Un llamado, una vocación. ¡Un compromiso!


Paz y Bien

Un llamado…

Una Vocación…

Un compromiso…

Hoy estamos celebrando con gran alegría la fiesta de la Conversión de San Pablo, el Apóstol de los Gentiles por gracia de Dios. Es una celebración que ha de ponernos a punto. Es decir debe conducirnos a descubrir la obra maravillosa que Dios hace en un corazón dispuesto a amarle y servirle sin límites. Por lo tanto, no hemos de conformarnos con conocer, hablar, narrar la gloria de los santos, cuánto de imitarlos para poder dejarle al igual que ellos, vía libre al Espíritu de Dios para que vaya haciendo de cada uno de nosotros instrumentos de paz y amor.

Saulo o Saúl (10-67), conocido más tarde como Pablo, nació en Tarso (Asia Menor) de familia hebrea. Ciudadano Romano por su nacimiento en una ciudad libre. Fue educado ya desde su juventud por el sabio rabino Gamaliel en las doctrinas fariseas. Encarnizado enemigo de la naciente Iglesia e implicado en la muerte de Esteban, el primer mártir cristiano, su vida cambió bruscamente por su encuentro en el camino de Damasco con el Señor Resucitado. Jesús le manifestó la verdad de la fe cristiana y le dio a conocer su misión especial de apóstol de los gentiles (Cfr Hch 9).

Estamos hacia el año 36 y es desde este momento, cuando Pablo dedica toda su vida al servicio de Cristo. Estuvo tres años en el desierto de Arabia, luego regresa a  Damasco, sube a Jerusalén hacia el año 39, para retirarse posteriormente a Siria-Cilicia. Da comienzo a su predicación en Antioquía, para emprender inmediatamente su primer viaje apostólico, estamos más ó menos entre los años 45-49: anunció la buena nueva del en Chipre, Panfilia, Pisidia y Licaonia.

En el año 49 participa e el concilio apostólico de Jerusalén, en el que es reconocida su gran misión como apóstol de los gentiles. Hacia los años 50-52 continúa con su segundo viaje apostólico y entre el 53-54 el tercero.

El año 58 es detenido en Jerusalén y mantenido en prisión en Cesarea de Palestina hasta el año 60. En el otoño de este año, el procurador Festo lo envía con escolta  a Roma, donde Pablo permanece dos años (61-63). Llevado a cabo su proceso queda libre. Es probable que en esta situación se haya dirigido a España, según lo aducen (Rom 15,24), y a otras regiones de Oriente.

Finalmente hacia el año 67 es tomado prisionero nuevamente en Roma donde se encuentra con la palma del martirio.

La importancia del “Apóstol de los gentiles”, Pablo de Tarso, llevó a la conciencia cristiana a fijarse en los tres relatos de su conversión que aparecen en los Hechos de los Apóstoles (Hch 9,1-30 ; 22,3-21; 26,9-30).

Así pues, hoy la Liturgia celebra a aquel que de perseguidor se convirtió en “instrumento elegido” y “propagador de tu gloria”. “El antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir”  (Gál 1,14). La experiencia de la conversión de Pablo explica toda su vida y actividad. “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir” (Flp 1,21). “Vivo de la fe en el Hijo de Dios” (Gál 2,20). “Sé de quién me he fiado” (2 Tim 1,2). Nos explica también por qué hizo de su vida el “servicio de todas las iglesias” y por qué “predicar el evangelio no fue para Pablo un orgullo sino un deber” (1 Cor 9,16).

Celebrar la fiesta del apóstol de los gentiles es reconocer la inmensa obra de Dios que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque Dios es único, como único es también el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo, que se entregó a sí mismo para redimir a todos” (1 Tim 2,4-6). Este deseo se hace concreto dentro del marco de la oración por la unidad de los cristianos que concluimos hoy.

Viéndonos pues a nosotros mismos y dando gracias al Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo nos alegramos por el ejemplo tan grande y profundo que nos da a través de San Pablo, y le pedimos que también nosotros seamos capaces de dejarnos encontrar con Él y hacer del proyecto del Reino de Dios, un proyecto comprometido con nuestra vida.

Paz y Bien

Fray Pablo capuchino misionero.

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