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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

Concluyó el Sínodo de los obispos sobre la vocación y misión de la Familia


Con la aprobación del documento final concluyó el Sínodo de los obispos sobre la vocación y misión de la Familia, en el Vaticano a las 18,46 de la tarde del 24 de octubre de 2015.

Fue aprobado el documento final. Todos los 94 parágrafos han superado los 2/3 de votos. Estas proposiciones servirán al Papa para escribir la Exhortación post sinodal sobre la Vocación y Misión de la Familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo. El mismo Documento final elaborado y votado por los obispos será publicado, dentro de poco, con las respectivas votaciones de cada uno de los 94 parágrafos.

Al cierre de los trabajos Francisco habló a toda la asamblea de 270 personas, agradeciendo al Señor y a todos. Subrayando la acción del Señor, explicó que el haber puesto las dificultades de las familias delante del Señor es lo más importante. 

Texto completo del discurso de Papa Francisco en lengua española, traducido del italiano

Queridas Beatitudes, eminencias, excelencias, 
Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.

Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón.

Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa.

Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo.

Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.

Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?

Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho.

Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.

Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana.

Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.

Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia.

Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.

Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás.

Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.

Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.

Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.

En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.1

Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado.2 El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».3

La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.4

Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.

Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.

Queridos Hermanos:

La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas, de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).

En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6).

El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50).

El beato Pablo VI decía con espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y reinsertarnos en su plan de salvación [...]. En Cristo, Dios se revela infinitamente bueno [...]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es –digámoslo llorando- bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce, inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».5

También san Juan Pablo II dijo que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia [...] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».6

Y el Papa Benedicto XVI decía: «La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios [...] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10)».7

En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.8

Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.

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1Cf. Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad de Teología (3 marzo 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 13 marzo 2015, p. 13..

2 Cf. Pontificia Comisión Bíblica, Fe y cultura a la luz de la biblia. Actas de la Sesión plenaria 1979 de la Pontificia Comisión Bíb lica; CONC. ECUM. VAT. II, Cost. Past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 44.

3 Relación final (7 diciembre 1985): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 diciembre 1985, p. 14.

4 «En virtud de su misión pastoral, la Iglesia debe mantenerse siempre atenta a los cambios históricos y a la evolución de la mentalidad. Claro, no para someterse a ellos, sino para superar los obstáculos que se pueden oponer a la acogida de sus consejos y sus directrices»: Entrevista al Card. Georges Cottier, Civiltà Cattolica, 8 agosto 2015, p. 272.

5 Homilía (23 junio 1968): Insegnamenti, VI (1968), 1176-1178.

6 Cart. Enc. Dives in misericordia (30 noviembre 1980), 13. Dijo también: «En el misterio Pascual [...] Dios se muestra como es: un Padre de infinita ternura, que no se rinde frente a la ingratitud de sus hijos, y que siempre está dispuesto a perdonar»,Regina coeli (23 abril 1995): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 28 abril 1995, p. 1; y describe la resistencia a la misericordia diciendo: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre», Cart. Enc. Dives in misericordia (30 noviembre 1980), 2.

7 Regina coeli (30 marzo 2008): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 4 abril 2008, p. 1. Y hablando del poder de la misericordia afirma: «Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor», Homilía durante la santa misa en el Domingo de la divina Misericordia (15 abril 2007): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 abril 2007, p. 3.

8 Un análisis acróstico de la palabra «familia» [en italiano f-a-m-i-g-l-i-a] nos ayuda a resumir la misión de la Iglesia en la tarea de:

Formar a las nuevas generaciones para que vivan seriamente el amor, no con la pretensión individualista basada sólo en el placer y en el «usar y tirar», sino para que crean nuevamente en el amor auténtico, fértil y perpetuo, como la única manera de salir de sí mismos; para abrirse al otro, para ahuyentar la soledad, para vivir la voluntad de Dios; para realizarse plenamente, para comprender que el matrimonio es el «espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio» (Homilía en la Santa Misa de apertura de la XIV Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, 4 octubre 2015: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 9 octubre 2015, p. 4; y para valorar los cursos prematrimoniales como oportunidad para profundizar el sentido cristiano del sacramento del matrimonio.

Andar hacia los demás, porque una Iglesia cerrada en sí misma es una Iglesia muerta. Una Iglesia que no sale de su propio recinto para buscar, para acoger y guiar a todos hacía Cristo es una Iglesia que traiciona su misión y su vocación.

Manifestar y difundir la misericordia de Dios a las familias necesitadas, a las personas abandonadas; a los ancianos olvidados; a los hijos heridos por la separación de sus padres, a las familias pobres que luchan por sobrevivir, a los pecadores que llaman a nuestra puerta y a los alejados, a los diversamente capacitados, a todos los que se sienten lacerados en el alma y en el cuerpo, a las parejas desgarradas por el dolor, la enfermedad, la muerte o la persecución.

Iluminar las conciencias, a menudo asediadas por dinámicas nocivas y sutiles, que pretenden incluso ocupar el lugar de Dios creador. Estas dinámicas deben de ser desenmascaradas y combatidas en el pleno respeto de la dignidad de toda persona humana.

Ganar y reconstruir con humildad la confianza en la Iglesia, seriamente disminuida a causa de las conductas y los pecados de sus propios hijos. Por desgracia, el antitestimonio y los escándalos en la Iglesia cometidos por algunos clérigos han afectado a su credibilidad y han oscurecido el fulgor de su mensaje de salvación.

Laborar para apoyar y animar a las familias sanas, las familias fieles, las familias numerosas que, no obstante las dificultades de cada día, dan cotidianamente un gran testimonio de fidelidad a los mandamientos del Señor y a las enseñanzas de la Iglesia.

Idear una pastoral familiar renovada que se base en el Evangelio y respete las diferencias culturales. Una pastoral capaz de transmitir la Buena Noticia con un lenguaje atractivo y alegre, y que quite el miedo del corazón de los jóvenes para que asuman compromisos definitivos. Una pastoral que preste particular atención a los hijos, que son las verdaderas víctimas de las laceraciones familiares. Una pastoral innovadora que consiga una preparación adecuada para el sacramento del matrimonio y abandone la práctica actual que a menudo se preocupa más por las apariencias y las formalidades que por educar a un compromiso que dure toda la vida.

Amar incondicionalmente a todas las familias y, en particular, a las pasan dificultades. Ninguna familia debe sentirse sola o excluida del amor o del amparo de la Iglesia. El verdadero escándalo es el miedo a amar y manifestar concretamente este amor.

La espiritualidad de San Francisco, un camino para vivir en armonía


Hoy se habla poco de armonía. La palabra casi ni suena. La emplean los libros de autoayuda o viene en espiritualidades del gusto oriental. Raramente decimos: este matrimonio vive en armonía; esta ciudad disfruta de mucha armonía; esta persona crea armonía en torno a sí; en esta comunidad se respira armonía. Es raro.

Todos sabemos que, aunque no se hable de ella, la armonía es muy importante para la vida. Pero si ni se habla de ella, si se la da por supuesta, si nos parece un poco friki, como dicen los jóvenes, hasta hablar de ella, quizá estemos echando leña al fuego contrario: la crispación, la histeria, los malos modos, los desajustes personales, los malos entendimientos, los desentendimientos. De eso, sí que sabemos mucho.
 Pues bien, una manera de entender el franciscanismo es entender la espiritualidad de san Francisco como un camino para vivir en armonía.

1. ¿Cómo vivió Francisco de Asís su vida en armonía con Dios, con sus hermanos, con las personas, con los animales, con la creación? ¿Qué caminos anduvo? Le hizo un sitio importante a Dios y a su Palabra en su vida. Por eso, cuando en la somnolienta y rutinaria predicación del cura de san Damián brilló para él la Palabra de Jesús (“Vete, vende, dalo a los pobres…”), todo se iluminó y dejó atrás la “tremenda lucha”, como dice Celano, que se libraba en su corazón. Cuando se abrió a Dios, vino la armonía.

2. Aparentemente fue muy sencillo: se hizo la armonía en su corazón cuando se decidió a tener a cualquier persona por hermana. Así de simple. Dice san Buenaventura que brotaba en su corazón una armonía gozosa cuando “consideraba el origen común de todos los seres pues sabía que todos tienen el mismo principio”. No era una teoría sino algo inmediato: eres una criatura, somos familia. Nunca serás mi enemigo. Contigo me siento en tu casa. Podemos vivir en armonía.

3. Brota la armonía a raudales en la vida de Francisco cuando la simplicidad se convierte en sabiduría profunda. Dice LP que “quería ver a sus hermanos apasionados por la pura y santa simplicidad”. Él descubrió que el secreto de la armonía es ser bueno de corazón y llevar una vida simple, sencilla, corriente.

4. La armonía brillaba con lustre cuando tomaba el último lugar como una opción voluntaria. “Nadie nos ha obligado”, decía. Y por eso decía con frecuencia: “Ningún hermano tenga potestad o dominio, y menos entre ellos”. Instaba a los suyos a “estar en el llano” (LP). Porque si hubiera sido otra la actitud, la armonía habría desaparecido como la niebla bajo los rayos del sol.

5. Para él fue importante el misterio de la pobreza, la conexión con las pobrezas, llegar al brillo oscuro de lo humilde. Por eso, la pobreza evangélica fue para él camino de libertad y armonía. Siendo pobre fue feliz; estando con los pobres se sintió acompañado, sufriendo como los pobres encontró el secreto de la solidaridad. Lo que para muchos de nosotros es solo un disgusto, él lo entendió como una posibilidad. El frío helado de la pobreza generó en él el extraño calor de la armonía.

6. No fue todo lírica, sino vida sin más, a ras de tierra. La armonía ocupó su alma y su cuerpo cuando vivió queriendo salvaguardar, sobre todo, las relaciones humanas. ¡Cuánto se empeñó en que sus hermanos vivieran con calidez, como madres e hijos”! ¡Cuánto se movió para que en las ciudades de su tierra, muchas devastadas por el odio y la muerte, pudiera brotar el entendimiento y la paz! Él que sabía de guerras y de muertes, puso a la persona por delante de todo y desde ahí brotó la paz y la armonía.

7. Para él orar fue una manera segura de dar con el camino de Jesús. Por eso oraba tanto. Le decían ya entonces que oraba demasiado. Pero, para él, orar era como comer. Y lo necesitaba de igual manera. Por eso, cuando oraba, y sus períodos de oración eran largos, se abría la puerta de la armonía, las cosas se aquietaban, los problemas adquirían dimensiones reales, la alegría asomaba el rostro y se quedaba. Sin oración no hubiera podido vivir en armonía.

8. Finalmente, cómo no, la alegría fue fuente de armonía porque era el cauce por el que asomaba la verdad del Evangelio y la certeza de haber elegido el buen camino. No empleó discursos para justificar sus opciones. Estaba contento y la alegría era su argumento. Y viviendo con alegría, la armonía se quedaba a vivir en su casa, se instalaba en los pliegues de su alma.

 ¿Nos dice esto algo a quienes, a pesar de tanto años, de tantos siglos, seguimos amando a Francisco de Asís? Puede que sí.
• Deja un poco más sitio a Dios en tu vida, nos dice Francisco. Que los criterios evangélicos cuenten realmente en tus días. Cree en el Evangelio, obra conforme a lo que dice. Sin más. La armonía asomará el rostro.
• No hagas caso de los cantos de sirena de quienes nos dicen: tú preocúpate de que a ti te vaya bien y los demás, allá penas. No, siéntete hermano para que la alegría de vida y su íntima armonía cobren verdad y rostro.
• Elige lo simple, lo normal, lo cotidiano. No te avergüences de ser como todos, de ser pueblo, de ser comunidad. En lo común vivido con gozo habita la armonía.
• No te enfades por estar abajo, por no tener mando. Ahí se puede ser feliz, te puedes realizar, puedes estar contento. Estar abajo no es malo para quien aspira a la armonía.
• Que te afecten las pobrezas, que sean para ti lugar de encuentro. No huyas de ellas, porque ahí se encierra, sin duda, el extraño fulgor de la armonía.
• Ora con confianza, como quiere Jesús. Gusta del silencio. Ama la contemplación de lo creado. Disfruta con el don que es vivir y respirar.
• Y pon en tu vida una dosis creciente de alegría. Alegría vivida en las pequeñas cosas, en los sencillos acontecimientos, en lo bello que está en nuestras manos. Si no nos apuntamos a la alegría, ¿cómo vamos a estar en armonía con nuestra sencilla vida?

Decir que la espiritualidad franciscana es un camino de armonía implica el ánimo para andar ese camino. ¿Por qué no tomar aliento y empuje al celebrar la memoria y la vida del hermano Francisco en esta tarde?

http://hermanoscapuchinos.org/

Versión de Dios



VERSIÓN DE DIOS

En la oquedad de nuestro barro breve 
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve. 
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.

Mayor que todo dios, nuestra sed busca, 
se hace menor que el libro y la utopía, 
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca, 
rompe, infantil, del vientre de María.

El Unigénito venido a menos 
traspone la distancia en un vagido; 
calla la Gloria y el Amor explana;

Sus manos y Sus pies de tierra llenos, 
rostro de carne y sol del Escondido, 
¡versión de Dios en pequeñez humana!

Pedro Casaldáliga

Si Francisco de Asís viviera hoy en América Latina


Si Francisco de Asís viviera hoy en América Latina, viviría franciscanamente, claro, y latinoamericanamente también; pero de modo diversificado, según viviese en Brasil o en México, Colombia, El Salvador o en Bolivia.

Porque América Latina, aun siendo una realidad común -«un continente creyente y oprimido», como dicen nuestros teólogos- no deja de ser plural.

De todos modos, viviría como un indio o como un favelado o como un oprimido cualquiera de nuestro pueblo. Sería pobre, pero de verdad. No haría apenas «opción preferencial por los pobres». Porque quien opta por los pobres, es que no es pobre.

Y quien opta preferencialmente por los pobres… qué sé yo, es un decir, se queda también, aunque sea menos preferencialmente, con los ricos (nuestra santa Madre Iglesia ha sabido hacer esto muy bien durante siglos, dicho sea con perdón de todos los que somos Iglesia). Sería un agente de pastoral, para poder anunciar más eclesialmente la Palabra. Porque Francisco era muy eclesial. Hoy posiblemente sería menos «eclesiástico”.

Se llevaría muy bien, sin duda, con las comunidades cristianas populares. Y sentiría que son ellas las que están restaurando nuestra vieja Iglesia, más o menos en ruinas…

Estaría apasionadamente a favor de la justicia y de la paz. Creo que viviría más politizado -cada época tiene su carisma-, porque no es posible que Francisco de Asís no asumiese Medellín y el grito de los pobres de la tierra latinoamericana y ese vendaval de Espíritu y de sangre que sacude nuestro continente.

Creo que se angustiaría hasta la muerte -posiblemente sería mártir hoy Francisco de Asís, si viviera en América Latina- viendo tanta violencia, crónicamente institucionalizada, que destroza las almas y los cuerpos de poblaciones y naciones enteras.

Sería, ¿cómo no?, un exiliado o un torturado o un desaparecido.

Sería evangélicamente antinorteamericano -con perdón de todos los norteamericanos pueblo, sobre todo de los norteamericanos que son franciscanos por añadidura-; porque me temo que el Sultán de Estados Unidos no lo escucharía con el mismo respeto con que el Sultán sarraceno lo escuchó.


Posiblemente iría hasta Roma, de grumete en un navío, para recordarle al Papa la intolerable atrocidad de las masacres de El Salvador y Guatemala, mucho más intolerables que los conflictos de Beagle o las Malvinas y más que la dura situación de la Polonia papal. De paso, intentaría convencer al Papa de que la revolución sandinista es mucho más cristiana que todos los gobiernos democristianos o las católicas repúblicas del continente que no tienen ningún conflicto diplomático con la Santa Sede Vaticana.

Conminaría a las multinacionales y sus productos químicos y radioactivos y a todos los procesos suicidas que destrozan florestas y contaminan las vidas y los ríos y el aire y la luz de las estrellas.

Asís era una ciudad luminosamente humana: alma, piedra y paisaje. Y Francisco la bendijo, antes de morir, como se bendice el vientre de una madre. ¡Pobre Francisco queriendo bendecir, impotente, las monstruosas aglomeraciones de Sâo Paulo o México, o Buenos Aires..,!

Tampoco consigo entender cómo se las habría Francisco para amansar a los humanos (?) lobos de la represión, sueltos a millares por nuestro continente. ¡Qué dulce el lobo de Gubbio junto a esos lobos!

Francisco sería, aquí también, un trovador popular, de guitarra en bandolera, cantando indígenamente el dolor y la esperanza de toda esta Patria Grande, nuestra Indio-Afro-América. La cultura y la religión populares serían su cultura y su religión, pero con mucho aliento de revolución y de teología de la liberación en el fondo del alma y en la exultante boca.

Francisco amaría fraternalmente a muchas Claras latinoamericanas -religiosas y seglares- que viven consagradas al servicio del Reino con una despojada dedicación.

Sé que sentiría delante de ciertas cruzadas contra el comunismo, la misma cristiana decepción que sintió ante las cruzadas contra Mahoma. Porque ni las unas ni las otras combaten limpiamente por el Reino, con la cruz, para la liberación de los pobres. Siendo así que los pobres valen infinitamente más que el santo sepulcro y que los lucros del capital.


¿Fundaría Francisco una familia religiosa, hoy, en América Latina, después de lo que él sabe ahora de las Ordenes y Congregaciones? En todo caso, a su familia religiosa y a las otras familias religiosas y a todos los cristianos nos recordaría que el Evangelio ha de ser entendido «sin glosas» (pero esto nos lo recordaría inútilmente…).

Sería aún más contemplador, si es posible ser más contemplador de lo que fue aquel seráfico contemplativo. Porque la contemplación es tanto más urgente y vital cuanto mayor es la lucha por la justicia. Porque la verdadera revolución cristiana solamente se hace a fuerza de mucha oración. Porque América, con todo el Tercer Mundo, es un continente esencialmente contemplativo.

Para terminar, creo que Francisco estaría muy de acuerdo -aun ruborizándose un poco, si es que hay rubor en la Gloria- con el maravilloso libro que nuestro perseguido teólogo franciscano, Leonardo Boff, acaba de publicar sobre «El vigor y la ternura» en San Francisco.

Concilium decía, en un número reciente, que cada uno tiene «su» Francisco, en la mente y en el corazón. Este Francisco de Asís que yo acabo de suponer hoy en América Latina es «mi» Francisco de Asís, evidentemente. Todos los otros posibles Franciscos me merecen el mayor respeto.


Alabado sea mi Señor porque un día nos dio esta criatura humana criatura llamada Francisco y porque todavía hoy nos da esta inquieta voluntad de ser también nosotros latinoamericanamente franciscanos.

Pedro Casaldáliga

Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2015


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2015

Solemnidad de Pentecostés



Queridos hermanos y hermanas:
La Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido como un don, esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque entre la vida consagrada y la misiónsubsiste un fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen plenamente este mismo carácter.

La dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la Iglesia, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el carisma. La misión no es proselitismo o mera estrategia; la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y “ve”. Quién sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y sabe que Jesús «camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).

La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad entera. Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. ibíd., 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús: “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma  especial se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado el Evangelio.

El quincuagésimo aniversario del Decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quién, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos  y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.

Hoy, la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.

Dentro de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio:  los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Esto debe estar claro especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta preferencia suya, no ideológicamente, sino comoél, identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.

Para vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre los pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas a promover, en el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Ya  el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: «Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos» (Ad gentes, 41). Es necesario que los misioneros consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una experiencia sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las estructuras de las misiones son lugares naturales para su acogida y su apoyo humano, espiritual y apostólico.

Las Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograr eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y el compromiso misionero de los consagrados, pero también, los consagrados, necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos, como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21). Esta convergencia no equivale a una sumisión jurídico-organizativa a organizaciones institucionales, o a una mortificación de la fantasía del Espíritu que suscita la diversidad, sino que significa dar más eficacia al mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito que es también  fruto del Espíritu.

La Obra Misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico universal. Por ello también necesita de los múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar al vasto horizonte de la evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las fronteras y territorios alcanzados.

Queridos hermanos y hermanas, la pasión del misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9,16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos «lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos» (1 Jn 1,1). La misión de los servidores de la Palabra -obispos, sacerdotes, religiosos y laico- es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor.

Mientras encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos aquellos que, ad gentes o en su propio territorio, en todos los estados de vida cooperan al  anuncio del Evangelio, os envío de todo corazón mi Bendición Apostólica.

Vaticano, 24 de mayo de 2015
Francisco

Laudato sii: Nueva encíclica del Papa Francisco sobre la ecología ya tiene título


VATICANO, 30 May. 15 / 04:35 pm (ACI/EWTN Noticias).- “Laudato sii” (Alabado seas) es el nombre de la próxima encíclica del Papa Francisco sobre la ecología y sería publicada a mediados de junio, dijo el director de la Librería Editrice Vaticana, Giuseppe Costa, durante la entrega del premio Cardenal Michele Giordano la tarde de este sábado en Nápoles (Italia).

“Son muchas editoriales en el extranjero que se han interesado ya por la publicación de la encíclica en sus países”, ha declarado el director de la editorial oficial del Vaticano, en declaraciones a la agencia SIR de la Conferencia Episcopal Italiana.

El título “Laudato sii” está tomado del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís, el santo del que el Papa Francisco ha elegido llevar su nombre.

Como se recuerda, el Santo Padre se refirió a este documento durante el vuelo de regreso de Seúl a Roma, tras concluir su histórica visita a Corea del Sur en agosto de 2014.

En aquella ocasión dijo que sobre la encíclica ha conversado mucho con el Cardenal Peter Turkson, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, quien se encarga de estos temas en el Vaticano.

"Sobre esta encíclica he hablado mucho con el Cardenal Turkson y también con otros. Le he pedido al Cardenal que reúna todas las contribuciones y ya las recibí. Una semana antes del viaje (a Corea), no, en realidad cuatro días antes me entregaron un primer borrador que es así de grande, diría un tercio más grande que la (exhortación apostólica) Evangelii Gaudium" que en su versión regular en español tiene 142 páginas, señaló en agosto de 2014.

El Santo Padre precisó que escribir una encíclica sobre ecología "no es algo sencillo porque, en relación a la protección de la creación y el estudio de la ecología humana, se puede hablar con cierta certeza hasta cierto punto pero luego aparecen las hipótesis científicas, algunas de las cuales son ciertas y otras no".

"En una encíclica como ésta eso debe ser magisterial. Debe estar basada solo en certezas, en cosas que son seguras. Si el Papa dice que el centro del universo es la tierra y no el sol, se equivocaría al decir algo científico que no es correcto. Eso también es verdad aquí".

Francisco explicó entonces que para todo "necesitamos hacer el estudio, para cada numeral, y creo que se irá haciendo más pequeña, pero yendo a la esencia eso es lo que podemos afirmar con certeza".

Ciertamente, concluyó el Pontífice, "se puede indicar en las notas que esto y esto son hipótesis, comentarlo como un dato informativo, pero no en el cuerpo de la encíclica que es doctrinal y que requiere ser cierto".

El Espíritu de la Verdad


¡Felices Pascuas!

Dios nos ha salvado y nos ha llamado a una vocación santa por la gracia que nos ha sido dada desde la eternidad en Jesucristo. Esta gracia se ha manifestado ahora en la aparición de nuestro salvador, Jesucristo, que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar la vida y la inmortalidad mediante el anuncio del Evangelio. 2Tim 1, 9-10


¡Hosanna!

 Así dice el Señor: Observen el derecho, actúen con rectitud,
pues ya llega mi salvación y va a manifestarse mi liberación. Is 56,1

La verdad de nuestro mundo

Saben lo que les he hecho...

Robustezcan sus manos cansadas y sus rodillas vacilantes; caminen por un camino plano, para que el cojo ya no se tropiece, sino más bien, se alivie. Esfuércense por estar en paz con todos y por aquella santificación, sin la cual no es posible ver a Dios. Velen para que nadie se vea privado de la gracia de Dios, para que nadie sea como una planta amarga, que hace daño y envenena a los demás. (Hebreos 12, 12-15)

XLIX JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XLIX JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Comunicar la familia: 
ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor



El tema de la familia está en el centro de una profunda reflexión eclesial y de un proceso sinodal que prevé dos sínodos, uno extraordinario –apenas celebrado– y otro ordinario, convocado para el próximo mes de octubre. En este contexto, he considerado oportuno que el tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales tuviera como punto de referencia la familia. En efecto, la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar. Volver a este momento originario nos puede ayudar, tanto a comunicar de modo más auténtico y humano, como a observar la familia desde un nuevo punto de vista.

Podemos dejarnos inspirar por el episodio evangélico de la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-56). «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”» (vv. 41-42).

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera «escuela» de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un «seno», que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 66): diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida. Es el vínculo el que fundamenta la palabra, que a su vez fortalece el vínculo. Nosotros no inventamos las palabras: las podemos usar porque las hemos recibido. En la familia se aprende a hablar la lengua materna, es decir, la lengua de nuestros antepasados (cf. 2 M 7,25.27). En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de toda comunicación.

La experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración. Cuando la mamá y el papá acuestan para dormir a sus niños recién nacidos, a menudo los confían a Dios para que vele por ellos; y cuando los niños son un poco más mayores, recitan junto a ellos oraciones simples, recordando con afecto a otras personas: a los abuelos y otros familiares, a los enfermos y los que sufren, a todos aquellos que más necesitan de la ayuda de Dios. Así, la mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás.

Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del salto del niño brota la bendición de Isabel, a la que sigue el bellísimo canto del Magnificat, en el que María alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo. De un «sí» pronunciado con fe, surgen consecuencias que van mucho más allá de nosotros mismos y se expanden por el mundo. «Visitar» comporta abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el otro. También la familia está viva si respira abriéndose más allá de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de familias.

La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.

A propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos las familias con hijos afectados por una o más discapacidades. El déficit en el movimiento, los sentidos o el intelecto supone siempre una tentación de encerrarse; pero puede convertirse, gracias al amor de los padres, de los hermanos y de otras personas amigas, en un estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y puede ayudar a la escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean más acogedoras con todos, a que no excluyan a nadie.

Además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías, la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición. Y esto también allí donde parece que prevalece inevitablemente el odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas por muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del prejuicio y del resentimiento, cuando parece que hay buenas razones para decir «ahora basta»; el único modo para romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a los hijos en la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de combatir.

Hoy, los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias. La pueden obstaculizar si se convierten en un modo de sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de saturar cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que «el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales , 24 enero 2012). La pueden favorecer si ayudan a contar y compartir, a permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a hacer posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo cotidianamente este centro vital que es el encuentro, este «inicio vivo», sabremos orientar nuestra relación con las tecnologías, en lugar de ser guiados por ellas. También en este campo, los padres son los primeros educadores. Pero no hay que dejarlos solos; la comunidad cristiana está llamada a ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común.

El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la comunicación contemporánea. La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto.

La familia, en conclusión, no es un campo en el que se comunican opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad y un sujeto que comunica, una «comunidad comunicante». Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar. En este sentido, es posible restablecer una mirada capaz de reconocer que la familia sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o una institución en crisis. Los medios de comunicación tienden en ocasiones a presentar la familia como si fuera un modelo abstracto que hay que defender o atacar, en lugar de una realidad concreta que se ha de vivir; o como si fuera una ideología de uno contra la de algún otro, en lugar del espacio donde todos aprendemos lo que significa comunicar en el amor recibido y entregado. Narrar significa más bien comprender que nuestras vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es insustituible.

La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el futuro.

Vaticano, 23 de enero de 2015

Vigilia de la fiesta de San Francisco de Sales.

Francisco

Todo tiene su Tiempo

Hay un tiempo señalado para todo,
y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo:
tiempo de nacer, y tiempo de morir;
tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar, y tiempo de curar;
tiempo de derribar, y tiempo de edificar;
tiempo de llorar, y tiempo de reír;
tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar;
tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras;
tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo;
tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido;
tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
tiempo de rasgar, y tiempo de coser;
tiempo de callar, y tiempo de hablar;
tiempo de amar, y tiempo de odiar;
tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Eclesiastés 3, 1-8

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