna y de anuncio respetuoso, superando contraposiciones y nacionalismos. Por su parte, las Iglesias de origen, las de tránsito y las de acogida de los flujos migratorios intensifiquen su cooperación, tanto en beneficio de quien parte como, de quien llega y, en todo caso, de quien necesita encontrar en su camino el rostro misericordioso de Cristo en la acogida del prójimo. Para realizar una provechosa pastoral de comunión puede ser útil actualizar las estructuras tradicionales de atención a los inmigrantes y a los refugiados, asociándolas a modelos que respondan mejor a las nuevas situaciones en que interactúan culturas y pueblos diversos.

Los refugiados que piden asilo, tras escapar de persecuciones, violencias y situaciones que ponen en peligro su propia vida, tienen necesidad de nuestra comprensión y acogida, del respeto de su dignidad humana y de sus derechos, así como del conocimiento de sus deberes. Su sufrimiento reclama de los Estados y de la comunidad internacional que haya actitudes de acogida mutua, superando temores y evitando formas de discriminación, y que se provea a hacer concreta la solidaridad mediante adecuadas estructuras de hospitalidad y programas de reinserción. Todo esto implica una ayuda recíproca entre las regiones que sufren y las que ya desde hace años acogen a un gran número de personas en fuga, así como una mayor participación en las responsabilidades por parte de los Estados.
La prensa y los demás medios de comunicación tienen una importante función al dar a conocer, con exactitud, objetividad y honradez, la situación de quienes han debido dejar forzadamente su patria y sus seres queridos y desean empezar una nueva vida.

Las comunidades cristianas han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia.
Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que, habiendo huido de la violencia, deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de «alegría plena» (cf. Jn 15,11).

Por último, deseo recordar la situación de numerosos estudiantes internacionales que afrontan problemas de inserción, dificultades burocráticas, inconvenientes en la búsqueda de vivienda y de estructuras de acogida. De modo particular, las comunidades cristianas han de ser sensibles respecto a tantos muchachos y muchachas que, precisamente por su joven edad, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia y cultivan en su corazón una profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios. De modo especial, las Universidades de inspiración cristiana han de ser lugares de testimonio y de irradiación de la nueva evangelización, seriamente comprometidas a contribuir en el ambiente académico al progreso social, cultural y humano, además de promover el diálogo entre las culturas, valorizando la aportación que pueden dar los estudiantes internacionales. Estos se sentirán alentados a convertirse ellos mismos en protagonistas de la nueva evangelización si encuentran auténticos testigos del Evangelio y ejemplos de vida cristiana.

Queridos amigos, invoquemos la intercesión de María, Virgen del Camino, para que el anuncio gozoso de salvación de Jesucristo lleve esperanza al corazón de quienes se encuentran en condiciones de movilidad por los caminos del mundo. Aseguro todos mi oración, impartiendo la Bendición Apostólica.
Vaticano, 21 de septiembre de 2011


26 de octubre de 2011

EL ESPÍRITU DE ASÍS



27 de octubre, 2011. (Romereports.com) Tras el viaje de una hora y media en tren de Roma a Asís, Benedicto XVI se trasladó al centro de la ciudad en minibus, junto con otros participantes en el encuentro. Una vez en la basílica de Santa María de los Ángeles, el Papa hizo de anfitrión y recibió personalmente a los principales líderes religiosos en la puerta. Un coro de frailes franciscanos cantó durante el encuentro.

El cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, departamento del Vaticano promotor del encuentro, recordó la primera jornada de 1986 con un vídeo.

En su discurso, Benedicto XVI lamentó los casos en los que la religión cristiana ha sido la excusa para ejercer la violencia.

Benedicto XVI
“Quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de verguenza”.

Benedicto XVI invitó a la reconciliación entre los países y denunció el terrorismo religioso. Dijo que en estos casos, “la religión no está al servicio de la paz, sino que es una justificación inútil de la violencia”. Por eso, bajo el lema de este encuentro, el Papa propuso volver a aunar esfuerzos para alcanzar la paz.

Benedicto XVI
“Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compormiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para conclui, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser 'peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz'”.

También hablaron algunos de los representantes de las principales religiones. Como el líder de la Iglesia ortodoxa, Bartolomé I.

Patriarca Bartolomé I
“Nuestro diálogo es de reconciliación. Todos nos reconocemos en esta expresión de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios”.

El primado de la Iglesia anglicana, Rowan Williams, destacó que gracias a la relación con Dios ya no existen personas extranjeras.

Rowan Williams
“Estamos aquí hoy para declarar nuestra voluntad, nuestra apasionada determinación, de persuadir a nuestro mundo de que los seres humanos no pueden ser extranjeros, y que su reconocimiento es posible por nuestra relación universal con Dios”.

También intervinieron autoridades judías y musulmanas, entre otros. El representante de los judíos de Estados Unidos recordó el empeño por conseguir la paz, mientras que Muzadi, autoridad musulmana explicó el por qué de las religiones en el mundo.

Rabino David Rosen
“Espero que este encuentro de hoy refuerce a los hombres y mujeres de fe y de buena voluntad a multiplicar los esfuerzos y a hacer de este objetivo una realidad que lleve una verdadera bendición y curación a la humanidad”.

Esta jornada en Asís no incluye un momento de oración común sino que se deja un tiempo de silencio, de reflexión para que de manera privada se rece por la paz.




DISCURSO DEL PAPA EN ASÍS

Queridos hermanos y hermanas,
Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales y de las Religiones del mundo,queridos amigos
Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿A qué punto está hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.
Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos nosotros de modo nuevo.
Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia y la discordia. A grandes líneas – según mi parecer – se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades. Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia.
A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Esta pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre ustedes? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.
Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.
Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo.
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.
Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz».

Qué es el Espíritu de Asís?

El 27 de octubre de 1986, el Papa Juan Pablo II hizo realidad un gran sueño invitando a los representantes de las diversas religiones del Mundo a Asís, para que se elevase al único Dios, de tantos corazones y en diversas lenguas, un solo canto de paz. La invitación fue aceptada por 70 representantes de estas, quienes compartieron juntos la esperanza de construir un mundo mejor, profundamente renovado y mucho más humano. En otras palabras, el evento portaba en sí un mensaje importante, el deseo de alcanzar la paz, deseo compartido por todas las personas de buena voluntad, teniendo la mirada fija en las situaciones que acontecen hoy en nuestro mundo y en el encuentro entre los variados pueblos. La verdadera paz se puede alcanzar solo a través de una profunda relación con Dios.

En el curso del encuentro hubo un bello momento de oración que invitó a los participantes a tocar las cuerdas de la propia interioridad y del propio corazón con total libertad, haciendo propio el deseo de paz para toda la humanidad y presentándolo a Dios. La oración ha unido y une porque nace de un contexto espiritual en todas las religiones. Todos podemos reconocer que los hombres somos limitados y no estamos a la altura de alcanzar por nosotros mismos, esa paz que tanto anhelamos.
Da la impresión que el clima de fraternidad universal respirado en la ciudad de San Francisco, haya colmado el corazón de todos. Esta experiencia en el curso de los años ha sido llamada: “El espíritu de Asís” y en el mensaje de la Jornada Mundial por la Paz de 1987 ha sido llamado también la “La lógica de Asís”. Durante el primer encuentro, delante a la capilla de la Porciúncula, Juan Pablo II dijo que escogió a Asís como lugar para esa Jornada de Oración por la particularidad y santidad del hermano venerado nacido en esta ciudad. En todo el mundo, en efecto, Asís, es conocida como símbolo de paz, de reconciliación y de fraternidad. Es por eso que el Papa decidió promover esta iniciativa propiamente en el nombre del “pobrecillo de Asís”, un hombre pequeño que supo derribar toda barrera discriminatoria y que sabía abrir las puertas de cada corazón reconociéndose hermano de todos.

La comunidad de San Egidio ha sido partícipe de la iniciativa desde sus inicios y ha organizado encuentros similares cada año en ciudades europeas y mediterráneas. En enero de 1993 promovió nuevamente este encuentro en Asís durante el tiempo de la guerra de los Balcanes. Juan Pablo II, ante una violencia tan atroz y extrema y ante la incapacidad de los países involucrados de lograr la paz, afirmó que “sólo en la mutua aceptación del otro y con el consiguiente respeto recíproco, ahondado en el amor, reside el gran secreto de una humanidad reconciliada”.
Los planes para la celebración del evento, tomaron vida nuevamente en el 2002 y el Papa invitó también a todos los líderes religiosos, a reencontrarse en Asís. Las invitaciones se hicieron cuando las Torres Gemelas estaban aún en llamas y las bombas comenzaban a explotar en Kabul. La situación evidenciaba cómo las fuerzas destructivas del odio y del terrorismo pueden encenderse en todos los rincones de la tierra. Por este motivo el Papa quiso que las religiones del mundo se transformasen en instrumentos concretos de verdadera paz porque el odio y la violencia no pueden generar otra cosa que más odio y violencia.

En el 2006, en ocasión del 20° aniversario del Espíritu de Asís, el Papa Benedicto XVI subrayó la importancia de esta iniciativa, observando que no obstante el mundo estaba cambiando, había ahora una fuerte y gran necesidad de reencontrar modos más eficaces para construir la paz, este tercer milenio se ha abierto con un escenario de terrorismo y de violencia que no muestran ningún signo de ceder. A veces daría la impresión que las religiones alimentaran los conflictos en lugar de trabajar para resolverlos, sobre este punto, el Papa afirma que “cuando el sentido religioso alcanza su madurez, genera en el creyente la percepción de fe en Dios, creador del universo y Dios Padre de todos, y fortalece las relaciones de fraternidad universal entre todos los hombres. En efecto, el testimonio de la íntima unión existente entre el encuentro con Dios y la ética del amor se registra en todas las grandes tradiciones religiosas”.
En el año 2011 se celebra el 25° aniversario del primer encuentro del Espíritu de Asís y tendrá lugar en el mismo lugar de la ciudad de Asís. El mensaje de paz es tan necesario hoy como lo fue hace 25 años, junto a un renovado compromiso por construir la paz en el mundo entero. Como Benedicto XVI indicó cinco años atrás, el mundo ha cambiado mucho desde la primera celebración del encuentro. Por lo tanto las religiones no son invitadas sólo a dialogar entre ellas y sus creyentes sino a dialogar entre ellos alcanzado también a las personas no creyentes y lejanas. Ahora más que nunca deben alcanzar a la humanidad entera para que la violencia no se manifieste más contra la creación. Esta es una convicción siempre creciente en todas las tradiciones religiosas, que el respeto a las relaciones pacíficas debe ser favorecido entre las personas y todas las creaturas.

Es sólo gracias a la profunda unión con el Padre que el hermano Francisco de Asís estuvo en grado de reconocer a todos los hombres y a las creaturas como a sus hermanos y hermanas. Y el espíritu mismo de la expresión: “Espíritu de Asís” se sostendrá en el compromiso personal y activo en la promoción de la paz entre todos los seres humanos y vivientes. Si consiguiéramos, juntos, orar en el “Espíritu de Asís” en cada una de nuestras tradiciones religiosas, seríamos más fuertes en el compromiso concreto de cada uno y en acciones que nos permitirían trabajar juntos para afrontar las amenazas a la paz y a la creación que encontramos hoy en nuestro mundo.

XXV AÑOS DEL ESPÍRITU DE ASÍS

El 27 de octubre de 2011 se cumplen XXV años desde que Juan Pablo II cumplió la feliz iniciativa de invitar, como anfitrión, a todos los líderes espirituales de la Humanidad que quisiera acudir a orar por la paz, por la concordia, por el amor... en la Humanidad. No se trataba de “asociarse al Papa” para orar, sino que cada uno, desde su propia fe, desde su propia concepción de Dios, orarle a Él, elevar un grito “juntos” – con palabras diferentes – por la misma causa de la Humanidad: el amor, el perdón, la paz.

A los XXV años Benedicto XVI, de nuevo anfitrión de esta convocatoria, ha querido realzar la invitación. Es cierto que no han faltado cristianos que le han interpretado mal y han pensado que esto es un apostasía de la fe (como si a partir de ahora fuera “ex Papa”); han sido los menos.

El gran latido de la Humanidad, por el contrario, es que debemos ir por unas vías de concordia, sin imposiciones, sino con humildad ante Dios y con espíritu de acogida. Incluso son invitados los no creyentes, hombres y mujeres que luchan por las más nobles causas humanas.

Desde el primer momento se pensó que Asís, la ciudad del humilde y pobrecillo Francisco de Asís (+1226), podría ser un lugar ideal, mínima ciudad de Paz y Bien. Assisi no puede hablar de dominio, de prepotencia, sino de servicio, de perdón de fraternidad.

La Jornada tendrá como tema: Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz. Cada ser humano es en el fondo un peregrino en busca de la verdad y del bien. También el hombre religioso permanece siempre en camino hacia Dios: de aquí nace la posibilidad, más aún, la necesidad de hablar y dialogar con todos, creyentes o no, sin renunciar a la propia identidad o recurrir a formas de sincretismo; en la medida en que la peregrinación de la verdad se vive auténticamente, se abre al diálogo con el otro, no excluye a ninguno y compromete a todos a ser constructores de fraternidad y de paz. Éstos son los elementos que el Santo Padre pretende poner en el centro de la reflexión.

La mañana misma del 27 de octubre, las delegaciones saldrán de Roma en tren junto con el Santo Padre. Al llegar a Asís, se dirigirán hacia la Basílica de Santa María de los Ángeles, donde tendrá lugar un momento de conmemoración de los precedentes encuentros y de profundización en el tema de la Jornada. Intervendrán representantes de algunas delegaciones asistentes y también tomará la palabra el Santo Padre.

Seguirá un almuerzo frugal, compartido por los delegados: una comida marcada por la sobriedad, que busca expresar el estar juntos en fraternidad y, al mismo tiempo, la participación en los sufrimientos de tantos hombres y mujeres que no conocen la paz.

Después, se dejará un tiempo de silencio para la reflexión de cada uno y la oración. Por la tarde, todos los presentes en Asís irán a pie hacia la Basílica de San Francisco. Será una peregrinación en la que, en el último tramo, tomarán parte también los miembros de las delegaciones; con esto se pretende simbolizar el camino de cada ser humano en la búsqueda constante de la verdad y de la construcción activa de la justicia y de la paz. Se desarrollará en silencio, dejando un espacio a la oración y a la meditación personal.

Junto a la Basílica de San Francisco, en el lugar donde se han concluido las precedentes reuniones, se tendrá el momento final de la Jornada, con la renovación solemne del compromiso común por la paz.

Lo que nació del primer encuentro lo llamó Juan Pablo II “el espíritu de Asís”
¡Ojalá que el proyecto se afiance, y que un día Assisi u otro lugar del planeta, de Oriente u Occidente, puede ser la ONU espiritual de nuestra hermandad espiritual, de quienes, hijos de Dios en el Mundo, somos Peregrinos de la Verdad, Peregrinos de la Paz!

El Espíritu de Asís

Fuera críticas

Sin Señalar

Nuevas Tecnologías

Pedro de Alcántara, Franciscano


San Pedro de Alcántara

Penitente. Año 1562.

Este es un santo que se hizo famoso por sus grandes penitencias y los excelentes beneficios espirituales que éstas le alcanzaron.

Nació en 1499 en un pueblo de España llamado Alcántara. Su padre era gobernador de la región y su madre era de muy buena familia. Ambos se distinguían por su gran piedad y su excelente comportamiento.

Estando estudiando en la universidad de Salamanca se entusiasmó por la vida de los franciscanos porque le parecían gente muy desprendida de lo material y muy dedicada a lo espiritual. Pidió ser admitido como franciscano y eligió para irse a vivir al convento donde estaban los religiosos más observantes y estrictos de esa comunidad.

En el noviciado lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído.

Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía sobre un duro cuero en el puro suelo. También dormía sentado apoyando la cabeza en un tronco metido en la pared. Pasaba horas y horas de rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba noches enteras sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso ha sido elegido protector de los celadores y guardias nocturnos.

Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para todos sus súbditos en cuanto al cumplimiento exacto de los reglamentos de la comunidad. Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse. La gente decía que mientras predicaba parecía estar viendo al invisible y estar escuchando mensajes del cielo.

Pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de Lapa, en terrenos deshabitados, y allá compuso un hermoso libro acerca de la oración, que fue sumamente estimado por Santa Teresa y San Francisco de Sales, y ha sido traducido a muchos idiomas.

Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de “estricta observancia” (o “Alcantarinos”). El Sumo Pontífice aprobó dicha congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran penitencia. El santo fue atacado muy fuertemente por esta nueva fundación, pero a pesar de tantos ataques, su nueva comunidad progresó notablemente.

En 1560 San Pedro Alcántara se encontró con Santa Teresa, la cual estaba muy angustiada porque algunas personas le decían que las visiones que ella tenía eran engaños del demonio. Guiado por su propia experiencia en materia de visiones, San Pedro entendió perfectamente el caso de esta santa y le dijo que sus visiones venían de Dios y habló en favor de ella con otros sacerdotes que la dirigían.

Santa Teresa en su autobiografía cuenta así algunos datos que el gran penitente le contó a ella. Dice así:

“Me dijo que en los últimos años no había dormido sino unas poquísimas horas cada noche. Que al principio su mayor mortificación consistía en vencer el sueño, por lo cual tenía que pasar la noche de rodillas o de pie. Que en estos 40 años jamás se cubrió la cabeza en los viajes aunque el sol o la lluvia fueran muy fuertes. Siempre iba descalzo y su único vestido era un túnica de tela muy ordinaria. Me dijo que cuando el frío era muy intenso, entonces se quitaba el manto y abría la puerta y la ventana de su habitación, para que luego al cerrarlas y ponerse otra vez el manto lograra sentir un poquito más de calor. Estaba acostumbrado a comer sólo cada tres días y se extrañó de que yo me maravillase por eso, pues decía, que eso era cuestión de acostumbrarse uno a no comer. Un compañero suyo me contó que a veces pasaba una semana sin comer, y esto sucedía cuando le llegaba los éxtasis y los días de oración más profunda pues entonces sus sentidos no se daban cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Cuando yo lo conocí ya era muy viejo y su cuerpo estaba tan flaco que parecía más bien hecho de raíces y de cortezas de árbol, que de carne. Era un hombre muy amable, pero sólo hablaba cuando le preguntaban algo. Respondía con pocas palabras, pero valía la pena oírlo, porque lo que decía hacía mucho bien”

Formidable retrato de un santo hecho por una santa.

Los últimos años de su vida los dedicó San Pedro de Alcántara en gran parte a ayudar a Santa Teresa en Reforma y la fundación de la Orden de Hermanas Carmelitas  Descalsas,  buena parte de los éxitos que la santa logró en la extensión de sus nuevos conventos se debió a que este gran penitente que se valió de toda su influencia para ganar amigos en favor de la comunidad de las Carmelitas.

Cuenta Santa Teresa que San Pedro de Alcántara se le apareció a ella después de muerto y le dijo: “Felices sufrimientos y penitencias en la tierra, que me consiguieron tan grandes premios en el cielo”.

Murió de rodillas diciendo aquellas palabras del Salmo: “¡Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!”.

Santa Teresa escribió: “Lo he visto varias veces en la gloria y me ha conseguido enormes favores de Dios”.

 Recopilado por: Fray Pablo Capuchino Misionero.

El santo a quien prohibieron hacer milagros



Serafín de Montegranaro

El santo a quien prohibieron hacer milagros



Fue el 16 de julio de 1967 cuando fray Serafín de Montegranaro, hermano laico, de los Capuchinos de Las Marcas, era proclamado santo al mismo tiempo que Juan Cancio, José de Calasanz, José de Cupertino, Gerónimo Emiliano y Juana Chantal.

Una constelación de selectos, surgida cuando el protestantismo trastornaba a Europa, y florecida en un mismo día, en la vigilia de la Revolución Francesa, cuando jansenistas y filósofos se afanaban en destronar santos: respuesta del cielo a la orgullosa sabiduría humana.

Aquel día, el hábito tosco del humilde capuchino no desentonó junto a la túnica ligera de la fundadora de las Visitadinas, ni estuvo fuera del lugar su escasa ciencia, inferior ciertamente a la de José de Calasanz, fundadores de escuelas y de congregaciones religiosas. Serafín había “sabido leer y comprender el gran libro de la vida que es nuestro Señor Jesucristo: por este título merece contarse entre sus principales discípulos”, dirá Clemente XIII en la Bula de canonización.

Serafín nació en Montegranaro en 1540. Segundo de 4 hijos, su nombre de pila fue Félix. Su padre era albañil, oficio que para Félix no fue nada atractivo, por eso fue enviado a un campesino para que le ayudase con el cuidado del rebaño. Oficio que a Félix le agradó mucho porque así tenía tiempo suficiente para  la oración, misma que prolongaba hasta largas horas de la noche.

Fue precisamente esta pasión suya por la oración y el silencio la que hizo circular las primeras voces de admiración hacia él: una admiración que se transformó en entusiasmo y devoción cuando se supo que el cielo respondía con la gracia de los milagros en la vida de aquel niño. Se contaba, así, que en una peregrinación a Loreto, mientras sus compaisanos estaban en la orilla del Potenza, en espera de que disminuyera el caudal, él se introdujo en el agua y pasó el río a pie enjuto. Estos acontecimientos en la vida de Félix se repetirán a lo largo de toda su vida.

Cuando murió su padre, su hermano lo llamó a casa para que le ayudase en la cuestión de la construcción y albañilería como él y su padre. Félix a pesar de las reprimendas, no daba una. Sentía que aquella vida no era para él. Soñaba con desiertos, ayunos, penitencias oración. Quería vivir una vida eremita. Pero Luisa Vannucci, joven piadosa le dijo: “No es necesario, yo te quiero mostrar una religión santa en la que podrás hacerte santo”. Y le hablo de los capuchinos.

Félix fue inmediatamente a Tolentino y se presentó a los capuchinos, esperando ser recibido aquel mismo día. No fue posible. Entre tanto pudo comprobar lo que Luisa le había contado: los capuchinos eran verdaderamente santos y con ellos habría encontrado el paraíso.

“No poseo nada: sólo tengo un crucifijo y un rosario; pero con éstos espero ayudar a los frailes y hacerme santo”, dijo Félix al entrar en el noviciado de Jesi. A partir de ahora su nombre será Serafín. Exteriormente no cambiaba, pero en el alma cultivará virtudes estupendas que se esforzará en esconder, y que Dios revelará con la gracia de los milagros. Sorprendidos por su número y grandeza, los mismos superiores le obligarán un día por obediencia a velar el secreto y él confesará cándidamente:

Cuando bien el convento era un pobre peón sin capacidad y sin habilidades. He permanecido como entonces. Y esto fue motivo de tantas humillaciones y reprensiones sobre las que actuó el demonio, introduciendo en mi corazón la tentación de abandonar el convento y retirarme a un desierto. Me encomendé al Señor, y una noche oí una voz desde el tabernáculo: “Para servir a Dios es necesario morir a sí mismo y aceptar las adversidades, sean del género que sean”. Yo las acepté y prometí rezar un rosario por el que las hubiese procurado. La misma voz del mismo tabernáculo me aseguró: “Tus oraciones por quienes te mortifican me son agradabilísimas. Yo, como contrapartida, estoy presto a concederte todas las gracias”.

Fueron tantos los milagros más que para justificar los adjetivos que le dieron los contemporáneos a fray Serafín, le llamaban: el santo, el taumaturgo, el profeta… las listas de testimonios son interminables. Basta un beso a su manto, una caricia de sus manos y hasta sólo la invocación de su nombre para que enfermedades crónicas desapareciesen y casos desesperados se resolvieran. Todo resultaba prodigioso en sus manos: el pan, las naranjas, la hierba, el grano, las pepitas de calabaza. La gente tenía más confianza en él que en todos los médicos de la ciudad.

SU VIDA DE ORACIÓN

Que fray Serafín se la pasara casi toda la noche frente al Sagrario es un hecho constatado. Los frailes que vivían junto con él atestiguan cómo, después de retirarse a las celdas, sentían los pasos acelerados de fray Serafín que descendía a la iglesia para la adoración nocturna, arrodillado delante del altar del sacramento, sin apoyarse nunca. Alguna vez alguno se levantaba para espiarlo desde cualquier ángulo, pero él se apercibía casi siempre, y entonces fingía dormir y “roncaba” ruidosamente.

LA SABIDURÍA DE LOS SANTOS

Al estupor de los hombres que se preguntaban qué médico era aquel frailecillo sin pretensiones, él respondía con una señal de la cruz, milagrosa aún hecha a distancia. Ciertamente no se trataba de un fanatismo de la gente del pueblo, ya que le escribían y llegaban personalidades de cualquier lugar, tales como el duque de Baviera, el duque de Parma, los señores Pepoli de Bolonia y el cardenal Bandini le enviaba cartas. No obstante nuestro santito tenía tanta humildad que llegó a decir: “¡Fuera digno del purgatorio! Soy un pecador”. Y, para evitar que le besaran la mano o la túnica, llevará siempre en la mano un crucifijo (que se conserva hasta el día de hoy), ofreciéndolo al beso de todos. Pasó casi por todos los conventos de Las Marcas, reclamando, invocando, disputando, sembrando por todos los sitios el trigo puro del espíritu franciscano; pero sólo Ascoli tendrá la fortuna de tenerlo por más tiempo, experimentando los beneficios de su santidad excepcional. La población le corresponderá con sin igual devoción, cada casa tendrá su imagen, impresa incluso en la fachada de los edificios públicos, como emblema de nobleza religiosa; los devotos recorrerán de rodillas los últimos trescientos metros antes de su tumba y ayunarán la vigilia de su fiesta.

AUSTERO Y HUMANO

Fue perfecto en la obediencia. Son innumerables los hechos que lo demuestran. No existe ninguna sombra en su castidad, aunque esta fue una gran conquista penosa. A sus confidentes les reveló que pasaba las noches en la iglesia porque en la celda se sentía terriblemente tentado. Aun en avanzada vejez se le oyó gritar durante el reposo: “¡Ah traidor, fuera, que no te consiento!”. Conseguido un perfecto dominio de los sentidos “con modestia y suavidad angélicas conversaba con mujeres, por lo que, con familiaridad, las jóvenes doncellas corrían todas a él, con tanta sumisión y devoción, como si hubiera sido tanto y más que su madre carnal”.

Pobrísimo, una sola vez y por obediencia, vestirá un hábito nuevo; y con él hará un paseo por la ciudad, diciendo humildemente que también él debe “dejar los harapos, porque es el momento de hacer un poco el señor”. Mas, apenas le fue posible, retornará a la túnica acostumbrada, de paño molesto. La cosa en que menos pensará es en el comer: una menestra envejecida o una ensalada será el alimento de 40 años continuos.

Su pasión querida será servir las misas, hasta el punto de repetir muchas veces que con gusto habría ido a Roma o a Loreto para ayudar el mayor número posible. Lo hacía con tanta devoción que una testigo afirmará: “Muchas veces dejaba de atender la misa le miraba a él, atraída por aquella su gran devoción, que parecía como si estuviera fuera de sí”.

HA MUERTO EL SANTO

Serán, efectivamente “los niños” los que proclamarán a la ciudad la muerte seráfica, ocurrida a primeras horas de la tarde del 12 de octubre de 1604. Advertidos por una voz misteriosa, hormiguearán por las calles sorprendidas gritando a plena voz: “¡Ha muerto el santo, ha muerto el santo!”.

Todavía no había sido sepultado, cuando el primer biógrafo empuñaba la pluma para transmitir el ejemplo.

Escenas indescriptibles en torno a su cadáver custodiado por gentilhombres y soldados y exhalando suavísimo olor. La gente humilde lo creyó intuitivamente perfumes del cielo; la autoridad eclesiástica, prudente y sabia, querrá asegurarse que no exista “artificio o engaño alguno” por parte de los religosos e indagará con singular diligencia. Un padre dominico cerrará así la indagación: “He hecho muchas comprobaciones para ver si era artificial, pero me he convencido que es divino. Si hubiéramos tenido nosotros un hermano así, habríamos hecho una exhibición mayor y lo habríamos tenido más días sin sepultarlo para edificación de los fieles”. Y un canónigo añadirá: “Es exactamente igual al que emanaba el cuerpo de san Félix de Cantalicio, que yo estaba presente”.

Pero el comentario más hermoso a su vida extraordinaria será siempre aquel de la muchedumbre anónima, aquella que, casi guiada por particular revelación, capta inmediatamente la esencia de la santidad: “nunca conocí en él la más mínima imperfección”; “ningún cristiano ni ningún otro religioso me ha dado jamás tan gran y buen ejemplo como fray Serafín”; “nadie se quejó nunca de Él”.

Esta es la vida de un pobre fraile franciscano capuchino que supo descubrir en Cristo pobre humilde y crucificado el tesoro de la vida y de la eterna bienaventuranza. Un rato para ti y para mí como cristianos del siglo XXI.

Los datos y la historia sobre la vida de Fray Serafín de Montegranaro fueron tomados del Libro “El Señor me dio hermanos, T. 1. Pp 51-63.

Por: Fray Pablo Capuchino Misionero

Paz y Bien.

Bienaventurados los Pacíficos

powered by Blogger | WordPress by Newwpthemes | Converted by BloggerTheme