• Imagen 1 Nuestro Carisma
    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

San Serafín de Montegranario

En esta festividad de Nuestra Señora de Aparecida, y de la Virgen del Pilar, patrona de la hispanidad, entre otros santos y beatos la Iglesia celebra también la vida de este humilde capuchino.

Félix era natural de Montegranario, Italia. Nació en 1540. Su padre, un modesto albañil, tuvo que sacar adelante cuatro hijos. Serafín fue el segundo y sufrió durante años la penuria económica de la familia y el trato despótico y violento de su hermano mayor, Silencio, que se cebó en él cuando quedaron huérfanos. Una jovencita, Lisa, fue su particular «ángel protector». Trajo con ella el aire diáfano del ideal religioso leyéndole vidas de santos. Fue el detonante de preguntas hondas que se formuló por vez primera: “–«¿Y qué hemos de hacer para salvarnos? Creo que lo mejor para mí será retirarme a un desierto y hacer vida de penitencia». Con la lucidez que brota de la inocencia evangélica, Lisa respondió: –«¿Para qué quieres un desierto? Vete a vivir con los capuchinos, y serás santo». Serafín supo de la existencia de estos religiosos y de la vida que llevaban a través del relato que hizo ella. En esa época ya se estaba labrando esa santidad que deslumbraría a las gentes en medio de la compleja relación con su hermano, la dureza de su trabajo como peón de albañil, portando en sus espaldas un peso desproporcionado, y sufriendo las chanzas de otros compañeros. Su alma transparente era una simbiosis de ofrenda y sacrificio.

A los 18 años se fue al convento de Loro-Piceno, consciente de sus muchas deficiencias humanas: distraído, lento, descuidado, olvidadizo, torpe... Pero tenía lo esencial, como revelan las humildes palabras que dirigió al portero que le abrió la puerta: –«Padre, yo no sé leer ni escribir; no sé más que rezar y amar a Dios». Hizo el noviciado en Jesi y mostró la autenticidad de su vocación. Le veían orar durante horas ante el sagrario, tenía verdadero espíritu penitencial, y fraguaba su acontecer con ayuno y mortificaciones. Él mismo diseñó cilicios para las severas disciplinas que se aplicó, llevado de su convencimiento de que eran un bien para su alma. Cuando un superior le invitó a moderarlos en beneficio de su salud, respondió: –«¡Vaya una cosa! Si yo muero, habrá un pecador menos en el mundo». Durante cuarenta años sufrió desprecios y humillaciones dentro y fuera del convento, curtiéndose en la virtud de la paciencia. Y consiguió aceptar sus debilidades. Fue un maestro de la caridad. Respondía bondadosamente cuando era objeto de mofa: «muy bien, muy bien. Tú me conoces mejor que nadie. Así hay que tratar a los pecadores como yo. Dios te lo pague, santito mío, Dios te lo pague».

Al final, y viendo que no respondía en las misiones que se le encomendaron, fue destinado a la limosna. Pero este religioso, que no se distinguió precisamente por su eficiencia, como era un santo fue bendecido con diversos dones y experiencias místicas (éxtasis, visiones y don de milagros). Tenía el don de llegar a las gentes que conducía a Dios. Amaba profundamente a la Virgen y difundió su devoción en los demás. Era fidelísimo a la vivencia evangélica; jamás cometió voluntariamente un pecado venial, ni consintió en su entorno componendas al respecto. Sentía profunda piedad por los enfermos y moribundos. Y cuando hizo milagros, llevado por su humildad, trató de ocultarlos. Aceptaba sus limitaciones lleno de mansedumbre: «No poseo nada; tengo solamente este crucifijo y el rosario, pero con ellos, si Dios me ayuda, serviré de ayuda a los hermanos, y me haré santo». Con la penetración que da la auténtica vida espiritual mostraba su crucifijo de latón para recordar a los predicadores que en él se halla la clave de todo: «Este es el verdadero libro que conviene estudiar para hacer predicaciones provechosas a los pueblos».

Era feliz con su pobreza. Poseía un manto raído que una vez tuvo que reemplazar temporalmente, sustituyéndolo por uno nuevo por indicación de un superior que quiso probar su obediencia. Ese día soportó con gozo las chanzas de quienes, acostumbrados a su humilde sayal, se sorprendieron al verle pedir limosna por las calles de Ascoli con inusual «elegancia». Abrumado por la gente que le reclamaba por su fama de milagrero, (que se había hecho manifiesta no solo con las personas sino también con animales a los que amansaba), añoraba la soledad y el silencio. Sus superiores le prohibieron realizar prodigios. Como no estaba en su mano evitarlos, pedía discreción a los agraciados: «Vete, y quédate calladito, calladito, santito, porque no he sido yo, sino que ha sido Cristo y tu fe las que te han curado».

Toda su trayectoria pone de manifiesto que estaba en las antípodas de la inmadurez espiritual. Refleja la grandeza de un alma penitente, entregada, desprendida, desasida de sí. Ello se percibe también en sus constantes destinos; fue un religioso que pasó por muchos conventos. A nadie negó el bien que pudo hacer, comenzando por infundir a los que acudían a él en masa la confianza en Dios y en su divina providencia. Se le reveló la hora de su muerte y esperó gozoso el momento. Llevaba sesenta y cuatro años llenos de trabajos y severas penitencias. Alegre y lúcidamente cándido, como siempre había sido, respondía a la pregunta de sus hermanos que se interesaban por su salud: «Muy bien; pronto me voy al cielo».

A principios de octubre de 1604 enfermó, y sólo se levantó el día 12 de ese mes, horas antes de morir. Previamente, tuvo la gracia de ayudar en misa, comulgar y hasta pedir limosna. Tanto es así, que pensando que se repondría demoraron en administrarle los sacramentos. Pero él sabía que estaba a las puertas del cielo, y suplicó: «dadme a mi Dios, traedme a mi Jesús. Antes de la noche voy a morir». Y así fue. Clemente XIII lo canonizó el 16 de julio de 1767.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN ASÍS


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Francisco, Asís
Viernes 4 de octubre de 2013

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.

Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.

¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil– sino con la vida?

1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.

¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.

2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).

Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).

La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.

3. Francisco inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla; ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía, la paz y el respeto por la creación.

No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su Patrón. Y felicito a todos los italianos, en la persona del Jefe del Gobierno, aquí presente. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la Nación italiana, para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.

Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).

El papa Francisco en Asís

El Papa comienza visita a Asís saludando personalmente a decenas de enfermos

El Papa se reúne con pobres en el lugar en que San Francisco se quitó sus vestiduras

El Papa desborda ternura durante visita a enfermos en Asís

El Papa reza ante la tumba de San Francisco


El Papa reclama mayor compromiso con los derechos humanos en la Misa de Asís


El Papa invita en Asís a despojarse de la mundanidad que mata el alma


El Papa a sacerdotes y laicos de Asís: Escuchar, caminar juntos y predicar en la periferia



El Papa reza ante al crucifijo que habló a San Francisco

Deus meus et omnia

Amemos a Dios y adorémoslo con corazón puro y mente pura,
porque él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: 

Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad.

Asís ante Francisco


Quedan pocas horas para la llegada del Santo Padre a la ciudad italiana de Asís, un esperado viaje con mucho significado, ya que el Papa visitará por primera vez, el lugar de donde tomó su nombre justamente el día en que toda la Iglesia celebra la festividad de San Francisco de Asís. Escuchemos a nuestro enviado especial, el Jesuita Guillermo Ortiz, quien ya se encuentra en la ciudad de la Paz, en medio de los peregrinos, esperando la llegada de Francisco.

Una ruptura para la paz, Asís ante el Papa

Francisco de Asís rompió en sí mismo con la idolaría del dinero, se liberó, lucho por la paz y la vida primero dentro de sí mismo.

Mientras que la mayoría de las rupturas destruyen la paz, porque generan desentendimiento, división, dado que las partes, cerradas a sus propios intereses resultan enfrentadas, como pasa hoy en diversos lugares del mundo con la guerra, en familias enteras divididas; en el mismo corazón del hombre tironeado por afectos desordenados, descuartizado por intereses contradictorios, hay una ruptura que genera libertad, paz, vida, bien.

Francisco de Asís era hijo de un hombre muy rico, que seducido por la extraordinaria belleza del amor de Dios en sus creaturas, decidió liberarse de la idolotría del dinero.

Esa ruptura con su padre sanguineo fue un escándalo, porque en una calle de Asís, Francisco reconoció sólo a Dios como su Padre y devolvió a su progenitor hasta la misma ropa que vestía y se quedó totalmente desnudo de todo, sin protección material alguna, pero también sin dependencia alguna, que no fuera la caricia del amor de Dios a sus creaturas.

Una ruptura terrible, tremenda, que sólo es posible con una decisión firme y determinada. Iluminada y fortalecida por la gracia de Dios.

Francisco de Asís no se quedó encerrado en los intereses del egoísmo mezquino y dañino. Cortó por lo sano con todo aquello donde en él pudiera arraigarse la idolatría del dinero, para abandonarse absolutamente y sin nada a la providencia, a la voluntad, al amor de Dios.

Con esta elección toda a favor de Cristo que se hizo pobre en el pesebre y fue despojado hasta de la misma vida en la cruz, Francisco de Asís, el gran santo de Italia y del mundo, iluminó con la bendición de Dios esta bellísima región y la convirtió en la Tierra Santa de Italia para el mundo.

El 13 de marzo de 2013 en el Vaticano, el cónclave de cardenales eligió a Jorge Mario Bergoglio como nuevo Obispo de Roma y el mismo día Bergoglio decidió llamarse “Francisco”, como el pobrecito de Asís que lo espera para arroparlo con su espíritu de pobreza que salva de la idolatría y nos abre el corazón al hermano; la única ruptura que genera paz en el corazón humano, en la familia, en el mundo.

Guillermo Ortiz

powered by Blogger | WordPress by Newwpthemes | Converted by BloggerTheme