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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Ya está Brotando

Hoy nos ha nacido el Salvador

Carta de Navidad del Ministro General de los Capuchinos


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Erección de la Custodia del Norte de México


En una emotiva celebración, nuestro Ministro General Fray Mauro Jöhri, decretó la presencia como Custodia de los Franciscanos Capuchinos del Norte de México, bajo el patrocinio de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

El ser constituidos como Custodia significa que estamos dando un paso más adelante en nuestro crecimiento, estabilidad y madurez como presencia de Franciscanos Capuchinos en el Norte de México. Esta identidad jurídica nos exige una responsabilidad de organización interna, así como el compromiso de dar un testimonio fraterno y apostólico en la Iglesia.

Durante el rezo de la Liturgia de las Horas, Fray Mauro Jöhri publicó este decreto. Acompañado de Fray Carlos Novoa –definidor general para la presencia de los hermanos capuchinos de habla hispana- y de Fray Mark Schenk –definidor general para los hermanos capuchinos de Norte América-.

Acto seguido, fue designado el consejo de gobierno de nuestra Custodia. Fray David Beaumont fue nombrado como Custodio; como primer consejero Fray Maximino González; y como segundo consejero Fray Guillermo Trauba.

Feliz Navidad

Hermano Universal!

IV DOMINGO DE ADVIENTO

IV DOMINGO DE ADVIENTO

2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16, Rom 16,25-27, Lc 1,26-38



Dios establece su morada en la casa de David. La referencia del oráculo profético de Natán así lo explicita. Dios quiere habitar en medio de su pueblo. Los hombres construimos casas materiales, pero Dios sustituye nuestras construcciones humanasen templos vivos donde Él habita. El templo de Dios es el mundo en que vivimos. Dios se hace presente en nuestra propia historia. Así la verdadera comunidad será aquella donde los hombres busquen con afán al Dios vivo.
El rey no puede vivir en un palacio de cedro mientras el Señor habita en una tienda. El hombre no puede fundarse en dios de su propio destino. El Señor de Israel ha jugado un papel importante en la historia del pueblo elegido. Dios ha estado permanentemente con los suyos, los que hizo salir de Egipto, camina con ellos, los nombra jueces y reyes y sobre todo, no los abandona. Él es el Dios de Israel, el que libera, salva y protege. El que cuida de su pueblo y lo hace grande y numeroso. El que está en medio de ellos. Estar en medio revela la historia de su ser. La gloria de Dios se manifiesta en la casa donde Dios quiere habitar (2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16).

La Buena Noticia es la revelación manifestada por Dios a los hombres, cuyo contenido nadie pudo imaginar jamás. Jesús es esa Buena Nueva que ha venido a habitar en la humanidad, desde la pequeñez, para mostrar la grandeza y el rostro de Dios, en medio de su pueblo (Rom 16,25-27).

El relato de anuncio-vocación, compuesto por el evangelista san Lucas, llega a ser para María imagen perfecta de la Nueva Sión. La Madre de Dios no es la casa de Dios hecha piedra o de cedro del Líbano, como lo era el templo salomónico de la ciudad de Jerusalén. María es la armonía de Dios, cantada por mil generaciones. María, la Madre el Mesías, es el templo perfecto de la carne de Cristo. Dios se ha hecho carne en María. Y Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros. Él tiene los rasgos de la humanidad, indicados a través del nombre. Jesús significa Salvador, como ya indicará el evangelista Mateo: “Porque él salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1,21). Es la morada de Dios entre los hombres a través de María. Ella es la imagen de la nueva Jerusalén donde se encuentra Sión, como dice el Apocalipsis: “Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos será su pueblo y Él, Dios con ellos, será su Dios” (Ap 21,3). María es el templo de Dios. Así como la nube cubría el Arca de la Alianza ahora protege la personalidad de María y la envuelve con la sombra del Espíritu (Lc 1,26-38).

En clave franciscana: El Salvador es el que se encarna para entregarse de una forma absoluta a los demás (2CtaF 11-13).
Jesús no hizo actos de culto para complacer a Dios, sino que convirtió su vida, en cuerpo y alma, en un don total para la humanidad (CtaO 46).
No cabe duda que, para Francisco, María colabora en nuestra salvación al permitir que el Salvador tomara de ella “la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad” (2CtaF 4; OfP 15,3). Por eso, en toda persona, pero sobre todo en los sacerdotes - por hacer presente al Salvador (CtaO 21; Test 9) - y en los pobres, veía “al Hijo de la señora pobre” (2 Cel 83); pues todo pobre le hacía presente al Cristo desnudo ( 2Cel 84).
La Salvación arranca de la Encarnación (1R 23, 3); por eso solamente seremos salvados si permitimos que Cristo viva en nosotros, para realizar los objetivos de su encarnación redentora (2CtaF 48-53): es decir, que los hombres seamos plenamente hombres, con la profundidad y la anchura que produce el sentirse hijos de Dios y hermanos de los demás hombres (CtaO 11; 2CtaF 52-56;
Dios hecho hombre es el modelo a seguir en nuestra vida como cristianos (2CtaF 13; 1R 9,1). Cristo es para nosotros camino, verdad y vida (Adm 1, 1), luz verdadera que alumbra nuestro caminar (2CtaF 66); de ahí que debamos seguir “la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo” (1R 1,1; 1R 22,2; 2CtaF 13; UltVol 1).

Cuix Amo Nican Nica Nimonatzin?

¡Ven, Señor Jesús!

INMACULADA CONCEPCIÓN

INMACULADA CONCEPCIÓN

Gn 3,9-15.20, Ef 1,3-6.11, Lc 1,26-38

La fiesta de María invita a saciar la sed de la vida en la fuente escondida donde Dios sella la Nueva Alianza con los hombres. Dios viene a través de María. La fiesta de la Inmaculada Concepción sitúa a la Virgen desde el primer hasta el último instante bajo el signo de Dios.
La página del libro del Génesis se completa con la fuente de bendición del himno cristológico de Efesios. El proto-evangelio del Génesis se convierte en un anuncio de esperanza.
La historia del bien y el mal se sucede en el tiempo. La maldición inunda la historia de oscuridad y tensión. La bendición recae en la descendencia de Abrahán. El mal acecha, pero el bien es más fuerte y lo aplasta. La acción de Dios penetra en el silencio de la Nueva Eva y Ella se siente predilecta de Dios. La estética de Dios ha cristalizado en María y la Madre representa a una humanidad regenerada del mal en el mundo, porque es la criatura de Dios (Gen 3,9-15).

María es la primera creyente, elegida por el Padre para ser la fuente inagotable de la gracia que trae Cristo. La Virgen Madre es el templo santo e inmaculado del Verbo. La gracia es el don de Dios plenificado en la Virgen, para ser admirada de generación en generación. Todas las generaciones llamarán a la Señora, Bienaventurada. Nuestra vida adquiere sentido cuando la contemplamos bajo auspicios de maternidad.
Dios eligió a una joven galilea para ser modelo de amor, de ilusión, de fe según el beneplácito de su voluntad (Ef 1,3-6).

Dios ha actuado en María y ha sido trasformada por la gracia de Dios (Lc1, 26). Los cristianos también hemos sido trasformados por la gracia divina (Ef 1,6). El efecto se produce en las personas por el don de la gracia, pero María es el arquetipo de todos los cristianos, la primera de todos los creyentes. La trasformación acontece en María en virtud de la misión que va a cumplir: ser la Madre del Hijo de Dios.
María está llena de gracia porque así se proyecta la dignidad mesiánica de ser Madre de Jesús. Este don de la gracia es un patrón literario en algunos pasajes del AT (Gen 6,8; 18,3). El evangelista posiblemente se inspira en este molde literario que conlleva también la elección divina, para otorgar a la Madre del futuro Mesías este don. La gracia concedida a María por Dios va más allá de la simple elección.
Por eso afirma el Señor está contigo, está en conexión con el saludo a la doncella de Nazaret y al mismo tiempo con la teología veterotestamentaria de la Alianza. María es la Madre del Mesías y está revestida del Espíritu del Señor (Lc 1,26-38).

En clave franciscana: Al aceptar María la propuesta del ángel, se convierte en el “puente” que hace posible que llegue la Salvación hasta nosotros. Como nos dice Pablo, el Señor, antes de crear el mundo, ya nos eligió para que fuéramos “santos e irreprochables ante él; la pretensión de la humanidad de traspasar los límites que le confieren su condición de criaturas, para ser igual a Dios y poder decidir qué es el bien y qué es el mal, rompió esta alianza armoniosa entre Dios y los hombres ((1R 23, 1.2).
La decisión, por parte de Dios, de ofrecernos una nueva oportunidad de Salvación coloca a María, como símbolo de la humanidad, en la disyuntiva de aceptar o no el proyecto inicial de Dios para que seamos “santos e inmaculados” (2CtaF 4); por eso:
En el Saludo a la bienaventurada Virgen María se explicita lo que supuso la elección de María para ser Madre de Dios y poder colaborar en la construcción del Reino (SalVM 1-6).
En la festividad de la Inmaculada admiramos el proyecto inicial de Dios, que quiere una humanidad “santa e inmaculada”.
La responsabilidad de María a la hora de consentir en su maternidad divina se extiende también a todos los fieles seguidores de Jesús (2CtaF 53), puesto que todos hemos sido elegidos para darle un culto adecuado, que sea “alabanza de su gloria” (CtaO 8.9).

III DOMINGO DE ADVIENTO

III DOMINGO DE ADVIENTO


Is 61,1-2A.10-11, 1Tes 5,16-24, Jn 1,6-8.19-28


El Mesías era ante todo testigo de Dios. Él estaba ungido por el Espíritu del Señor. Dios le envía con una misión especial: proclamar su Palabra. A través de Él, Dios anuncia la Buena Noticia y viene a consolar con un programa de misericordia.
El Mesías es el siervo. La Buena Noticia consiste en curar, sanar, pregonar, proclamar. Es Dios mismo quien cura las heridas de su pueblo, a quien mima en el desierto de la vida con la certeza de la salvación. Dios sabe mitigar los dolores de los pequeños y venda los corazones rotos por el egoísmo infranqueable de la vida. Dios cura con amor a los suyos. El corazón para un hebreo es el centro de los afectos y de la personalidad. El corazón de Israel estaba roto por las calumnias de los poderosos, las amenazas de los militares, la burla de los conquistadores. Dios sana el corazón de su pueblo. Dios sigue hoy vendando los corazones de los hombres, alentando con el soplo de la libertad los corazones rotos de la humanidad, angustiada de miedos y esperanzas (Is 61,1-2.10-11).

El Apóstol san Pablo es consciente de la función de la Iglesia en la celebración y quiere alegría, oración, acción de gracias. Pero sobre todo, no apagar el Espíritu, es decir, la comunidad debe tener siempre presente el discernimiento y para ello ha de dejarse invadir por el mismo Espíritu. Así, el bien será acogido y el mal rechazado (1Tes 5,16-24).

Juan era testigo de la luz y de la vida. El último vocero del AT escribió la página de la vida al proclamar y canto de la historia. La existencia de la Palabra entre los hombres tuvo al principio un testigo y un profeta. Juan es el comienzo del evangelio y ocupa un lugar importante en el misterio de Jesús.
El Bautista es un enviado y un mensajero de Dios. El heraldo prepara el camino al Señor, tiene las mismas características que Moisés (Ex 3,10-15), los profetas (Is 6,8), y el mismo Jesús (Jn 3,17). El testigo y el testimonio van unidos en el pensamiento del evangelio de san Juan. El Bautista es un testigo excepcional para la obra y el ministerio de Jesús. Juan era testigo y profeta, que prepara los caminos del Enviado del Padre y lleva a los hombres a la luz de Jesús. Aunque, como indica el evangelista “Juan era como una lámpara que ardía y brillaba y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz” (Jn 5,35). Juan es como el puente entre la Antigua y la Nueva Alianza. El Bautista es testigo conductor de los hombres, signo de la presencia de Dios para prepararlos a aceptar al Verbo de la vida (Jn 1,6-8.19-28).

En clave franciscana: Si releemos todo a la luz de la vida de Francisco, veremos que no podemos dejar de estar alegres ya que el mismo Dios que se nos anuncia y comunica es “nuestro gozo y nuestra alegría” (AlD 4). De ahí que debamos estar alegres (1R 7, 16) no tanto por las cosas buenas que hacemos (1R 17,6), sino por lo que hace Dios en nosotros (Adm 20, 1).

Yo soy hijo de Dios!!!


LA MISA EN CLAVE CATEQUÉTICO-PEDAGOGICA


La misa es celebración, es fiesta de memorial y de acción de gracias.

¿Qué hay en una fiesta?

Una ocasión: cumpleaños, primera comunión, boda, etc. Aquí: es el misterio pascual de Cristo, que él mismo nos encomendó celebrarlo en memoria suya; que la Iglesia lo celebra con sentimientos de acción de gracias por la redención llevada a cabo a favor nuestro.

Una invitación: la persona o familia celebrante nos invita. Aquí es la Iglesia la que nos invita; la Iglesia que se hace parroquia, comunidad cristiana, familia cristiana...Ese es el sentido del mandamiento de ir a la Misa cada domingo.

Una reunión: es la forma normal de celebrar una fiesta: la gente se reúne en un lugar al que nos han convocado: restaurante, club, casa de la familia, etc. Aquí es normalmente la iglesia parroquial, santuario, capilla o salón...

Unos signos: para una fiesta el lugar se prepara adecuadamente: mesas, flores, conjunto musical, etc. y luego se sirven bebidas y alimentos, se platica, se baila, se canta y se hacen brindis.

En la Misa: se hace un canto de entrada, a veces el sacerdote, que representa a la Iglesia y a Cristo, sale a la puerta a recibir a los invitados o los saluda desde la sede o el altar; después se hacen algunas oraciones para entrar en contacto con Dios, que es el principal anfitrión; vienen luego las lecturas de la Biblia en las que Dios y la Iglesia nos explican el sentido de la celebración; se intercalan cánticos relacionados con las lecturas (Salmo, Aleluya); luego viene el discurso, que se llama homilía, en la que se explica más detalladamente el sentido de la fiesta. A través del Credo, la asamblea confirma estar de acuerdo con lo que se ha proclamado y explicado. En la segunda parte de la celebración se presentan al sacerdote y a Dios los dones del pan y del vino, con los que se celebrará el sacrificio y el banquete, se hacen varias oraciones de alabanza, de recuerdo de los misterios de Cristo, de petición y, finalmente, se invita a todos a comer y beber el cuerpo y sangre de Cristo y así asumir el misterio que se celebra de una manera que compromete: es una alianza que aceptamos en el cuerpo y sangre de Cristo para vivir como creyentes cristianos, es decir, discípulos, seguidores y testigos de Cristo. Finalmente, el sacerdote nos despide con su bendición, dándonos la paz de Dios para que vayamos al mundo a dar testimonio de lo que hemos celebrado.



Comenzamos la celebración


Canto de entrada

Saludo de bienvenida del celebrante: Que el amor de Dios Padre, la paz de Jesucristo y la gracia del Espíritu Santo estén con ustedes.

El rito que sigue al saludo es el acto penitencial: por éste nos ponemos en presencia de Dios reconociendo que venimos aquí a renovar nuestra amistad y comunión con Dios, que las hemos contrariado de diversas formas, con conductas no de acuerdo al amor que Dios nos tiene. Por ello, pedimos perdón a Dios y a los hermanos. También al prójimo, puesto que siendo miembros de una comunidad, de una sociedad humana y creyente, nuestros actos o conducta no recomendable ofende y perjudica el bienestar o buen nombre de nuestra comunidad y familia en la fe. En las fiestas se canta el Gloria, canto de alabanza y acción de gracias a Dios.

La primera oración que hacemos se llama colecta, en ella se presenta o recoge la intención principal de la fiesta que se celebra en la Misa.

Siguen las lecturas, que en las fiestas son tres: la primera del Antiguo Testamento, la segunda del Nuevo Testamento, la tercera de los Evangelios. Cuando hay una fiesta las lecturas están relacionadas con las misas; en otras ocasiones la Iglesia nos ofrece, tanto para los domingos como para los días entre semana varios programas de lecturas, que se dividen en ciclos (tres, para los domingos) o años (dos, para los días semanales).

A las lecturas sigue una explicación de las mismas para aplicarlas a nuestra vida por medio de lo que llamamos homilía, que la hace el ministro que preside la Misa.

Las preces de los fieles son una forma de incorporar a la celebración a toda la Iglesia y a todo el mundo. Normalmente se pide primeramente por la Iglesia, después por las autoridades civiles, en tercer lugar por los necesitados de la sociedad y de la Iglesia, y finalmente por las intenciones de los que celebran la Misa y algunas otras intenciones particulares,



*** Llegamos a la segunda parte de la Misa, que se llama liturgia eucarística y la iniciamos con la presentación de las ofrendas; además del pan y del vino se pueden presentar otras cosas, inclusive la colecta, para asistir a los pobres o necesitados de la comunidad eclesial o de otra comunidad que tenga necesidad. No se ofrece el pan y el vino ni ninguna otra cosas en este momento, solamente se preparan y se presentan.

El Prefacio: es una oración de acción de gracias y alabanza en la que se recuerda algún misterio de la vida de Cristo para concluir con una aclamación comunitaria, que es el santo, que normalmente se canta.

Oración invocatoria del Espíritu sobre los dones que van a ser consagrados en el cuerpo y sangre de Cristo. El Espíritu tiene un papel decisivo en la vida de Jesús, y más todavía en la vida de la Iglesia, por ello lo invoca en todos los momentos importantes. La acción santificadora del Espíritu divino se significa externamente al colocar las manos el sacerdote sobre las ofrendas, un gesto típico de consagración y de bendición, que también se usa en otros sacramentos, sobre todo es importante en la ordenación sacerdotal.

Consagración: en el relato de una parte de la última cena de Jesús con sus discípulos, en la noche en que fue entregado por Judas a sus enemigos, se lleva a cabo la consagración del pan y del vino, que se convierten misteriosamente en el cuerpo y sangre de Cristo, aunque los accidentes permanecen los mismos.

Aclamación: esta acción milagrosa es un gran misterio; misterio porque no podemos entenderlo, pero misterio también porque se convierte en un acontecimiento sagrado que nos va a dar la salvación si comulgamos con él aceptando la vida de Cristo. Por ello, a la invitación del sacerdote que dice: ESTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE,

Respondemos: ¡ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROLAMAMOS TU RESURRECCIÓN, VEN SEÑOR JESÚS!

Oración de memorial: es la oración que vamos a decir ahora, acabada la consagración, en la que vamos a recordar los misterios pascuales de Cristo, en cuya memoria o recuerdo, ofrecemos a Dios el pan de vida, que es el cuerpo de Cristo, y el cáliz de salvación, con la sangre de Cristo, las únicas ofrendas dignas de Dios, porque son ofrendas espirituales, es decir, ofrendas en las que está contenida la vida de Cristo, hecha de obediencia al Padre, que es el sacrificio que Dios quiere de nosotros: obedecer sus mandamientos, seguir su voluntad, como lo hizo Jesús toda su vida, por ello dijo en el huerto de Getsemaní, como preludio a este sacrificio: “Que se haga, padre, tu voluntad y no la mía”.

Oración de intercesión: “Acuérdate de tu Iglesia...”; aquí pedimos por la Iglesia, por la Iglesia militante, para que ella, salvada y santificada por este misterio Pascual, viva en la unidad del amor bajo la jerarquía, también por la Iglesia purgante, para que pueda gozar pronto de la plenitud de la vida del reino en el cielo: es el momento en que pedimos por nuestros difuntos.

Doxología u oración de glorificación: toda la oración eucaristía se concluye con una oración de alabanza a Dios Padre y Espíritu por el misterio pascual de Cristo. A esta oración, que puede hacerse cantada, la asamblea responde con una AMEN, que es una ratificación personal y comunitaria de esta alabanza dirigida por el ministro. Es como un breve resumen de todo lo que la Eucaristía quiere hacer: un sacrifico de alabanza y acción de gracias por el misterio salvador de la muerte y resurrección de Cristo.

Rito de la comunión: dentro de la Oración eucarística, la última parte es la comunión, por la que nosotros asumimos el sacrificio de Cristo. Al comulgar el cuerpo de Cristo y su sangre, nos identificamos espiritualmente con los sentimientos de Cristo al entregar su cuerpo, al derramar su sangre, al ofrecer su vida por la gloria del Padre y por nuestra redención. Si estamos dispuestos a vivir una vida inspirada en la de Jesucristo, podemos comulgar, y esa comunión se convierte en un signo eficaz porque puede hacer realidad en nosotros lo que celebramos, en la medida de nuestra fe, puede hacer que nosotros vivamos haciendo la voluntad de Dios y procurando el bien del prójimo, aun a costa de nuestra vida.

La preparación inmediata para la comunión incluye el rezo del Padrenuestro y el signo de la paz. Con este signo vamos a hacer realidad lo que pedimos en el Padrenuestro: la reconciliación con Dios y con el prójimo, que es uno de los propósitos de la muerte de Cristo: reconciliar a todos los hijos de Dios y unirlos en una familia, en una comunidad: la Iglesia.

Cordero de Dios: a Cristo, que como un cordero es sacrificado por nosotros, le pedimos que nos perdone y nos dé la paz, como gracia preparatoria para comer dignamente su cuerpo.

Este es el Cordero: al mostrar el cuerpo de Cristo se hace una invitación a comerlo, a participar del banquete. La asamblea responde con las palabras del centurión romano, que son una señal ejemplar de fe: “No soy digno.. pero di una palabra y quedaré sano y salvo”.

Comunión: normalmente comulgamos con el cuerpo de Cristo, que está en la hostia, pero también podemos comulgar con la sangre de Cristo, bebiendo del cáliz. La sangre de Cristo, además de significar esa sangre que Él derramó como sacrificio salvador por nosotros, es el símbolo del cáliz del triunfo, símbolo del brindis por el que significamos la resurrección de Cristo y su entrada en la gloria, por tanto, también la nuestra. Una Misa sin comunión es una Misa sin compromiso personal; y la comunión sincera es una forma de conversión, de manera que todo el que no está excomulgado puede participar en la comunión si ha participado activa y responsablemente en la Misa, ya que la comunión conlleva reconciliación con Dios y deseo de vivir de acuerdo al ejemplo de Cristo. ¿Basta una comunión espiritual? En la intención de Cristo no basta, por ello nos dijo: “tomen y coman, tomen y beban”. Los signos externos, nos dice el magisterio de la Iglesia, expresan, alimentan y fortalecen la fe.


Rito de conclusión de la Eucaristía:

Este rito tiene tres partes: la oración, en la que se pide que la participación en la Misa, sobre la comunión del cuerpo de Cristo, tenga frutos verdaderamente cristiana en la vida que sigue a la celebración; la bendición, que es una forma de desear que Dios nos acompañe con sus dones para que podamos realmente ser consecuentes con lo que hemos celebrado; el envío, que es una forma de hacernos conscientes y responsables de que seamos ante el mundo signo de Cristo. En la Misa se realiza la totalidad de la vida del cristiano: la vocación o llamada, por la invitación que nos hace la Iglesia a celebrarla; la santificación, por las gracias que se nos dan en ella, sobre todo al recibir el cuerpo de Cristo; la misión, por el envío que se nos hace ahora al decirnos que vayamos en paz, envío a ser testigos del misterio pascual de Cristo por medio de nuestra vida, llamada a ser “luz del mundo y sal de la tierra”.

El canto de salida es parte de este envío, acompaña la salida del lugar donde hemos celebrado la Eucaristía, salimos llenos de gozo porque nos sentimos renovamos por la gracia de Dios, por su amor, y fortalecidos por su Espíritu para llevar al mundo al buena nueva del Evangelio: “Que tanto ama Dios al mundo que le dio a su Hijo Jesucristo, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna”

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