Fray Leopoldo de Alpandeire Capuchino

 
 
9 DE FEBRERO: EL TESTIMONIO DEL BEATO FRAY LEOPOLDO



“Caridad, humildad y devoción mariana son los rasgos distintivos de su santidad. Todos los testigos afirman que Fray Leopoldo tenía un corazón de oro. Desde su infancia se había mostrado generoso y caritativo. Era habitual en él compartir su merienda con otros pastorcillos más pobres. Un día distribuía a los pobres el dinero, ganado con tanta fatiga en los duros meses de la vendimia de Jerez. Al verlo, el hermano mayor lo reprochó y le quitó de un manotazo el monedero. No pudiendo ya repartir más dinero, el joven Francisco Tomás entregó sus botas al pobre siguiente con el que se encontró.
Su vida estuvo tejida de trabajo y de oración. De capuchino, trabajó como hortelano, portero, sacristán, limosnero y, si hacía falta, como enfermero para cuidar a los enfermos y a los ancianos del convento. Pero su verdadero apostolado fue el de limosnero de su convento. Como hermano limosnero, se cargaba con las alforjas a las espaldas, como Jesús con la cruz, y así caminaba pidiendo limosna. Se hacía pobre para mantener a sus hermanos.
Recibía de la gente buena la limosna material, devolviendo a cambio la caridad de su bondad, de su serenidad, de su consejo. Siguiendo el ejemplo de san Francisco, nunca fue un ladrón de limosnas. Pedía y recibía sólo por amor de Dios. Con frecuencia recibía insultos, apedreamientos y una vez estuvo a punto de que lo lincharan. Pero los niños y la gente sencilla lo acogían jubilosos, porque hablaba de la bondad de Jesús y les señalaba el camino del cielo” (Homilía Beatificación, Mons. Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación de los Santos y Delegado Pontificio para la Beatificación).

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