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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

II DOMINGO DE ADVIENTO

II DOMINGO DE ADVIENTO

Is 40, 1-5.9-11, 2Pe 3, 8-14, Mc 1, 1-8

El pregonero sube a un torreón medio derruido y desde allí contempla la hermosura de Jerusalén. Ya no es ciudad exuberante, pero aún queda tiempo para la esperanza. Y el profeta entona una canción. El contenido de su mensaje es para todos.
El grito profético supera todas la antiguas expectativas anunciadas por otros profetas. La liberación está ya cerca, el Señor viene de camino. Dios viene a través de alguien que no es judío sino pagano, Ciro el emperador de Persia, que devolverá a los desterrados a su país, reconstruirá la ciudad y restaurará el templo.
Jerusalén se sentirá consolada y su culpa perdonada. De todos los rincones del orbe llegarán ofrendas y todos verán la gloria de Dios. El profeta que es consolador de esperanzas truncadas, de ideales rotos, se convertirá en heraldo de las Buenas Noticias e invita a preparar el camino al Señor. Llama a una vida conforme a la Alianza, invita a un comportamiento ético y consecuente. Los caminos se preparan con amor, para que todos los peregrinos avancen sin miedo por el camino de la paz que lleva a Dios (Is 40, 1-4.9-11).

En la segunda carta, Pedro les presenta a los cristianos una visión, un anuncio de la venida del Señor que los enemigos de la fe cristiana niegan. El Apóstol argumenta que el retraso de la venida de Dios se debe a la paciencia divina: Dios quiere la conversión de todos. Esta conversión consiste en una vida coherente y fiel a la vocación recibida (2Pe 3,8-14).

Juan Bautista es “la voz que grita en el desierto: preparar el camino al Señor, allanad sus senderos”. La voz debe preparar el camino del Señor en el desierto. ¿Qué desierto es al que se refiere el Evangelio?
El desierto está ligado al camino y a los senderos en toda la tradición veterotestamentaria. El desierto es la vida misma donde todos estamos insertados y en ella necesitamos encontrar los caminos que llevan a Dios. Juan Bautista es la última voz del AT. Él es como el ángel que precede y guía al pueblo hacia la Nueva Alianza, como el nuevo Elías que anuncia al Mesías encargado de reunir al pueblo en el desierto, de todas las naciones y evoca la purificación, la penitencia de todos a través del agua del Jordán. Así prepara el camino del Señor (Mc 1,1-8).

En clave franciscana: Solo Dios puede sacarnos del desierto, de una vida sin sentido (OfP 1, 10; 2, 1.12; 4, 10; 14, 2.3). Es Dios quien liberó a los cautivos israelitas (OfP 14,7), y es el mismo Dios el que nos libera por medio de Jesús (2CtaF 14-15). La salvación “nos viene del Señor” (AlD, 6).
Pero la salvación, aunque ofrecida por Dios, debe ser continuada por nosotros; de ahí que haya que convertirse; es decir: dejarse salvar, dejarse sacar del desierto, crecer en el amor más y más, y así hacer posible que los demás vean la salvación de Dios.
Francisco, en un momento determinado de su vida, sintió la necesidad de empezar a convertirse al Señor dejándose sacar del desierto, dejándose salvar por Él ( Tes 1-3). (1R 22, 9-17).

Hermosas Palabras del Señor: Bellos recuerdos de Adviento
He aquí un coloquio espiritual – ninguna estancia se prohíbe atravesar al viajero que viaja en alas del amor – que establecemos dialogando sobre el Adviento. Hoy, que ya hemos aprendido tantas cosas de liturgia, los sabios nos pueden decir para adentrarnos en el tiempo convertido en culto, cómo nació el adviento... Leer más

Nathan Stone: Nueva tierra de justicia
El relativismo radical del supermercado de las creencias afirma que la fe es cosa de cada uno. Pues, no. Quien crea que su hermano esté irrevocablemente condenado por Dios, también lo va a maltratar. Las víctimas de esa religión son los que, según su antropología... Leer más

Nueva tierra de justicia

Ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida… Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. 2 Pedro 3:10, 13

Fundamentalistas y sectarios de estricta observancia añoran el día inminente cuando choque la tierra con algún trozo de cachureo interplanetario provocando un gran incendio para acabar con todo. Sus fantasías de venganza se verán realizadas. Ellos serán milagrosamente llevados a un lugar más allá del arco iris algunos días antes. Tienen un sitio web donde dejan mensajes odiosos para familiares y conocidos que se quedan aquí para perecer en la destrucción.

Esa es su versión de la Segunda Venida: un masacre generalizado ocasionado por un dios rabioso y cruel. Según ellos, la consciencia ecológica no tiene sentido. Mejor gastar todo, porque pronto se acaba. No es buena noticia, al menos, para los que no pertenecen a su religión.
Hablando en serio, es altamente probable que alguna vez, el planeta llegue a chocar con algún asteroide. Se supone que eso pasó hace 65 millones de años, que así acabó el reinado de los dinosaurios, abriendo paso a los mamíferos, entre ellos, el hombre.

No habrá ninguna nave espacial para llevarse a los elegidos. La justicia de Dios es parejo, y su misericordia, también. El quiere que todos se salven. Este mundo es finito. Sin embargo, cielos nuevos y tierras nuevas son la esperanza concreta de reyes e indigentes, sin excepción.
La gente va a creer lo que quiere. A algunos, les gusta pensar que Dios legitima sus sentimientos vengativos. Les gusta sentirse los favorecidos, porque da validez a la corrupción y al favoritismo en el más acá. Está en su derecho, libertad religiosa y nada que hacerle.

El problema es que la religión de los preferidos que Dios predestinó acarrea consecuencias graves para los demás. A veces, se trata de una convicción más ideológica que religiosa. El soberbio está convencido de que se merece su predominio, y que debe, además, defenderlo. No se trata de una conspiración, sino de una opción errada que provoca daño colateral.

El relativismo radical del supermercado de las creencias afirma que la fe es cosa de cada uno. Pues, no. Quien crea que su hermano esté irrevocablemente condenado por Dios, también lo va a maltratar. Las víctimas de esa religión son los que, según su antropología, carecen de valor y dignidad, lo que quiere decir, los que no pertenecen a su exclusivo club de los preferidos.
Los favoritos, elegidos y predestinados suelen catalogar a los demás. Descalifican a los que no son como ellos, a los que no son de su agrado, a los que desafían su hegemonía. Juzgan, según su criterio vengativo, colocando a la gente inocente en frascos con etiquetas categóricas. La misericordia no existe. Sus pronunciamientos son caprichosos, definitivos y despiadados, como un pequeño adelanto del juicio final. Dificultan el desafío de vivir en paz con un mundo complejo y diverso para todos. A partir de su religión, estamos a un paso de guerras, invasiones, torturas, abortos y campos de concentración. Los elegidos hacen lo que quieren con los condenados.

Cada uno puede creer lo que quiera, pero los discípulos del Cristo gritarán en el desierto para defender al desposeído, al marginado y al extranjero. No se merece el mal trato que este mundo le brinda. Vendrá otro tiempo cuando sea tratado con justicia, cuando sea juzgado, no por las apariencias, ni por las etiquetas, ni por los comentarios, sino por sus obras y con compasión. Hay esperanza para todos, y en especial, para aquellos que quedaron fuera ahora.

Nathan Stone

Te he Llamado

I DOMINGO DE ADVIENTO


I DOMINGO DE ADVIENTO

 Is 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7, 1 Cor 1, 3-9, Mc 13, 33-37


Comenzamos este nuevo año litúrgico con el tiempo del Adviento. Sabemos que Adviento es Advenimiento, que quiere decir que está por llegar Jesús. En este tiempo de Adviento recordamos que Jesús viene a nosotros y nos preparamos para recibirle en Navidad y al final de la vida. Recordamos, pues, su doble venida: la primera cuando se encarnó y vivió entre nosotros como hombre; la segunda cuando venga al final de los tiempos.

El Adviento es tiempo de esperanza, tiempo en el que celebramos todo lo bueno que está por venir a nuestra vida para sacarnos de todas las situaciones negativas que vivimos.

Los cielos deberían rasgarse y venir Dios al encuentro del hombre en un Adviento de historias de perdón. Los hombres reconocemos nuestro pecado al compás de la venida del Señor. El Señor revela su rostro de Padre y nosotros necesitamos de él, porque Él no es indiferente a nuestras esperanzas. Dios viene con la cercanía de la palabra salvadora, cuando la humanidad duerme su misterio. Dios se muestra cercano, amigo y Padre. Dios llega al alba de los tiempos cargado de misericordia, bondad y amistad. Dios sigue viniendo en la Palabra profética con el grito profundo de la misericordia. Llega y suscita la esperanza, renace la ilusión y la vida, perdona y reconcilia a todos los que vigilan, esperan y aguardan la hora de Dios en el Adviento de la vida (Is.63).

San Pablo anima a los cristianos de Corinto a la espera de los tiempos finales. En Corinto están a la espera de la revelación de Jesucristo. Esta manifestación sucederá en el día del Señor, con ecos del AT, donde Dios manifestaba una intervención decisiva. El Apóstol habla así de la venida de Cristo, como fundamento de la esperanza de los cristianos y signo de la unidad entre todos ellos (1Cor 1,3-9).

San Marcos describe la invitación de Jesús a la vigilancia, no a la división de la historia en épocas, ni a un cálculo numérico de tiempo. La intención del evangelista es avisar a la comunidad, para que cuando llegue el Señor no estén dormidos sino que estén preparados .La Iglesia confía en el Hijo del Hombre y está abierta a los signos de los tiempos. La inactividad de la Iglesia es perjudicial.
Vigilad no significa acumular seguridades materiales y defenderse contra los intrusos, sino asumir el camino de la aventura.

El seguimiento de Jesús es tarea y misión. ¡Estad preparados! Significa no dormir, es decir, hacer guardia (Esd 8,59; Sal 127,1).
Dos pasajes del AT nos ayudan a entender la parábola del evangelista (Prov 8,34; Cant 5,2). El primero acentúa la felicidad del hombre vigilante ante la puerta del Señor, guardando sus jambas cada día. El segundo describe la armonía de quien descansa, es decir, el yo de la persona duerme, pero su corazón vigila. Este yo reposa en el corazón, que en lenguaje bíblico es sinónimo de la conciencia, de la personalidad, de la vida (Mc 13,33-37).

En clave franciscana: a lo que se nos invita es a romper con todo lo viejo para dejar paso a una vida nueva. Por eso se nos advierte que debemos estar vigilantes (1R 22, 20. 25); es decir, saber mirar para descubrir al Señor que viene: saber mirar a cada persona, saber mirar las cosas que ocurren en el mundo que nos ha tocado vivir, saber mirar lo que a nosotros mismos nos sucede, saber mirar…, ya que sólo llega a verlo todo con hondura y alcance constructivo el que sabe mirar desde la fe, con una espera esperanzada y la disponibilidad solidaria del amor.

Hermosas Palabras del Señor: Adviento: Cristo esplendente
¿Qué es exactamente el tiempo de Adviento? Los libros litúrgicos lo describen así:
“El tiempo del Adviento tiene dos características: es a la vez un tiempo de preparación a las solemnidades de Navidad en que se conmemora la primera Venida de Hijo de Dios entre los hombres, y un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a esperar la segunda Venida de Cristo al... Leer más

Nathan Stone: Pasteleros, ¿a sus pasteles?
El evangelio llama a estar atentos, a fijarse en lo que está sucediendo en cada rincón de esta aldea global. Los discípulos de Jesús vigilan los signos de los tiempos. No es para meterse en asuntos ajenos, sino para asumir la responsabilidad... Leer más

El decálogo del documento de Benedicto XVI “Africae Munus"

“Africae Munus” ofrece, según el VIS (Vatican Information Service), a la Iglesia en África guías prácticas para la actividad pastoral en las próximas décadas.

1.- Sigue siendo urgente la evangelización ad gentes en África, el anuncio del Evangelio a quienes todavía no conocen a Jesucristo. Es la prioridad pastoral que involucra a todos los cristianos de África.

2.- También se debe animar, cada vez mejor, la evangelización ordinaria en las respectivas Iglesias particulares, comprometiéndose en promover la reconciliación, la justicia y la paz.

3.- Urge también trabajar por la nueva evangelización en África, especialmente de aquellos que se han apartado de la iglesia o no siguen la conducta cristiana. Los cristianos africanos, en particular el clero y los miembros de la vida consagrada, están llamados a apoyar la nueva evangelización también en los países secularizados. Se trata de un intercambio de dones, dado que misioneros africanos ya actúan en los países de los cuales vinieron los misioneros a anunciar la Buena Nueva en África.

4. - Los santos, personas reconciliadas con Dios y con el prójimo, son los artífices ejemplares de la justicia y los apóstoles de la paz. La Iglesia -cuyos miembros están llamados a la santidad- debe encontrar un nuevo fervor, propio de los numerosos santos y mártires, confesores y vírgenes del continente africano, cuyo culto es necesario renovar y promover (véase AM 113).

5.- Para tener más ejemplos actuales y, además, nuevos intercesores en el cielo, se insta a los pastores de las Iglesias particulares a “identificar aquellos siervos africanos del Evangelio que pueden ser canonizados según las normas de la Iglesia” (AM 114).

6.- Asimismo, se deben fortalecer ulteriormente los vínculos de comunión entre el Santo Padre y los Obispos de África, así como entre los obispos del continente a nivel nacional, regional y continental.

7.- Se espera que “los Obispos se comprometan ante todo a promover y sostener efectiva y afectivamente el Simposium de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECEAM) como una estructura continental de solidaridad y comunión eclesial.” (AM 107).

8.- Para profundizar en el misterio de la Eucaristía y para aumentar la devoción a la Eucaristía, se respalda la propuesta de los Padres sinodales para celebrar un Congreso Eucarístico Continental (ver AM 153).

9.- Se anima a la celebración anual en distintos países africanos de “un día o una semana de reconciliación, particularmente durante el Adviento o la Cuaresma”. (AM 157).

10.- De acuerdo con la Santa Sede, el SECEAM podría contribuir al lanzamiento de un “Año de la reconciliación de alcance continental, para pedir a Dios un perdón especial por todos los males y ofensas que los seres humanos se han infligido en África unos a otros, y para que se reconcilien las personas y los grupos que han sido heridos en la Iglesia y en el conjunto de la sociedad” (AM 157).

La Iglesia en África, grata por el don de la fe en el Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se compromete con renovado impulso en la evangelización y en la promoción humana, para que todo el continente se transforme en un vasto campo de reconciliación, de justicia y de paz. De esta manera, la Iglesia contribuye a forjar a la nueva África, llamada a ser cada vez más "pulmón espiritual" de la humanidad.

Mueren en un accidente de coche tres misioneros capuchinos y un voluntario

Dar es Salaam (Agencia Fides) - Tres misioneros capuchinos y un voluntario laico, todos italianos, originarios de la Toscana, murieron en un accidente de tráfico ayer en Dar es Salaam, mientras visitaban las misiones capuchinas en el país africano. Sus nombres: fr. Luciano Baffigi, Ministro provincial de la Toscana; fr. Corrado Trivelli, responsable del servicio Missio ad Gentes, se ocupaba en particular de la animación misionera entre os jóvenes; fr Silverio Ghelli, un antiguo misionero en Tanzania; Andrea Ferri, un joven misionero a cargo de documentar las actividades de los capuchinos en el país africano. De acuerdo con informes preliminares, el automóvil en el que viajaban se salió de la carretera, tal vez para evitar el atropello de un peatón. P. Ghelli que conducía, murió al instante, los otros tres viajeros fueron trasladados al hospital, donde murieron poco después a causa de las lesiones. (SL) (Agencia Fides 23/11/2011)

Pasteleros, ¿a sus pasteles?


Estén atentos, porque no saben cuándo llegará el momento.  Marcos 13:33

Platón escribió su obra quinientos años antes que San Marcos, sin embargo, lamento constatar que sus filosofías influyen más sobre el mundo moderno que el evangelio.  Platón es teórico, perfeccionista y divide nuestra simple humanidad en cuerpo y alma.  Extrañamente, muchos creen que Jesús enseñó esas ideas y que están en la Biblia. Por eso, las toman como parte de su religión.  Pero no es así.  Es platonismo puro, compañero, perfección sin compasión. 

Platón escribió diálogos, en las cuales diferentes personajes debaten temas con Sócrates, bajo el pretexto de que juntos, van a descubrir la verdad.  Lo obvio es que Platón cree haber descubierto su verdad ya, y usa los diálogos para difundirla, creando, además, la ilusión de participar en la búsqueda y hallazgo de la tal certeza perfecta e inmutable. 

Su obra maestra se llama La República.  En realidad, está mal traducido.  Debe llamarse El Estado, o bien, La Política.  El subtítulo nos asegura que trata sobre la bondad y la justicia.  Pero si uno lee un poco, va a encontrar que el título más apropiado sería algo como La política represiva del estado totalitario y despiadado: una redefinición de la justicia.

Los modernos asociamos las repúblicas con la superación de monarquías despóticas mediante la introducción de la democracia.  La república que propone Platón es una monarquía despótica.  Los iluminadísimos filósofos-reyes deben (según él) imponer su versión de la bondad sobre todo el pueblo, por la razón o la fuerza.   Más frecuentemente, es por la fuerza.  Crea un estado militarizado, con tres clases sociales: el filósofo-rey, los soldados y los demás. 

Los demás tenemos que olvidarnos de querer alguna vez participar en el proyecto social del bien común.  El estado, mandado por el rey iluminado, es por definición, perfecto.  Por ende, cualquier sugerencia, propuesta o novedad se entiende como un atentado a la consagrada perfección.   Los soldados llevan detenidos a los innovadores.  Y quedan vaporizados.

La justicia, entonces, según Platón, consiste en que cada uno atienda exclusivamente a lo suyo, sin meterse en cosas ajenas.  Los zapateros deben hacer zapatos, comer y callar.  Los panaderos deben hacer pan, y no preguntas.  De ahí, el dicho,pasteleros, a sus pasteles, (que no está en la Biblia, por si acaso).  La justicia platonista no es solidaria.  Si los niños se mueren de hambre en África, es problema de ellos.  No hay que vivir atentos, sino anestesiados.

La propuesta de especialización era revolucionaria en Atenas, donde el ideal consistía en que cada uno hiciera de todo para participar plenamente en un proyecto común.  Los modernos nos creemos muy democráticos, porque no tenemos reyes y votamos.  (Bueno, algunos votamos.)  Sin embargo, en el fondo, somos individualistas, cada pastelero preocupado de sus propios pasteles, sin mirar fuera del propio metro cuadrado.  El sueño de un mundo más justo es subversivo.  Guardas silencio, o pagas el precio.  Insistimos, a pesar de un macro-debacle económico, severos cambios climáticos y violencia globalizada, que todo está perfecto. 

El evangelio llama a estar atentos, a fijarse en lo que está sucediendo en cada rincón de esta aldea global. Los discípulos de Jesús vigilan los signos de los tiempos.  No es para meterse en asuntos ajenos, sino para asumir la responsabilidad por el conjunto. Nadie sabe cuándo el Padre celestial va a pedir la rendición de cuentas.  Más urgente, cuando menos se espera, llega el momento preciso para ejercer la compasión solidaria con el hermano necesitado, así demostrando que somos herederos del Reino, y no solamente pasteleros de La República.

Felicidades OFS. Dios les bendiga.


17 de noviembre

Santa Isabel de Hungría (1207-1231)

por Javier Martín Artajo

Sobre la dura corteza espiritual de la Edad Media, hendida por la gracia de Dios, brotó una de las flores más delicadas de la Cristiandad: Santa Isabel de Hungría. Nació en el año 1207 en uno de los castillos -Saróspatak o Posonio- de su padre, Andrés II, rey de Hungría, y su madre Gertrudis, hija de Bertoldo IV, el cual llevaba en sus venas sangre de Bela I, también rey de Hungría, por lo que la princesita Isabel vino a ser el más preciado florón de la estirpe real húngara.

Isabel nació en un ambiente de lujo y abundancia que, por divino contraste, fue despertando en su sensible corazón ansias de evangélica pobreza. Desde su privilegiado puesto en la corte descendía, desde muy niña, para buscar a los menesterosos, y los regalos que recibía de sus padres pasaban muy pronto a manos de los pobres. En balde la vestían conforme a su rango principesco, porque aprovechaba el menor descuido para quitarse las sedas y brocados, dárselos a los pobres y volver a palacio con los harapos de la más miserable de sus amiguitas.

Conforme a las costumbres de la época, fue prometida en su más tierna edad a Luis, hijo de Herman I, margrave de Turingia. Este compromiso matrimonial tenía, sin duda, la finalidad política de afianzar la alianza de ambos países contra el rey Felipe de Suabia. Un buen día de primavera -1213-, cuando los campos se desperezaban del gélido sueño invernal, se presentó en el castillo de Posonio una embajada turingia para recoger a la prometida de su príncipe heredero. El rey de Hungría, entonces en la cumbre del poder y riqueza de la dinastía, dotó generosamente a su hija diciendo a los emisarios: «Saludo a vuestro señor y ruego se contente de momento con estas pobres prendas, que, si Dios me da vida, completaré con mayores riquezas». Y revistiendo con palabras tan modestas su jactanciosa exhibición, hizo sacar un cúmulo de tesoros que dejaron admirados a los compromisarios, poco acostumbrados a tales galas en la abrupta y dura comarca de Turingia. El matrimonio tuvo lugar en el año 1221, es decir, al cumplir Isabel sus catorce años, en Wartburg de Turingia. Y de esta manera la princesa, nacida en un país lleno de sol y de abundancia como era Hungría, vino a parar a la dura y pobre tierra germánica.

La pobreza del pueblo estimuló más aún la caridad de la princesa Isabel. Todo le parecía poco para remediar a los necesitados: la plata de sus arcas, las alhajas que trajo como dote y hasta sus propios alimentos y vestidos. En cuanto podía, aprovechando las sombras de la noche, dejaba el palacio y visitaba una a una las chozas de los vasallos más pobres para llevar a los enfermos y a los niños, bajo su manto, un cántaro de leche o una hogaza de pan. Y hasta el propio manto lo entregó un día crudísimo de invierno a una pobre mendiga que temblaba de frío a la vera del camino, y cuál no sería su asombro que, al tender el armiño sobre la chepa de la anciana, vio transfigurarse aquélla en la adorable imagen de Jesucristo.

Por mucho que escondiera sus mercedes no es raro que éstas llegasen a herir a los espíritus envidiosos y mezquinos. No faltó quien acusó a la princesa ante el propio duque de estar dilapidando los caudales públicos y dejar exhaustos los graneros y almacenes. El margrave Luis quería a su esposa con delirio, pero no pudo resistir, sin duda, el acoso de sus intendentes y les pidió una prueba de su acusación.

-- Espera un poco -le dijeron- y verás salir a la señora con la faltriquera llena.

Efectivamente, poco tuvo que esperar el duque para ver a su mujer que salía, como a hurtadillas, de palacio cerrando cautelosamente la puerta. Violentamente la detuvo y la preguntó con dureza:

-- ¿Qué llevas en la falda?

-- Nada..., son rosas -contestó Isabel tratando de disculparse, sin recordar que estaba en pleno invierno-.

Y, al extender el delantal, rosas eran y no mendrugos de pan lo que Isabel llevaba, porque el Señor quiso salir fiador de la palabra de su sierva.

Parece que su suegra, la duquesa viuda Sofía, no miraba a Isabel con buenos ojos, tal vez porque las mercedes que aquélla hacía eran una acusación a su egoísmo o, simplemente, porque creyera que el cariño de Isabel, en el corazón de Luis, había desplazado al suyo. Con más o menos pasión aprovechaba cualquier oportunidad para desvirtuar a Isabel ante los ojos de su marido. Según cuenta la leyenda, volvió en cierta ocasión el margrave Luis de un largo viaje y, ansioso de abrazar a su esposa, fue a buscarla a la alcoba conyugal. Salió a su encuentro la duquesa Sofía, que había escuchado tras de la puerta voces extrañas en la alcoba, y le previno diciendo:

-- Ahora verás, hijo mío, hasta dónde llega la fidelidad de tu esposa.

Forzó la puerta el celoso marido y, al tirar de la cobertura del lecho, vio en él tendida la imagen de Cristo crucificado, en la que se había transfigurado un pobre leproso que Isabel había acostado en su lecho para curarle las llagas.

El celo de los pobres, en los que ella veía siempre la imagen trasunta de Cristo, fue espiritualizando cada vez más su vida. Su alma generosa se asomaba a sus ojos negros y profundos, que brillaban como candelas de amor en las sombrías casuchas de los pobres de Wartburgo. Por muy severas que fuesen sus penitencias, Isabel las recubría con cariño y donaire para no perder el encanto natural ante los ojos de su enamorado esposo. Pero no pudo, en cambio, conciliar su espíritu franciscano con la frivolidad de la vida cortesana.

Bajo la influencia de su confesor, extremadamente severo, Conrado de Marburgo, que la prohibió incluso probar ciertos manjares, Isabel vino a ser una viviente acusación contra una corte un tanto licenciosa, que empezó a conspirar contra la princesa extranjera.

Mientras su marido fue su amparo, nada tuvo que temer la princesa Isabel, pero llegó un día en que en los oídos del príncipe Luis sonó, como llamada irresistible, el clarín convocando a cruzada en nombre de Federico II. Isabel no quiso ser un obstáculo en el camino del príncipe cristiano que ofrecía su lanza para rescatar el Santo Sepulcro. Ya su padre, el rey Andrés II, había regresado sobreviviente de la quinta cruzada, y cada vez era más difícil vencer la desilusión y la indiferencia de los reyes y de los pueblos cristianos por coronar tan caballerosa empresa. El noble corazón de Luis se creyó, sin duda, más obligado a dar ejemplo y, dejando sola a su esposa, partió con sus caballeros, con propósito de embarcarse en Otranto para unirse a la cruzada. Pocos meses después, Isabel recibía, de manos de un emisario turingio, la cruz de su marido, que había muerto víctima de una epidemia.

Así, pues, a los veinte años -1227- la princesa Isabel quedó viuda y desamparada en una corte extranjera y hostil, y fue entonces cuando realmente empezó su calvario. Su cuñado Herman, queriendo desplazar a los hijos de Luis de la herencia del Ducado, acusó a Isabel de prodigalidad, y en verdad que ella había volcado hasta el fondo de su arca para remediar la miseria del pueblo en el temible «año del hambre» que Europa entera atravesaba. Las acusaciones de Herman encontraron eco en la corte, y la princesa Isabel, expulsada de palacio, tuvo que buscar refugio con sus tres hijos y la compañía de dos sirvientas en Marburgo, la patria de su madre. En tan difícil situación la socorrieron sus tíos, la abadesa Mectildis de Kitzingen y el obispo de Bamberg, que ya había abandonado el proyecto que tuvo de casarla de nuevo.

El pontífice Gregorio IV nombró a Conrado de Marburgo su «defensor». Los buenos oficios que éste desplegó consiguieron, por fin, que la princesa fuese indemnizada con una importante suma y se le asignasen unas posesiones en la villa de Marburgo. Pero Isabel ya nada tenía que la ligase al mundo, y solemnemente, en la iglesia de los Frailes Menores de Eisenach, renunció a sus bienes, vistió el hábito gris de la Tercera Orden y se consagró enteramente y de por vida a practicar heroicamente la caridad. Años después -1228-29- emprendió la construcción del hospital de Marburgo, cuya capilla puso bajo la advocación del Padre Seráfico, San Francisco de Asís, recientemente canonizado.

Por aquel entonces regresaban los cruzados de los Santos Lugares ardiendo en fiebres y con sus carnes maceradas por la lepra, y a ellos dedicaba Isabel sus más amorosos cuidados, en recuerdo, sin duda, de su marido, muerto muy lejos del alcance de sus manos.

Isabel, firme en su propósito de dedicar su vida a los pobres y enfermos, buscando en ellos al propio Jesucristo, rechazó una y otra vez la llamada de su padre, el rey de Hungría, que, valiéndose de nobles emisarios y hasta de la autoridad episcopal, trataba de convencerla de que regresase a su país. En cambio, acudió solícita a la llamada de su Señor, y a los veinticuatro años -1231- subió al cielo a recibir el premio merecido por haber aplicado el agua a tantos labios sedientos, curado tantas heridas ulceradas y consolado tantos corazones oprimidos.

La fama de su santidad quedó bien patente en el entierro, que conmovió toda la comarca. Poco después de su muerte, las jerarquías religiosas de tres países y Conrado de Turingia, gran maestre que fue de la Orden Teutónica, promovieron en la Santa Sede la declaración de sus heroicas virtudes, y el proceso terminó con la solemne ceremonia de la canonización el 27 de mayo de 1235 en Perusa, todavía en vida de su padre, Andrés II de Hungría. Su festividad fue fijada para el 19 de noviembre [pero, en la actualidad, se celebra el 17 del mismo mes]. Unos meses más tarde fue colocada la primera piedra de la catedral gótica de Marburgo y en ella se rindió el primer testimonio de veneración a la santa princesa por el emperador Federico II al frente de su pueblo.

Santa Isabel de Hungría ha sido erigida como Patrona de la Tercera Orden Franciscana y son muchas las congregaciones religiosas dedicadas a la caridad que llevan su nombre, y más de setenta los templos que la tienen por Patrona.

Javier Martín Artajo, Santa Isabel de Hungría, en Año Cristiano, Tomo IV, Madrid, Ed. Católica (BAC 186), 1960, pp. 414-418

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