Blog 184. Presentación del Señor, Hypapanté: La fiesta del Encuentro


Meditación

1. “Oblación y encuentro” era el título de nuestra homilía anterior (n. 183) en la fiesta de la Presentación del Señor.
En efecto, los dos polos que concentran el sentido de la celebración de hoy – la Presentación del Señor – son, en cuanto se puede dividir una única realidad espiritual,  
- el uno teológico-trinitario: Cristo, primogénito consagrado al Padre, en manos de María. Por este motivo la fiesta se llama escuetamente “Presentación del Señor”.
- El otro eclesial: Cristo sale al encuentro de su Pueblo, que lo espera como Pueblo de la Alianza y lo recibe en la persona del anciano Simeón y de la anciana y piadosa Ana. Desde aquí la fiesta se llama en oriente Hypapanté: el Encuentro.
La liturgia siempre celebra el misterio en síntesis y unidad. Aquí no podemos separar a Cristo de María: son unidad en al celebración; ni tampoco podemos escindir a Cristo de la Iglesia.
Los protagonistas visibles de la Fiesta en la liturgia, de acuerdo, por otro lado, a la misma perspectiva evangélica con el Niño y su Madre María, y los ancianos Simeón y Ana. Simeón y Ana son la Iglesia que recibe al Señor que entra en su Templo Santo, si bien la escena – como notábamos – se desarrolla fuera del Templo. Es otra área espiritual la que ha inaugurado Jesús con su venida.
José queda en la penumbra.
Los iconos de Oriente que en este día ven una de las Doce grandes Fiestas del año nos presentan, en sus luces de oro, estas figuras que transmiten el mensaje del misterio revelado: presentación y encuentro.

2. La liturgia oriental gusta de un lenguaje místico y numerosas composiciones se deleitan en él. Romano (o Román) el Poeta, el Meloda (Melódico) (+555), introduce de modo lírico-místico la fiesta: “Desde lo alto de los cielos lo vieron los incorpóreos y dijeron: Hoy asistimos a un espectáculo maravilloso y extraordinario. Aquél que creó a Adán es tenido en brazos como Niño, Aquél que es inconmensurable es estrechado entre los brazos de aquel anciano. Aquél que es transportado sobre los hombros de los querubines ha hecho morada entre los hombres. Aquél que plasma a los niños en el seno de las madres se hace niño en una Virgen, y permanece unido al Padre y al Espíritu Santo, eterno junto a ellos" (Este y otros textos semejantes pueden verse en el artículo que el monje Manuel Nin - benedictino; rector del Pontificio Colegio Griego de Roma escribía en L’Osservatore Romano en la Presentación del Señor de 2011).
La antigua liturgia oriental se complace en gustar los contenidos dogmáticos alcanzados por los primeros concilios que apuntalaron el dogma trinitario salvando, ante todo la divinidad de Cristo. El mismo Poeta se expresa así en la liturgia, haciendo hablar a la Virgen María: "¿Qué apelativo encontraré para Ti, Hijo mío? ¿Te diré hombre perfecto? Pero yo sé que fue divina tu concepción. Y si te llamo Dios, me sorprendo viéndote en todo semejante a mí. ¿Debo ofrecerte mi leche o mi alabanza? Tus hechos te proclaman Dios sin tiempo, aunque te hayas hecho hombre, oh amigo de los hombres".

3. Esta alta espiritualidad no podemos forzarla para apropiárnosla como algo que nos brote a nosotros del corazón.
En cambio, vemos con mucho agrado la finura con la que la liturgia occidental en el oficio divino de hoy ha recogido el Misterio del encuentro. Lo podemos considerar en el Oficio de lectura, oficio pensado para la contemplación. Se abre el oficio con este Invitatorio: Mirad, el Señor llega a su templo santo, venid, adorémosle, que alude al texto de Malaquías (3,1-4), que va a resonar en la Misa.
Son muy bellas tres antífonas de la salmodia, preciosamente enlazadas con su salmo correspondiente, combinando el aspecto cristológico y eclesial de la fiesta.
Ant. 1. Éste está predestinado para ruina o resurgimiento de muchos en Israel. Con el salmo 2, interpretado mesiánicamente desde los albores de nuestra fe.
Ant. 2. ¡Levántate y resplandece, Jerusalén, pues llega tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti! Con el salmo 18, primera parte: El cielo proclama la gloria de Dios, salmo que la Iglesia lo reza con sentido cristológico.
Ant. 3. Goza y alégrate, nueva Sión, mira a tu Rey que viene a ti, humilde y salvador de su pueblo. Y aquí rezamos el salmo 44, salmo nupcial que evoca las nupcias de Cristo esposo con su Iglesia: Me brota del corazón un poema bello.
Tras la primera lectura, que es el pasaje del Éxodo sobre la consagración de los primogénitos (Ex 13, con selección de versículos) tenemos un delicado responsorio que nos introduce en el misterio del encuentro. Es el encuentro esponsal de Cristo con su Iglesia, y María es la portadora de la Luz.
R. Adorna tu tálamo, Sión, y recibe a Cristo, tu rey: * a quien la Virgen concibió y dio a luz, permaneciendo virgen después del parto; ella adoró a quien había engendrado.
V. Simeón tomó al Niño en sus brazos y, dando gracias, bendijo al Señor.
R. A quien la Virgen concibió y dio a luz, permaneciendo virgen después del parto; ella adoró a quien había engendrado.


Predicación catequética de san Sofronio, obispo de Jerusalén
(Disertación 3, Sobre el Hipapanté, 6. 7)

Meditación oportunísima para este día este texto catequético de san Sofronio (que, traducido al castellano sería San Prudencio, San Prudente), que fue patriarca de Jerusalén en los años 634 al 638.
La fiesta ya venían celebrándose en Jerusalén hacía, al menos tres siglos. El patriarca pastor nos introduce, con palabras exhortativas, en los contenidos espirituales de este Encuentro (Hypapanté) de Cristo con su Iglesia.
* * *
Corramos todos al encuentro del Señor los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.
Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.
En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera.
Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo, para librarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar. Por esto avanzamos en procesión con cirios en las manos, por esto acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios.
Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.
Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.
También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.
También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto, con nuestros ojos, al Dios hecho hombre; y de este modo, habiendo visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando año tras año, porque no queremos olvidarlo.

Puebla, Presentación del Señor 2012

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