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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Un Niño nos ha Nacido

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el señorío y será llamado: Consejero admirable, Dios poderoso, Padre sempiterno y Príncipe de la paz. (Isaías 9,6)

Francisco de Asís y la reforma de la Iglesia por la vía de la santidad


Primera predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap

La intención de estas tres meditaciones de Adviento es prepararnos para la Navidad en compañía de Francisco de Asís. De él, en esta primera predicación, quisiera destacar la naturaleza de su vuelta al Evangelio. El teólogo Yves Congar, en su estudio sobre la "Verdadera y falsa reforma en la Iglesia” ve en Francisco el ejemplo más claro de reforma de la Iglesia por medio de la santidad[1]. Nos gustaría entender en qué ha consistido su reforma por medio de la santidad y qué comporta su ejemplo en cada época de la Iglesia, incluida la nuestra.

1. La conversión de Francesco

Para entender algo de la aventura de Francisco es necesario entender su conversión. De tal evento existen, en las fuentes, distintas descripciones con notables diferencias entre ellas. Por suerte tenemos una fuente fiable que nos permite prescindir de tener que elegir entre las distintas versiones. Tenemos el testimonio del mismo Francisco en su testamento,  su ipsissima vox, como se dice de las palabras que seguramente fueron pronunciadas por Jesús en el Evangelio. Dice:

“El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía  muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y de cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo”

Y sobre este texto justamente se basan los historiadores, pero con un límite para ellos intransitable. Los históricos, aun los que tienen las mejores intenciones y los más respetuosos con la peculiaridad de la historia de Francisco, como ha sido, entre los italianos Raoul Manselli, no consiguen entender el porqué último de su cambio radical. Se quedan - y justamente por respeto a su método - en el umbral, hablando de un "secreto de Francisco", destinado a quedar así para siempre.

Lo que se consigue constatar históricamente es la decisión de Francisco de cambiar su estado social. De pertenecer a la clase alta, que contaba en la ciudad para la nobleza o riqueza, él eligió colocarse en el extremo opuesto, compartiendo la vida de los últimos, que no contaban nada, los llamados "menores", afligidos por cualquier tipo de pobreza.

Los historiadores insisten justamente sobre el hecho que Francisco, al inicio, no ha elegido la pobreza y menos aún el pauperismo; ¡ha elegido a los pobres! El cambio está motivado más por el mandamiento; "Ama a tu prójimo como a ti mismo!, que no por el consejo: "Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme". Era la compasión por la gente pobre, más que la búsqueda de la propia perfección la que lo movía, la caridad más que la pobreza.

Todo esto es verdad, pero no toca todavía el fondo del problema. Es el efecto del cambio, no la causa. La elección verdadera es mucho más radical: no se trató de elegir entre riqueza y pobreza, ni entre ricos y pobres, entre la pertenencia a un clase en vez de a otra, sino de elegir entre sí mismo y Dios, entre salvar la propia vida o perderla por el Evangelio.

Ha habido algunos (por ejemplo, en tiempos cercanos a nosotros, Simone Weil) que han llegado a Cristo partiendo del amor por los pobres y ha habido otros que han llegado a los pobres partiendo del amor por Cristo. Francisco pertenece a estos segundos. El motivo profundo de su conversión no es de naturaleza social, sino evangélica.  Jesús había formulado la ley una vez por todas con una de las frases más solemnes y seguramente más auténticas del Evangelio: ”Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25)

Francisco, besando al leproso, ha renegado de sí mismo en lo que era más "amargo" y repugnante para su naturaleza. Se ha hecho violencia a sí mismo. El detalle no se le ha escapado a su primer biógrafo que describe así el episodio: “Un día se paró delante de él un leproso: se hizo violencia a sí mismo, se acercó y le besó. Desde eso momento decidió despreciarse cada vez más, hasta que por la misericordia del Redentor obtuvo plena victoria”[2].

Francisco no se fue por voluntad propia hacia los leprosos, movido por una compasión humana y religiosa. "El Señor, escribe, me condujo entre ellos". Y sobre este pequeño detalle que los historiadores no saben - ni podrían - dar un juicio, sin embargo, está al origen de todo. Jesús había preparado su corazón de forma que su libertad, en el momento justo, respondiera a la gracia. Para esto sirvieron el sueño de Spoleto y la pregunta sobre si prefería servir al siervo o al patrón, la enfermedad, el encarcelamiento en Perugia y esa inquietud extraña que ya no le permitía encontrar alegría en las diversiones y le hacía buscar lugares solitarios.

Aún sin pensar que se tratara de Jesús en persona bajo la apariencia de un leproso (como harán otros más tarde, influenciados por el caso análogo que se lee en la vida de san Martín de Tours[3]), en ese momento el leproso para Francisco representaba a todos los efectos a Jesús. ¿No había dicho él: “A mí me lo hicisteis? En ese momento ha elegido entre sí y Jesús. La conversión de Francisco es de la misma naturaleza que la de Pablo. Para Pablo, a un cierto punto, lo que primero había sido una "ganancia" cambió de signo y se convirtió en una "pérdida", "a causa de Cristo" (Fil 3, 5 ss); para Francisco lo que había sido amargo se convirtió en dulzura, también aquí "a causa de Cristo". Después de este momento, ambos pueden decir: "Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí".

Todo esto nos obliga a corregir una cierta imagen de Francisco hecha popular por la literatura posterior y acogida por Dante en la Divina Comedia. La famosa metáfora de las bodas de Francisco con la señora Pobreza que ha dejado huellas profundas en el arte y en la poesía franciscanas puede ser engañosa. No se enamora de una virtud, aunque sea la pobreza; se enamora de una persona. Las bodas de Francisco han sido, como las de otros místicos, un desposorio con Cristo.

A los compañeros que le preguntaban si pensaba casarse, viéndolo una tarde extrañamente ausente y luminoso, el joven Francisco respondió: "Tomaré la esposa más noble y bella que hayáis visto". Esta respuesta normalmente es mal interpretada. Por el contexto parece claro que la esposa no es la pobreza, sino el tesoro escondido y la perla preciosa, es decir Cristo. "Esposa, comenta el Celano que habla del episodio, es la verdadera religión que él abrazó; y el reino de los cielos es el tesoro escondido que él buscó”[4].

Francisco no se casó con la pobreza ni con los pobres; se casó con Cristo y fue por su amor que se casó, por así decir "en segundas nupcias", con la señora Pobreza. Así será siempre en la santidad cristiana. A la base del amor por la pobreza y por los pobres, o hay amor por Cristo, o lo pobres serán en un modo u otro instrumentalizados y la pobreza se convertirá fácilmente en un hecho polémico contra la Iglesia o una ostentación de mayor perfección respecto a otros en la Iglesia, como sucedió, lamentablemente, también a algunos seguidores del Pobrecillo. En uno y otro caso, se hace de la pobreza la peor forma de riqueza, la de la propia justicia.

2. Francisco y la reforma  de la Iglesia

¿Cómo ocurrió que de un acontecimiento tan íntimo y personal como fue la conversión del joven Francisco, comience un movimiento que cambió en su tiempo el rostro de la Iglesia y ha influido tan fuertemente en la historia, hasta  nuestros días?

Es necesario mirar la situación de aquel tiempo. En la época de Francisco la reforma de la Iglesia era una exigencia advertida más o menos conscientemente por todos. El cuerpo de la Iglesia vivía tensiones y laceraciones profundas. Por una parte estaba la Iglesia institucional - papa, obispos, alto clero - desgastada por sus continuos conflictos y por su demasiado estrechas alianzas con el imperio. Una Iglesia percibida como lejana, comprometida en asuntos demasiado más allá de los intereses de la gente. Estaban además las grandes órdenes religiosas, a menudo prósperas por cultura y espiritualidad después de las varias reformas del siglo XI, entre estas la Cisterciense, pero inevitablemente identificadas con grandes propietarios de terrenos, los feudales del tiempo, cercanos y al mismo tiempo lejanos, por problemas y niveles de vida, del pueblo común.

Había también fuertes tensiones que cada uno buscaba aprovechar para sus propias ventajas. La jerarquía buscaba responder a estas tensiones mejorando la propia organización y reprimiendo los abusos, tanto en su interior (lucha contra la simonía y el concubinato de los sacerdotes) como en el exterior, en la sociedad. Los grupos hostiles intentaban sin embargo hacer explotar las tensiones, radicalizando el contraste con la jerarquía dando origen a movimientos más o menos cismáticos. Todos izaban contra la Iglesia el ideal de la pobreza y sencillez evangélica haciendo de esto un arma polémica, más que un ideal espiritual para vivir en la humildad, llegando a poner en discusión también el ministerio ordenado de la Iglesia, el sacerdocio y el papado.

Nosotros estamos acostumbrados a ver a Francisco como el hombre providencial que capta estas demandas populares de renovación, las libera de cualquier carga polémica y las pone en práctica en la Iglesia en profunda comunión y sometida a esta. Francisco por tanto como una especie de mediador entre los heréticos rebeldes y la Iglesia institucional. En un conocido manual de historia de la Iglesia así se presenta su misión:

“Dado que la riqueza y el poder de la Iglesia aparecían con frecuencia como una fuente de males graves y los herejes de la época aprovechaban este argumento como una de las principales acusaciones contra ella, en algunas almas piadosas  se despertó el noble deseo de restaurar la vida pobre de Jesús y de la Iglesia primitiva, para poder así influir de manera más efectiva en el pueblo con la palabra y con el ejemplo” [5].

Entre estas almas es colocada naturalmente en primer lugar, junto con santo Domingo, Francisco de Asís. El historiador protestante Paul Sabatier, si bien tan meritorio sobre los estudios franciscanos, ha vuelto casi canónica entre los historiadores y no solamente entre aquellos laicos y protestantes, la tesis según la cual el cardenal Ugolino (el futuro Gregorio IX) habría querido capturar a Francisco para la Curia, neutralizando la carga crítica y revolucionaria de su movimiento. En práctica el intento de hacer de Francisco, un precursor de Lutero, o sea un reformador por la vía de la crítica y no por la vía de la santidad.

No se si esta intención se pueda atribuir a alguien de los grandes protectores y amigos de Francisco. Me parece difícil atribuirla al cardenal Ugolino y aún menos a Inocencio III, del que es conocida la acción reformadora y el apoyo dado a las diversas formas nuevas de vida espiritual que nacieron en su tiempo, incluidos los frailes menores, los dominicos, los humillados milaneses. Una cosa de todos modos es absolutamente segura: aquella intención nunca había rozado la mente de Francisco. Él no pensó nunca de haber sido llamado a reformar la Iglesia

Hay que tener cuidado de no sacar conclusiones equivocadas de las famosas palabras del Crucifico de San Damián. “Ve Francisco y repara mi Iglesia, que como ves se está cayendo a pedazos”. Las fuentes mismas nos aseguran que él entendía estas palabras en el sentido modesto de tener que reparar materialmente la iglesita de San Damián. Fueron los discípulos y biógrafos que interpretaron - y es necesario decirlo, de manera correcta- estas palabras como referidas a la Iglesia institución y no sólo a la iglesia edificio. Él se quedó siempre en la interpretación literaria y de hecho siguió reparando otras iglesitas de los alrededores de Asís que estaban en ruinas.

También el sueño en el cual Inocencio III habría visto al Pobrecillo  sostener con su hombro la iglesia tambaleante del Laterano no agrega nada nuevo. Suponiendo que el hecho sea histórico (un episodio análogo se narra también sobre santo Domingo), el sueño fue del papa y no de Francisco. Él nunca se vio como lo vemos nosotros hoy en el fresco del Giotto. Esto significa ser reformador por la vía de la santidad, serlo sin saberlo.

3. Francisco y el retorno al evangelio

¿Si no quiso ser un reformador entonces qué quiso ser Francisco? También sobre esto contamos con la suerte de tener un testimonio directo del Santo en su Testamento:

“Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor papa me lo confirmó”.

Alude al momento en el cual, durante una misa, escuchó la frase del Evangelio donde Jesús envía a sus discípulos: “Les mando anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos. Y le dijo: “No lleves nada para el viaje: ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, y no tengáis una túnica de recambio”.  (Lc 9, 2-3)[6].

Fue una revelación fulgurante de esas que orienta toda una vida. Desde aquel día fue clara su misión: un regreso simple y radical al evangelio real, el que vivió y predicó Jesús. Recuperar en el mundo la forma y estilo de vida de Jesús y de los apóstoles descrito en los evangelios. Escribiendo la regla para sus hermanos iniciará así:

“La regla y la vida de los frailes menores es esta, o sea observar el santo Evangelio del Señor nuestro Jesucristo”. Francisco teorizó este descubrimiento suyo, haciendo el programa para la reforma de la iglesia. Él realizó en sí la reforma y con ello indicó tácitamente a la iglesia la única vía para salir de la crisis: acercarse nuevamente al evangelio y a los hombres, en particular, a los pobres y humildes.

Este retorno al evangelio se refleja sobre todo en la predicación de Francisco. Es sorprendente pero todos lo han notado: el Pobrecillo habla casi siempre de “hacer penitencia”. A partir de entonces, narra el Celano, con gran fervor y exultación comenzó a predicar la penitencia, edificando a todos con la simplicidad de su palabra y la magnificencia de su corazón. Adonde iba, Francisco decía, recomendaba, suplicaba que hicieran penitencia.

¿Qué quería decir Francisco con esta palabra que amaba tanto? Sobre esto hemos caído (al menos yo he caído por mucho tiempo) en un error. Hemos reducido el mensaje de Francisco a una simple exhortación moral, a un golpearse el pecho, a afligirse y mortificarse para expiar los pecados, mientras esto es mucho mas profundo y tiene toda la novedad del Evangelio de Cristo. Francisco no exhortaba a hacer “penitencias”, sino a hacer “penitencia” (¡en singular!) que, como veremos, es otra cosa.

El Pobrecillo, salvo los pocos casos que conocemos, escribía en latín. Y qué encontramos en el texto latino de su Testamento, cuando escribe: “El Señor me dio, de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia”. Encontramos la expresión “poenitentiam agere”. A él se sabe, le gustaba expresarse con las mismas palabras de Jesús. Y aquella palabra -hacer penitencia- es la palabra con la cual Jesús inició a predicar y que repetía en cada ciudad y pueblo al que iba.

“Después que Juan fue puesto en la prisión Jesús fue a Galilea, predicando el evangelio de Dios y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca , convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15).

La palabra que hoy se traduce por “convertíos” o “arrepentíos”, en el texto de la Vulgata usado por el Pobrecillo, sonaba “poenitemini” y en Actos 2, 37 aún más literalmente “poenitentiam agite”, hagan penitencia. Francisco no hizo otra cosa que relanzar la gran llamada a la conversación con la cual se abre la predicación de Jesús en el Evangelio y la de los apóstoles en el día de Pentecostés. Lo que él quería decir con "conversión" no necesitaba que se lo explique: su vida entera lo mostraba.

Francisco hizo en su momento aquello que en la época del concilio Vaticano II se entendía con la frase “abatir los bastiones”: Romper el aislamiento de la iglesia, llevarla nuevamente al contacto con la gente. Uno de los factores de oscurecimiento del Evangelio era la transformación de la autoridad entendida como servicio y la autoridad entendida como poder, lo que había producido infinitos conflictos dentro y fuera de la Iglesia. Francisco por su parte resuelve el problema en sentido evangélico. En su orden los superiores se llamarán ministros o sea siervos, y todos los otros frailes, o sea hermanos.

Otro muro de separación entre la Iglesia y el pueblo era la ciencia y la cultura de la cual el clero y los monjes tenían en práctica el monopolio.  Francisco lo sabe y por lo tanto toma la drástica posición que sabemos sobre este punto. El no es contra la ciencia-conocimiento, sino contra la ciencia-poder, aquella que privilegia a quién sabe leer sobre quien no sabe leer y le permite mandar con alteridad al hermano: “¡Traedme el breviario!”. Durante el famoso capítulo de las esteras, en el cual algunos de sus hermanos querían empujarlo a adecuarse a la actitud de las órdenes cultas del tiempo responde con palabras de fuego que dejan a los frailes llenos de temor:

“Hermanos, hermanos míos, Dios me ha llamado a caminar en la vía de la simplicidad y me la ha mostrado. No quiero por lo tanto que me nombren otras reglas, ni la de San Agustín, ni la de San Bernardo o de San Benedicto. El señor me ha revelado cuál es su querer,  que sea un loco en el mundo: esta es la ciencia a la cual Dios quiere que nos dediquemos. Él les confundirá por medio de vuestra misma ciencia”.[7]

Siempre la misma actitud coherente. Él quiere para sí y para sus hermanos la pobreza más rígida, pero en la Regla escribe: “Amonesto y exhorto a todos ellos a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se visten de prendas muelles y de colores y que toman manjares y bebidas exquisitos; al contrario, cada uno júzguese y despréciese a sí mismo”.[8] 

Elige ser un iletrado, pero no condena la ciencia. Una vez que se ha asegurado de que la ciencia no extingue “el espíritu de la santa oración y devoción”, será él mismo el que permita a Fray Antonio (el futuro santo Antonio de Padua) que se dedique a la enseñanza de la teología y san Buenaventura no creerá que traiciona el espíritu del fundador, abriendo la orden a los estudios en las grandes universidades.

Yves Congar ve en esto una de las condiciones esenciales para la “verdadera reforma” en la Iglesia,  la reforma, es decir, que se mantiene como tal y no se transforma en cisma: a saber la capacidad de no absolutizar la propia intuición, sino permanecer solidariamente con el todo que es la Iglesia.[9] La convicción, dice el papa Francisco, en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium,  que “el todo es superior a la parte”.

4. Cómo imitar a Francisco

¿Qué nos dice hoy la experiencia de Francisco? ¿Qué podemos imitar, de él, todos y enseguida? Sea aquellos a quien Dios llama a reformar la iglesia por la vía de la santidad, sea a aquellos que se sienten llamados a renovarla por la vía de la crítica, sea a aquellos que él mismo llama a reformarla por la vía del encargo que cubren.  Lo mismo de donde ha comenzado la aventura espiritual de Francisco: su conversión a Dios, la renuncia a sí mismo. Es así que nacen los verdaderos reformadores, aquellos que cambian verdaderamente algo en la Iglesia.  Los que mueren a sí mismo, o mejor aquellos que deciden seriamente de morir así mismos, porque se trata de una empresa que dura toda la vida y va aún más allá ella si, como decía bromeando Santa Teresa de Ávila, nuestro amor propio muere veinte minutos después que nosotros.

Decía un santo monje ortodoxo, Silvano del Monte Athos: “Para ser verdaderamente libre, es necesario comenzar a atarse a sí mismos”. Hombres como estos son libres de la libertad del Espíritu; nada los detiene y nada les asusta.  Se vuelven reformadores por la vía de la santidad y no solamente debido a su cargo.

¿Pero qué significa la propuesta de Jesús de negarse a sí mismo, ésta se pude aún proponer a un mundo que habla solamente de autorrealización y autoafirmación? La negación no es un fin en sí mismo, ni un ideal en sí mismo. Lo cosa más importante es la positiva: “Si alguno quiere venir en pos de mí”; es seguir a Cristo, tener a Cristo. Decir no a sí mismo es el medio, decir sí a Cristo es el fin. Pablo lo presenta como una especie de ley del espíritu: "Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis" (Rom 8,13). Esto, como se puede ver, es un morir para vivir, es lo opuesto a la visión filosófica según la cual la vida humana es "un vivir para morir" (Heidegger).

Se trata de saber que fundamento queremos dar a nuestra existencia: si nuestro “yo” o “Cristo”; en el lenguaje de Pablo, si queremos vivir “para nosotros mismos” o “para el Señor” (cf. 2 Cor 5,15; Rom 14, 7-8). Vivir “para uno mismo” significa vivir para la propia comodidad, la propia gloria, el propio progreso; vivir “para el Señor” significa colocar siempre en el primer lugar, en nuestras intenciones, la gloria de Cristo, los intereses del Reino y de la Iglesia. Cada “no”, pequeño o grande, dicho a uno mismo por amor, es un sí dicho a Cristo.

Sólo hay que evitar hacerse ilusiones. No se trata de saber todo sobre la negación cristiana, su belleza y necesidad; se trata de pasar a la acción, de practicarla. Un gran maestro de espiritualidad de la antigüedad decía: “Es posible quebrar diez veces la propia voluntad en un tiempo brevísimo; y os digo cómo. Uno está paseando y ve algo; su pensamiento le dice: “Mira allí”, pero el responde a su pensamiento: “No, no miro”, y así quiebra su propia voluntad. Después se encuentra con otros que están hablando (lee, hablando mal de alguien) y su pensamiento le dice: “Di tú también lo que sabes”, y quiebra su voluntad callando”[10].

Este antiguo Padre, como puede apreciarse, toma todos sus ejemplos de la vida monástica. Pero estos se pueden actualizar y adaptar fácilmente a la vida de cada uno, clérigos y laicos. Encuentras, si no a un leproso como Francisco, a un pobre que sabes que te pedirá algo; tu hombre viejo te empuja a cambiar de acera, y sin embargo tú te violentas y vas a su encuentro, quizás regalándole sólo un saludo y una sonrisa, si no puedes nada más. Tienes la oportunidad de una ganancia ilícita: dices que no y te has negado a ti mismo. Has sido contradicho en una idea tuya; picado en el orgullo, quisieras argumentar enérgicamente, callas y esperas: has quebrado tu yo. Crees haber recibido un agravio, un trato, o un destino inadecuado a tus méritos: quisieras hacerlo saber a todos, encerrándote en un silencio lleno de reproche. Dices que no, rompes el silencio, sonríes y retomas el diálogo. Te has negado a ti mismo y has salvado la caridad. Y así sucesivamente. 

Un signo de que se está en un buen punto en la lucha contra el propio yo, es la capacidad o al menos el esfuerzo de alegrarse por el bien hecho o la promoción recibida por otro, como si se tratara de uno mismo: “Dichoso aquel siervo –escribe Francisco en una de sus Admoniciones- que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro”.

Una meta difícil (desde luego, ¡no hablo como alguien que lo ha logrado!), pero la vida de Francisco, nos ha mostrado lo que puede nacer de una negación de uno mismo hecha como respuesta a la gracia. La meta final es poder decir con Pablo y con él: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí”. Y será la alegría y la paz plenas, ya en esta tierra. Santo Francisco con su "perfecta alegría", es un testimonio vivo de la "alegría que viene del Evangelio,"   (Evangelii Gaudium) de qué nos ha hablado papa Francisco. 

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[1] Y.Congar, Vera e falsa riforma nella Chiesa, Milano Jaka Book, 1972, p. 194.
[2] Celano, Vita Prima, VII, 17 (FF 348).
[3] Cf. Celano, Vita Seconda, V, 9 (FF 592).
[4] Cf. Celano, Vita prima, III, 7 (FF, 331).
[5] Bihhmeyer – Tuckle, II, p. 239.
[6] Leyenda de los tres compañeros, VIII.
[7] Leyenda Perusina 114.
[8] Segunda Regla, cap. II.
[9] Congar, op. cit. pp. 177 ss.
[10] Doroteo de Gaza, Obras espirituales, I,20 (SCh 92, p.177).

¡Velad, estad despiertos!

Unidos en la espera, supliquemos insistentemente diciendo:

Señor, acrecienta nuestro amor. 

San Serafín de Montegranario

En esta festividad de Nuestra Señora de Aparecida, y de la Virgen del Pilar, patrona de la hispanidad, entre otros santos y beatos la Iglesia celebra también la vida de este humilde capuchino.

Félix era natural de Montegranario, Italia. Nació en 1540. Su padre, un modesto albañil, tuvo que sacar adelante cuatro hijos. Serafín fue el segundo y sufrió durante años la penuria económica de la familia y el trato despótico y violento de su hermano mayor, Silencio, que se cebó en él cuando quedaron huérfanos. Una jovencita, Lisa, fue su particular «ángel protector». Trajo con ella el aire diáfano del ideal religioso leyéndole vidas de santos. Fue el detonante de preguntas hondas que se formuló por vez primera: “–«¿Y qué hemos de hacer para salvarnos? Creo que lo mejor para mí será retirarme a un desierto y hacer vida de penitencia». Con la lucidez que brota de la inocencia evangélica, Lisa respondió: –«¿Para qué quieres un desierto? Vete a vivir con los capuchinos, y serás santo». Serafín supo de la existencia de estos religiosos y de la vida que llevaban a través del relato que hizo ella. En esa época ya se estaba labrando esa santidad que deslumbraría a las gentes en medio de la compleja relación con su hermano, la dureza de su trabajo como peón de albañil, portando en sus espaldas un peso desproporcionado, y sufriendo las chanzas de otros compañeros. Su alma transparente era una simbiosis de ofrenda y sacrificio.

A los 18 años se fue al convento de Loro-Piceno, consciente de sus muchas deficiencias humanas: distraído, lento, descuidado, olvidadizo, torpe... Pero tenía lo esencial, como revelan las humildes palabras que dirigió al portero que le abrió la puerta: –«Padre, yo no sé leer ni escribir; no sé más que rezar y amar a Dios». Hizo el noviciado en Jesi y mostró la autenticidad de su vocación. Le veían orar durante horas ante el sagrario, tenía verdadero espíritu penitencial, y fraguaba su acontecer con ayuno y mortificaciones. Él mismo diseñó cilicios para las severas disciplinas que se aplicó, llevado de su convencimiento de que eran un bien para su alma. Cuando un superior le invitó a moderarlos en beneficio de su salud, respondió: –«¡Vaya una cosa! Si yo muero, habrá un pecador menos en el mundo». Durante cuarenta años sufrió desprecios y humillaciones dentro y fuera del convento, curtiéndose en la virtud de la paciencia. Y consiguió aceptar sus debilidades. Fue un maestro de la caridad. Respondía bondadosamente cuando era objeto de mofa: «muy bien, muy bien. Tú me conoces mejor que nadie. Así hay que tratar a los pecadores como yo. Dios te lo pague, santito mío, Dios te lo pague».

Al final, y viendo que no respondía en las misiones que se le encomendaron, fue destinado a la limosna. Pero este religioso, que no se distinguió precisamente por su eficiencia, como era un santo fue bendecido con diversos dones y experiencias místicas (éxtasis, visiones y don de milagros). Tenía el don de llegar a las gentes que conducía a Dios. Amaba profundamente a la Virgen y difundió su devoción en los demás. Era fidelísimo a la vivencia evangélica; jamás cometió voluntariamente un pecado venial, ni consintió en su entorno componendas al respecto. Sentía profunda piedad por los enfermos y moribundos. Y cuando hizo milagros, llevado por su humildad, trató de ocultarlos. Aceptaba sus limitaciones lleno de mansedumbre: «No poseo nada; tengo solamente este crucifijo y el rosario, pero con ellos, si Dios me ayuda, serviré de ayuda a los hermanos, y me haré santo». Con la penetración que da la auténtica vida espiritual mostraba su crucifijo de latón para recordar a los predicadores que en él se halla la clave de todo: «Este es el verdadero libro que conviene estudiar para hacer predicaciones provechosas a los pueblos».

Era feliz con su pobreza. Poseía un manto raído que una vez tuvo que reemplazar temporalmente, sustituyéndolo por uno nuevo por indicación de un superior que quiso probar su obediencia. Ese día soportó con gozo las chanzas de quienes, acostumbrados a su humilde sayal, se sorprendieron al verle pedir limosna por las calles de Ascoli con inusual «elegancia». Abrumado por la gente que le reclamaba por su fama de milagrero, (que se había hecho manifiesta no solo con las personas sino también con animales a los que amansaba), añoraba la soledad y el silencio. Sus superiores le prohibieron realizar prodigios. Como no estaba en su mano evitarlos, pedía discreción a los agraciados: «Vete, y quédate calladito, calladito, santito, porque no he sido yo, sino que ha sido Cristo y tu fe las que te han curado».

Toda su trayectoria pone de manifiesto que estaba en las antípodas de la inmadurez espiritual. Refleja la grandeza de un alma penitente, entregada, desprendida, desasida de sí. Ello se percibe también en sus constantes destinos; fue un religioso que pasó por muchos conventos. A nadie negó el bien que pudo hacer, comenzando por infundir a los que acudían a él en masa la confianza en Dios y en su divina providencia. Se le reveló la hora de su muerte y esperó gozoso el momento. Llevaba sesenta y cuatro años llenos de trabajos y severas penitencias. Alegre y lúcidamente cándido, como siempre había sido, respondía a la pregunta de sus hermanos que se interesaban por su salud: «Muy bien; pronto me voy al cielo».

A principios de octubre de 1604 enfermó, y sólo se levantó el día 12 de ese mes, horas antes de morir. Previamente, tuvo la gracia de ayudar en misa, comulgar y hasta pedir limosna. Tanto es así, que pensando que se repondría demoraron en administrarle los sacramentos. Pero él sabía que estaba a las puertas del cielo, y suplicó: «dadme a mi Dios, traedme a mi Jesús. Antes de la noche voy a morir». Y así fue. Clemente XIII lo canonizó el 16 de julio de 1767.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN ASÍS


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Francisco, Asís
Viernes 4 de octubre de 2013

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.

Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.

¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil– sino con la vida?

1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.

¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.

2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).

Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).

La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.

3. Francisco inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla; ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía, la paz y el respeto por la creación.

No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su Patrón. Y felicito a todos los italianos, en la persona del Jefe del Gobierno, aquí presente. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la Nación italiana, para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.

Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).

El papa Francisco en Asís

El Papa comienza visita a Asís saludando personalmente a decenas de enfermos

El Papa se reúne con pobres en el lugar en que San Francisco se quitó sus vestiduras

El Papa desborda ternura durante visita a enfermos en Asís

El Papa reza ante la tumba de San Francisco


El Papa reclama mayor compromiso con los derechos humanos en la Misa de Asís


El Papa invita en Asís a despojarse de la mundanidad que mata el alma


El Papa a sacerdotes y laicos de Asís: Escuchar, caminar juntos y predicar en la periferia



El Papa reza ante al crucifijo que habló a San Francisco

Deus meus et omnia

Amemos a Dios y adorémoslo con corazón puro y mente pura,
porque él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: 

Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad.

Asís ante Francisco


Quedan pocas horas para la llegada del Santo Padre a la ciudad italiana de Asís, un esperado viaje con mucho significado, ya que el Papa visitará por primera vez, el lugar de donde tomó su nombre justamente el día en que toda la Iglesia celebra la festividad de San Francisco de Asís. Escuchemos a nuestro enviado especial, el Jesuita Guillermo Ortiz, quien ya se encuentra en la ciudad de la Paz, en medio de los peregrinos, esperando la llegada de Francisco.

Una ruptura para la paz, Asís ante el Papa

Francisco de Asís rompió en sí mismo con la idolaría del dinero, se liberó, lucho por la paz y la vida primero dentro de sí mismo.

Mientras que la mayoría de las rupturas destruyen la paz, porque generan desentendimiento, división, dado que las partes, cerradas a sus propios intereses resultan enfrentadas, como pasa hoy en diversos lugares del mundo con la guerra, en familias enteras divididas; en el mismo corazón del hombre tironeado por afectos desordenados, descuartizado por intereses contradictorios, hay una ruptura que genera libertad, paz, vida, bien.

Francisco de Asís era hijo de un hombre muy rico, que seducido por la extraordinaria belleza del amor de Dios en sus creaturas, decidió liberarse de la idolotría del dinero.

Esa ruptura con su padre sanguineo fue un escándalo, porque en una calle de Asís, Francisco reconoció sólo a Dios como su Padre y devolvió a su progenitor hasta la misma ropa que vestía y se quedó totalmente desnudo de todo, sin protección material alguna, pero también sin dependencia alguna, que no fuera la caricia del amor de Dios a sus creaturas.

Una ruptura terrible, tremenda, que sólo es posible con una decisión firme y determinada. Iluminada y fortalecida por la gracia de Dios.

Francisco de Asís no se quedó encerrado en los intereses del egoísmo mezquino y dañino. Cortó por lo sano con todo aquello donde en él pudiera arraigarse la idolatría del dinero, para abandonarse absolutamente y sin nada a la providencia, a la voluntad, al amor de Dios.

Con esta elección toda a favor de Cristo que se hizo pobre en el pesebre y fue despojado hasta de la misma vida en la cruz, Francisco de Asís, el gran santo de Italia y del mundo, iluminó con la bendición de Dios esta bellísima región y la convirtió en la Tierra Santa de Italia para el mundo.

El 13 de marzo de 2013 en el Vaticano, el cónclave de cardenales eligió a Jorge Mario Bergoglio como nuevo Obispo de Roma y el mismo día Bergoglio decidió llamarse “Francisco”, como el pobrecito de Asís que lo espera para arroparlo con su espíritu de pobreza que salva de la idolatría y nos abre el corazón al hermano; la única ruptura que genera paz en el corazón humano, en la familia, en el mundo.

Guillermo Ortiz

Domund 2013

Mensaje del Papa Francisco para el día del Domund 2013

Queridos hermanos y hermanas: Este año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, quisiera proponer algunas reflexiones. 

1. La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia. Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por Dios, el gozo de la salvación. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso mis ionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es “adulta”, cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las “periferia”, especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida.

2. El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los “confines” de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.

3. A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. A este respecto, Pablo VI usa palabras iluminadoras: «Sería… un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer… es un homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia, vemos que lo que se destaca y se propone es la violencia, la mentira, el error. Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (ibíd., 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misi onero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.

4. En nuestra época, la movilidad generalizada y la facilidad de comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo, familias enteras se trasladan de un continente a otro; los intercambios profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos empujan a un gran movimiento de personas. A veces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio. Además, en áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias. Por tanto, no es raro que algunos bautizados escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados de una “nueva evangelización”. A esto se suma el hecho de que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Y que vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su cam ino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe. La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino.

5. Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada vez más numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia. Hago u n llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez.

Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden, recordando cómo Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje misionero «contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hch 14,27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de “restitución” de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.

La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea reclamando la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.

Por último, me refiero a los cristianos que, en diversas partes del mundo, se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, testigos valientes –aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos– que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. Muchos también arriesgan su vida por permanecer fieles al Evangelio de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia, y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Benedicto XVI exhortaba: « ‘Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada’ (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras, y a todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80).

Vaticano, 19 de mayo de 2013, Solemnidad de Pentecostés

FRANCISCO

Septiembre, mes de la Biblia!


Señor Jesús, tú eres la Palabra, el Hijo que nos habla de Dios Padre.
Y nos hablas de muchas maneras a través de los acontecimientos de nuestras vidas;
pero especialmente nos hablas a través de la Palabra escrita, a través de la Biblia, el libro de los libros.
Señor Jesús, hoy nos recuerdas que te hiciste libro para que te encarnemos, te leamos y por dentro Tú nos leas y nos comas. 
Así alcanzaremos la vida sobreabundante que nos regalas, el Pan de la vida que 
alimenta la esperanza que no falla y el vino del banquete de todos los pueblos.
Señor Jesús, tú que eres la Palabra, el Rey que celebra sus bodas, nos sigues llamando constantemente 
a escucharte para que seamos tus discípulos y tus misioneros.
Te pedimos que leyéndote, escuchemos tu voz; que tú que eres la Palabra de Vida estés siempre en nuestras mentes, 
en nuestras manos y en nuestros corazones de modo que transformes nuestras vidas y hablemos de ti a los demás. 
Amén.

Parroquia Capuchina



Parroquia de la Inmaculada y San Pío / Colonia Las Águilas, México D.F.

• Mediante un proyecto parroquial, los fieles de esta comunidad desarrolla sus talentos.

Los fieles católicos desarrollan sus talentos al participar en alguno de los 11 grupos de acción social que forman parte de un proyecto integral impulsado por la Parroquia de la Inmaculada y San Pío.

Los devotos exploran su capacidad de superación personal cuando descubren nuevas oportunidades de bienestar, a partir de que reciben preparación espiritual, así como capacitación formal de instructores, al interior de esta parroquia encabezada por el P. Jesús Ma. Bezunartea, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos.

El funcionamiento de la parroquia y la casa anexa de religiosos capuchinos, así como el referido proyecto integral, son supervisados por el P. Bezunartea, quien coordina además todos los servicios que brinda esta comunidad religiosa en esa zona al poniente de la capital.
Los frailes capuchinos se inclinan, entre sus diversos carismas, por impartir los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, a ejemplo de san Pío de Pietrelcina. Esta parroquia refleja la sencillez franciscana, así como el compromiso por servir a los demás.

A desarrollar sus talentos
Cada elemento de este templo invita al visitante a impregnarse de la vida espiritual, caracterizada por el orden, el silencio y la pulcritud de los frailes capuchinos. El P. Bezunartea considera que es un lugar adecuado para poner en práctica este modo de vida que equilibra la espiritualidad y la oración con el servicio al prójimo.

La acción social es un cargo clave que está al cuidado de una coordinadora, la hermana María de los Ángeles Huerta, quien muestra a los fieles distintas opciones para integrarse a alguno de los grupos de servicio: Eucaristía, Catequesis, Adoración Nocturna, Catecumenado, Pastoral Familiar o Juvenil, entre otros.

El P. Bezunartea exhorta constantemente a los habitantes del lugar a acercarse a los grupos de acción social que dan cursos de alfabetización y regularización académica, corte y confección, o de cómo ser una joven madre de familia.

Los adultos mayores cuentan con espacios, lo mismo que quienes solicitan ayuda a causa de las adicciones, como los que buscan consejos para ampliar y mejorar su casa, entre otras opciones. “Las personas que necesitan empleo, pueden visitar nuestra bolsa de trabajo”, sugirió el sacerdote, quien promueve además un bazar parroquial en el que se vende ropa seminueva a un precio accesible, así como el servicio médico.

Invaluable apoyo vecinal
Los 11 frailes y cinco sacerdotes que habitan la casa de religiosos están atentos a las necesidades de la comunidad al recorrer las calles, con las brigadas evangelizadoras que formaron para tal fin. El titular de la parroquia aprecia el apoyo de los vecinos que les ayudan a contactar con más personas para anunciarles el kerigma.

El P. Bezunartea basa sus esperanzas en que la gente despierte su conciencia mediante la renovación de los valores del Evangelio, y los invita a participar en las actividades de la iniciativa ‘Familia Evangelizadora’, que esta comunidad religiosa puso en  marcha con motivo del Año de la Fe.

Las instalaciones parroquiales son funcionales y accesibles. El aroma a madera y la calma impregnan su interior. Ahí, en la entrada, está una mesa donde el P. Bezunartea dispuso colocar los ejemplares del periódico Desde la fe, que los lectores del rumbo agotan cada semana, y junto se colocó la alcancía para depositar el importe sugerido.

Con la misma funcionalidad, las cubiertas de ónix suavizan la iluminación emitida por los tubos fluorescentes. Las plantas y flores tienen un esmerado trabajo de jardinería. Estos son detalles pequeños y grandes, que invitan al visitante a envolverse en la atmósfera de espiritualidad de la llamada ‘iglesia de piedra’, como también se le conoce por la zona.

Ficha técnica
Parroquia de la Inmaculada y San Pío
Párroco: P. Jesús Ma. Bezunartea.
Domicilio: Av. Gutiérrez Zamora, esq. Ribera, Colonia Las Águilas, Delegación Álvaro Obregón.
Vicaría: VI. Decanato: 8.
Teléfono: 5593-0022.
Página web: www.parroquiacap.blogspot.com

50 AÑOS DE PROFESIÓN RELIGIOSA


HNO. JESÚS MA. BEZUNARTEA

Fr. Jesús Ma. Bezunartea, segundo hijo de cinco del matrimonio de Valeriano Bezunartea y Tomasa Salcedo, nació el 09 de diciembre de 1943 en Uncastillo, Aragón. Ingresó al seminario menor de los Capuchinos en Alsasua a los diez años. El 14 de agosto de 1962 inició su noviciado en Sangüesa y un año después, el 15 de agosto de 1963, hizo su profesión temporal. Tres años más tarde la profesión perpetua el 17 de septiembre. El 11 de marzo de 1967 en Pamplona recibió la ordenación sacerdotal. Fue enviado como misionero a Filipinas el 08 de junio de 1968, donde trabajó como en un colegio siete años y los seis últimos como párroco. El 02 de agosto de 1982  salía de Filipinas rumbo a México cruzando el Pacífico. En México ha trabajado como asistente de las hermanas Capuchinas los 15 primeros años, cuatro como Ministro de los hermanos de México, nueve como formador de los hermanos en el noviciado y postnoviciado. En la actualidad sirve como párroco y guardián en la comunidad parroquial y capuchina de Las Aguilas, México DF. 

TE INVITO UN CAPUCHINO…  
ENTREVISTA A FR. JESÚS MA. BEZUNARTEA

Podrías señalar las fechas más importantes de tu vida?
Son tantas, como el día de celebrar mis 50 años de profesión en la vida capuchina. Yo suelo decir que la fecha más importante es el día de hoy. Pero bueno, respondiendo de forma convencional a tu pregunta diré que después del día de mi nacimiento y mi bautismo, fechas importantes son la de mi entrada en el seminario capuchino, creo que el 30 de agosto de 1954; mi profesión religiosa el 15 de agosto de 1963; mi ordenación sacerdotal el día 11 de marzo de 1967; mi llegada a Filipinas el 2 de Julio de 1968 y mi llegada a México el 9 de agosto de 1982.

Qué recuerdos religiosos tienes de tu infancia? ¿Cómo sentiste tu vocación?
De niño recuerdo el día de mi primera comunión como una fecha muy significativa; los años en que fui alimentando mi deseos de ser sacerdote capuchino hasta que cumplí los 10 años y un capuchino vino a la escuela del pueblo donde vivía preguntando quién quería ser capuchino; recuerdo que mis padres nos inculcaron la responsabilidad en las prácticas religiosas de la Misa y demás sacramentos; mi alegría de ser monaguillo desde los 8 años; los primeros años del seminario menor. La vocación la sentí desde niño, sobre todo cuando a los cuatro años conocí a los capuchinos.

Cómo te defines a  ti mismo? ¿Cuál es tu estilo personal?
Yo me veo optimista y feliz, con grandes ideales desde niño cuando nos inspiraban a ser misioneros en lejanas tierras y “al pie de un árbol morir”. Me veo plenamente realizado en mi vida como capuchino y sacerdote. La vocación sacerdotal la tuve siempre más clara que la vocación capuchina y desde mi ordenación me vi como una persona al “servicio de los demás”. Me gusta estar cercano a la gente y verme como su servidor porque tengo mucho que dar de lo que he recibido en mi vocación. Me considero una persona muy bendecida por Dios en mi familia y en mi vocación, en los formadores que tuve y en tantos hermanos que me han apoyado en todas las etapas de mi vida.

Cuáles han sido las dificultades en su vocación?
Dificultades las he tenido en los primeros 10/15 de mi ministerio para afianzar mi vocación mientras iba madurando como persona. Tuve algunas dudas en algunos años. El salir de un ambiente conventual a la vida ministerial en Filipinas fue un tiempo de ajuste y de aclarar mi opción vocacional. No fui de decisiones rápidas y emocionales, por ello creo que he perseverado tanto en los años de formación desde la adolescencia hasta la profesión perpetua y ordenación como en años de confrontación de valores en mis veintes.

Qué significó para ti tu profesión religiosa y tu ordenación sacerdotal?
Fueron decisiones fuertes de mucha reflexión y asesoría espiritual, porque eran decisiones para toda la vida.

Cómo vives el altar y el confesionario?
La Eucaristía es para mí el servicio más importante a la comunidad eclesial; el confesionario también es muy importante y fuente de muchas alegrías aunque también de mucha paciencia.

Qué te hace feliz en esta vida?
En mi vida religiosa me hace feliz vivir el carisma franciscano y ser testigo de los valores evangélicos; el vivir alegre mi castidad demostrando que Dios llena el corazón de seguridad, de felicidad y de amor. En mi sacerdocio me hace feliz el administrar la gracia, el amor y el perdón de Dios con alegría y gratuitamente.

Cuál es tu sueño en la VR?
Ser testimonio del Reino de los cielos a través de la vivencia de los tres votos y del carisma franciscano capuchino.

Cómo vives tus 50 años de profesión religiosa?
Con mucha alegría, agradecimiento y emoción.

Quién es Dios para ti?
Dios es mi Padre, nuestro Padre, que se me acerca en Jesucristo y que me acompaña en el Espíritu Santo.

Dónde están los pobres en tu vida?
Son la gente con la que me siento más capuchino y sacerdote. Uno de los piropos que una persona me dijo, echándomelo en cara, hace muchos años siendo párroco, fue: “A usted sólo le importan los pobres”. No me lo creí pero me agradó.

Qué significa para ti ser Fraile Capuchino hoy?
Ser hermano y tratar de actualizar el espíritu de fraternidad y de paz de Francisco de Asís.

Cómo ves a nuestra Iglesia hoy? Cuáles son los retos que hay que afrontar?
A la Iglesia la veo demasiado institucionalizada; demasiado criticada. “Me duele la Iglesia”, inspirado en otro famoso que dijo una frase semejante. Y el reto es el del Papa Francisco: hacer de la Iglesia la comunidad de hermanos seguidores de Jesús, que no haya que acercarla a nadie, sino que viva y se encuentre entre todos los seres humanos que quieren seguir a Jesucristo. No hay que ir a buscar a los alejados sino vivir entre ellos y que la Iglesia este donde ellos están como el pastor, que está junto a la oveja descarriada. No son ellos (los marginados o no creyentes) los alejados sino ella (la Iglesia) la que se ha alejado y se ha asentado en sus fortalezas institucionales de palacios, monumentos, catedrales, etc.

Hacia dónde caminamos como humanidad?
Creo que caminamos hacia una aparente deshumanización que desembocará en tomar conciencia de que nos necesitamos y de que tenemos que volver a valorarnos.

Qué les dices a los jóvenes que optan por la vida religiosa desde tu experiencia?
Les digo que si quieren jugarse la vida por Dios y por los hombres como Jesucristo están el camino correcto.



El hno. Jesús Ma., por sus 50 años de profesión ha escrito este poema:


Erase un 15 de agosto,
en el pueblo de Sangüesa,
casi se olía ya el mosto
cuando sonaba ya a fiesta.

Eran 18 novicios
que llenos de santo amor
a Cristo y a san Francisco,
pronunciaban en su honor

Sus votos con devoción,
con alegría y fervor,
con sincero corazón,
con coraje y sin temor.

Pero llegaron tormentas
eclesiales y sociales,
que sacudieron doquier
valores fundamentales.

De esta forma es que llegaron
a sus 25 años
solo cuatro de 18,
pues los demás se marcharon

por otros muchos caminos
y en diferentes edades,
dejaron los capuchinos
y  se volvieron al mundo.

Al cumplir estos 50
años de la profesión,
somos dos que solamente
queremos de corazón

renovar nuestros tres votos
de obediencia y castidad
y de altísima pobreza,
viviendo en fraternidad.

Misteriosos los designios
de Dios en la humanidad,
por ello gracias decimos
a todos con humildad.

El Señor nos dio hermanos,
que a lo largo de los años,
nos ofrecieron su ayuda
y nos tendieron sus manos.

En este 15 de agosto,
por ello de corazón,
decimos: gracias, hermanos,
por esta vida y su don.

Fueron ustedes regalo,
y fueron como un bordón,
que no dio todo su apoyo,
gracias, sí, de corazón.

Y también como María,
con Francisco y con la Iglesia,
decimos con alegría:
¡Bendito seas Señor!

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